Payeras Grau, M. (ed.) (2013). Desde las orillas. Poetas del 50 en los márgenes del canon. Sevilla: Renacimiento. 274 páginas.
Carlos Ferrer
Asociación Española de Críticos Literarios
España
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Citación: Ferrer, C. (2015). Payeras Grau, M. (ed.) (2013). Desde las orillas. Poetas del 50 en los márgenes del canon. Sevilla: Renacimiento. 274 páginas. Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura 25 (2), 194-195. DOI: 10.15443/RL2518
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DOI: dx.doi.org/10.15443/RL2518
La pertenencia a una de las generaciones más valiosas de la poesía española contemporánea, la del 50, ha opacado el valor literario de un grupo de mujeres, que ha permanecido en los márgenes del canon literario. Ahora recuperadas sus trayectorias en este libro misceláneo, que aglutina las ponencias del seminario celebrado en 2012 en Palma de Mallorca (España), estas poetas abandonan el plano secundario al que han sido relegadas y logran una visibilidad, fruto del rigor de sus poéticas.
José Jurado Morales analiza las colaboraciones radiofónicas de Gerardo Diego en Radio Nacional de España (1947-1978), que se produjeron a razón de una por semana y con una duración de cinco minutos cada una, haciendo las veces “de centinela, de impenitente observador del devenir de las letras” y siempre destacando el componente religioso de los versos comentados. Jurado se detiene en la gallega Luz Pozo y el comentario a su libro Ánfora (1950), influenciado por Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre; en la andaluza Pilar Paz y en sus libros Maza (1951) de una poesía triste y doliente, abrumada de vagos recuerdos, Del abreviado mar (1957) de corte moral y Violencia inmóvil, cuyo peso temático recae en el mar y en el amor divino y conyugal; en la valenciana María Beneyto (poeta con “acento y matiz propios”) y Eva en el tiempo, poemario “flexible en su libertad rítmica”, así como Tierra viva; en María Elvira Lacaci y su Adonais por Humana voz, libro de poesía social de emoción honda y estremecida, que nos “comunica el profundo candor y el asombro de un alma herida en su lucha cotidiana con la bajeza”; en María de los Reyes Fuentes y sus Sonetos del corazón adelante y Elegías de Uad-El-Kebir. Este último de “versos sentenciosos y memorables”; y en Sagrario Torres, quizá la autora que más ha trascendido de todas ellas, y el comentario a su libro de sonetos Catorce bocas me alimentan, influido por Juan Alcaide, de “violencias desaforadas”, “impudor en las confesiones” y “atrevimiento en las metáforas”.
María Payeras aborda la discriminación sufrida por las poetas, quienes, a pesar de los contratiempos, no cesaron de reivindicar la equiparación entre hombres y mujeres y reafirmar su vocación intelectual y sus méritos. Payeras se centra en Gloria Fuertes, autora “puente” entre la primera y la segunda generación de posguerra, que combatió con ironía dicha discriminación de género y se equiparó con otros marginados sociales. Las voces poéticas de Fuertes, Pilar Paz, Angelina Gatell, Cristina Lacasa, Julia Uceda, Dionisia García (estudiada en este volumen por Díez de Revenga), Elena Andrés y Francisca Aguirre se identifican con el compromiso social. Todas ellas “entienden la poesía como una vocación exigente y la asedian con una rigurosa conciencia de estar construyendo una trama de sentidos cuyo reverso guarda las señales de su propio ser”. Precisamente el libro de Pilar Paz Del abreviado mar es objeto de análisis por Empar Bosch. Paz refleja en sus versos los dos modelos de mujer existentes en el franquismo: el de la mujer sumisa inculcado por la sociedad imperante y el antagónico que ella persigue; todo ello desprovisto de un tono dramático o reivindicativo y dotado de un cariz íntimo.
María José Porros analiza la labor de Concha Lagos al frente de la revista Cuadernos de Ágora, que daba cabida en sus páginas a la poesía escrita por mujeres españolas. Por su parte, Blas Sánchez se adentra en las voces de mujer recogidas en las antologías de la generación del 50, mientras que Sharon Kefee explica por qué la figura de Ofelia ha cautivado a autoras como Elena Andrés, Teresa Barbero, Aurora de Albornoz, María Beneyto y María Victoria Atienza. A la última poesía (Las contemplaciones y El hueco) de esta escritora dedica su artículo Xelo Candel, poesía caracterizada por una contenida dicción que sobrecoge por sugerente, una fusión del yo lírico con la naturaleza, una capacidad para llenar de trascendencia los espacios cotidianos y para entender el recuerdo como un presagio. A su vez, Lorena Culebras aborda Espejito, espejito de Francisca Aguirre, donde la poeta narra su infancia y sus vivencias durante la posguerra, entrelazando las narraciones con versos de su producción poética, aquellos mediante los que intenta curar su heridas y contar su historia para deshacerse del dolor.
Concepción Bados se decanta por la figura de la barcelonesa Nuria Parés, autora de tres poemarios y encuadrada en la segunda generación del exilio republicano asentado en México. Parés aúna un mismo lenguaje, una misma tradición, una identidad trasatlántica, pero dos espacios diversos: México y España. La escritura se presenta como terreno ideal para la reconstrucción de una identidad escindida por el exilio, con un espacio consciente que evita el olvido.
El libro es completado por dos textos sobre César Simón y Fernando Quiñones, firmados respectivamente por Almudena del Olmo y Díez de Castro, que rompen la tónica femenina del volumen, pero que tienen cabida entre sus páginas por su condición de orillados de la generación del 50. En el primero, se recuerda que la escasa difusión de los dos primeros y tardíos libros de Simón, de singular propuesta poética, y su condición de poeta de la periferia contribuyeron a su exclusión de la generación del 50, marginalidad que Simón asumió con independencia estética, aquella que configura al ser como el epicentro de la creación poética, donde la ebriedad de la consciencia reclama la vida contemplada en su esencialidad primigenia; el yo poético viaja del arrebato consciente a la plena consciencia de la nada sin patetismo alguno, pero con un estupor que conmueve y una singularidad que emociona. En el segundo, la obra de Quiñones es definida como la “isla con abundantes riquezas” de un poeta “moral e intimista”, “erudito y prosaico”, “epigramático y erótico” que exalta el instante y que ejercita el realismo existencial. Díez de Castro hace especial hincapié en los libros de la serie de crónicas, que abarcan desde 1968 hasta 1998, año de fallecimiento del poeta.
En definitiva, estamos ante un acercamiento a la obra de los integrantes menos encumbrados de la generación del 50, pero no por ello menos válidos, aunque esa decisión queda en manos del lector.