Nibaldo Acero
Pontificia Universidad de Católica de Chile
Chile
nrcaceres@uc.cl
A la manera de los agitadores rojos
antes de la llegada de los ejercitos
revolucionarios
Roberto Bolaño
(Título tentativo a Sueño sin fin finalmente,
epígrafe del mismo)
Como se narra en el prólogo del poema-libro Sueño sin fin –prólogo escrito por el poeta chileno Bruno Montané– los textos líricos de Mario Santiago Papasquiaro (MSP) fueron producidos entre el año 1976 y 1977, preferentemente entre Barcelona, París y Tel Aviv. El poema surge durante el viaje que prácticamente lo arroja tras una mujer, en cuya ruta su comparsa la constituyen los libros que Santiago porta y raya. Sueño sin fin florece de esta persecución que lo encauza, a modo de travesía pasional, tras los pasos de la poeta Claudia Kerik, musa perteneciente también a la tribu infrarrealista, que se disipa por Medio Oriente, y a quien Santiago dedica, posteriormente, Sueño sin fin. Así, sin anestesia, podría identificarse como posible ontología de este poema-libro el deseo de una búsqueda, construida sobre los paisajes del sexo, sobre los desniveles de la calle y los miembros que la atraviesan y que la hacen carne. En la sangre y los humores que cartografían el texto urbano.
poemas que ya no necesitan escribirse
sino en el jugo mismo
que se revuelca en el paréntesis alado
de tus vísceras
Versos cuya voluntad de fragmentación testimonian la crónica de un viaje, donde el poema se abre y propaga centrífugamente, estética que genera el itinerario de un secular peregrinaje. Todos estos textos recuperados, posteriormente organizados, transcritos y enviados a su autor, recién fueron publicados por Ediciones Sin Fin el año 2012. Pero antes, a fines de la década de los setentas, una faena crucial era desa-rrollada por Roberto Bolaño y el mismo Montané: el de recuperar los versos de San-tiago rotulados sobre el papel de libros ya publicados, de múltiples autores, que sir-vieron de plataforma para la palabra poética de Mario Santiago Papaquiaro. Libros que, recuerda Montané, pedía a sus amigos o tomaba prestados sin avisar, y que luego colmaba de sus versos. A través de aquella pesquisa se logró “rescatar” los fragmentos que articulaban una escritura compulsiva y desintegrada. Regada por decenas de libros (en tanto objetos o superficies), a modo de virus que se interna por la palabra industrializada y carcome la artificialidad de una poesía enclaustrada en un «libro», oxidando los circuitos que moldean precisamente aquella palabra
1 poeta es un microbio
1 virus que habla
La labor arqueológica o detectivesca y profundamente fraternal de Bolaño y Montané, devino en la reescritura (a “seis manos”), de una poesía reconocida por el mismo Santiago como peripatética, es decir, en movimiento marginal, etimológicamente a la deriva. De esta manera, el gesto de cubrir con sus propias palabras las antologías, las publicaciones, entre otros, de Bukowski, de Beckett (al cual roba el verso “sueño sin fin”) más que parasitar de un territorio o intentar controlar una determinada semiósfera (en términos del Lotman), desarregla los principios básicos de una publicación: el que la letra acabe cristalizada, inmóvil y fría, a la postre ofrecida en bandeja de plata a una tradición. A todas luces, este procedimiento institucional lo que afecta, a ojos de Mario Santiago, es la celeridad de la palabra, la cual en su lírica coge el ritmo urbano del poeta y no afloja en su velocidad, tendiendo siempre a configurar una manuescritura. Al respecto, Mario Santiago responde a una pregunta del narrador Leo Eduardo Mendoza que fue realizada en 1996 (y que también está integrada al libro Sueño Sin Fin): “No escribo en computadora. Soy infinitamente más bravo y rayo láser. La posteridad nunca será mi suegra”. En la lógica del movimiento, y considerando lo volcánica que puede llegar a ser esta lírica, la palabra poética de Santiago: insolente y manuscrita, incendia verdaderamente la institucionalidad y parte de los sistemas del arte. Esta radical e irremisible desinstitucionalización de la poesía de Mario Santiago Papasquiaro implica desanclarse de la posteridad que, por ejemplo, busca una publicación. Una eternidad perversa que empantana la producción de un poeta en pos de visibilizar una obra que, más que materializar un discurso, la pareciera aniquilar: “Yo no escribo memorándums. Yo toco el cielo con la mano”. La letra manuscrita desarregla, desconfigura la autoridad del libro impreso. Tensa y corta sus ligamentos con la tradición, con la historia. Las huellas que desperdiga el poeta en las costosas hojas de la poesía cribada por las máquinas y el mercado, constituyen una poética manifiesta en gran parte de su escritura: la poesía, como el mundo, se da “en fragmentos / en astillas” (inicia otro de sus más potentes poemas: Consejos de un 1 discípulo de Marx a 1 fanático de Heidegger). No hay proyecto de poesía. Ni fin ni aspiración literaria. Ni siquiera hay proyectos de publicación. La poesía es el único proyecto, tanto de vida como de muerte: “El poeta es el géiser de su propio ser”, sentencia Mario Santiago. El cuerpo, la cabeza de Papasquiaro es un poema arrebatado, como la masturbación (en términos psicoanalíticos) previa al amor que deparará este viaje. La poesía de Sueño sin fin toma su lugar entre los libros que habitan en el equipaje del poeta, afectándose de lugares, climas y tiempos que visibilizan los círculos internos de una escritura, la cual respira entre las “estrofas” identificables dentro de una estructura huidiza.
Volviendo al proceso de producción de este libro, que de por sí es fascinante, esta recuperación que llevó meses, fue enviada una vez finalizada a Mario Santiago, quien prolongó su fragmentación al no publicar el texto reunido, pero sí ampliándolo e interviniéndolo hasta el hartazgo. Esta fragmentación en su circulación lo llevó a ser casi vestigio textual (esto, lo digo a modo de eco de una investigación-libro en el cual tuve la suerte de participar titulado Vestigio y especulación…). Durante el proceso de producción –sobre todo la parte en la que intervienen Montané y Bolaño– se hizo el esfuerzo de cronografiar el continuum de pedazos; una poesía clandestina, paradojalmente furtiva por una vida estremecida por la misma poesía. Un estado de escritura –como dice Montané–, un poeta puro en estado de shock peregrino: pies, boca y manos que fueron los grandes enemigos de una institucionalización. Y que conscientemente hicieron de una ruta un poema infinito, una danza que subsume el movimiento de las ciudades. Donde la métrica debe ser arqueada en relación a la epidermis, al cosmos y a los semáforos en rojo.
1 adoquín es como el eco manchado
de mi rostro
un pétalo arrugado
que mucho / poco / demasiado
algo / tiene que ver & verse bifurcado
en la epilepsia
de mis gestos
Existe una simbiosis manifiesta del deambular peripatético del cuerpo y una poética frenética; de una ciudad “con olor a carnicería” y de una palabra imposible de conte-ner. Raya para la suma: Sueño sin fin es cruce de caminos, donde el poeta queda desintegrado por una rosa de los vientos que es estética diversa, que es poema/viaje, que es poeta tensionado entre una intimidad y la historia. Despliegue violento e inarmónico que deshilacha también los engranajes de una poesía a menudo politizada, estratégica, ridículamente objetivada. Ritmo poético y urbano agitado, donde la ruptura pareciera la mayor aspiración del poeta para una poesía absoluta. Es decir, una poesía absuelta, emancipada. Estamos en frente de una lírica que decididamente juega a la ofensiva, con el suficiente pudor de lidiar las superficies de textos oficiales y levantar un campamento de guerra. De internarse en las hojas de la tradición y, como dice Santiago, incendiarlas. Complejizar la belleza, acto seguido prenderle fuego, no precisamente para destruirla. Entiende el poeta que las palabras de un libro no son más que tinta impregnadas en un papel que comprende cierta estética y un determinado proceso de producción, por lo que la irrupción de su propia palabra y tinta, aun cuando sea manuscrita, lo superpone en la orografía del poema, llegando a obliterar u opacar la letra autorizada. No deja de ser interesante este gesto, el cual pone la historia y la tradición a contraluz de una historicidad poética. De una labranza rutinaria pero renovada: el movimiento inacabable de la poesía… un movimiento cotidiano. A mi modo de ver, este acto es interesante de barruntar en tanto gesto contracultural e identitario. Como intervención que articula, junto con otras decisiones, una convicción de desinstitucio-nalización radical. De marginalización de su cuerpo y escritura. A la postre de todos sus caminos reales y ficticios. Subversión que no tiene vuelta atrás. Que lo marca y lo dispersa:
Sucede que podría haber sido un ataúd
o una piedra o una enredadera
sin lengua, ni sexo,
ni poesía, ni contradicciones
ni espasmos / ni heridas
ni luces
por las que me llamo M. Santiago
& no
aguaestancada
o polvoconvirus
Además del extenso e inquieto poema que da nombre al libro, esta publicación integra tres manuscritos de Mario Santiago, una suerte de currículo lúcido e infernal (“Carte d’ identité”), la entrevista antes mencionada (“La posteridad nunca será mi suegra”), un registro fotográfico de MSP, y un texto de agradecimiento de los editores, Ana María Chagra y Bruno Montané, a quienes colaboraron en una “aventura que parecía no tener fin”. Este punto que podría ser innecesario de consignar, no deja de ser menor, a mi modo de ver, en tanto este libro es un acto que fraterniza y tatúa una amistad entrañable. Una lealtad con los amigos que trepan en la memoria de una nostalgia festiva. En fin. Son infinitos los laberintos por donde un lector ingenuo o crítico puede ingresar a esta poesía sin fin de Mario Santiago Papasquiaro. Un texto del cual pueden surgir complejidades y durezas propias de las calles aplanadas con el paso furioso de Mario Santiago. Cuya estética peliaguda e inatajable pudo perfectamente no ser un libro, sino, por un lado, un cúmulo de discursos y mitos paratextuales, y, por otro, el archivo de libros publicados por importantes editoriales, estremecidos por la mano de un poeta que apreció en esos espacios blancos sobrantes el relieve perfecto para reactivar la pulsión de emociones incrustadas (y en cierta medida dormidas) entre aquellas capas.
Para cerrar esta lectura –tan dispersa y quizás tan frenética, como la poesía de Sueño sin fin–, reconozco que, ante una producción editorial tan pulcra y comprometida como la que desarrolla Ediciones Sin Fin (Barcelona), no podemos sino homenajear al poeta Mario Santiago Papasquiaro, rayando con versos nuestros los espacios en blanco de estas páginas que han deseado compartir una poesía que pareciera venir de un psiquiátrico clausurado, de otro planeta o de un siglo futuro. Continuar con una práctica libertaria, desacomodada a los estrictos formatos y reactivar el tranco ya no de la poesía de Mario Santiago, sino de la poesía misma. Y aunque hasta el diseño mantenga la estética de la manuscrita pluma-ametralladora de Papasquiaro, no será herejía, o lo será con devoción, el regar de garabatos, dibujos y marcas una palabra inacabable y (casi) imposible de detener.