El suicidio en La opera flotante de John Barth: contraste entre las miradas del Apocalipsis y el existencialismo

Suicide in John Barth’s The floating opera: contrast between the apocalyptic and the existentialist perspectives

Jorge Aloy

Universidad Nacional de Lomas de Zamora

Argentina

jorgealoy@yahoo.com.ar

Citación: Aloy, J.(2015). El suicidio en La opera flotante de John Barth: contraste entre las miradas del Apocalipsis y el existencialismo. Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura 25 (2), 125-130. DOI: 10.15443/RL2511

Dirección Postal: Camino de Cintura y Juan XXIII, (1832). Lomas de Zamora. Buenos Aires. Argentina

DOI: dx.doi.org/10.15443/RL2511

Resumen: La opera flotante de John Barth tiene varias puertas de acceso para el análisis. Una de ellas nos lleva a indagar sobre el tema que circunda la obra: el suicidio. Para ello, en el presente trabajo vamos a contrastar las posibles características apocalípticas del personaje principal, Todd Andrews, con determinados postulados de la filosofía existencialista de Jean Paul Sartre. La propuesta estará centrada en revisar puntos de divergencia y de afinidad en ambas cosmovisiones.

Palabras Clave: Apocalipsis - existencialismo - cambio de opinión - muerte - suicidio - vida

Abstract: The floating opera, by John Barth, can be analyzed from several approaches. One of them leads us to research about the issue surrounding this work: suicide. To do this, in the present essay we contrast the possible apocalyptic features of the main character, Todd Andrews, with certain postulates regartding Jean Paul Sartre’s existentialist philosophy. This proposal is focused on revising points of divergence and affinity in both worldviews.

Keywords: Apocalypse - existentialism - change of mind - death - suicide - life

1. El cambio de opinión

Todd Andrews, el personaje de La ópera flotante de John Barth, se presenta a través de un escrito en primera persona en el que da cuenta sobre lo que sucedió un día de 1937 cuando cambió de opinión. El informe, redactado con claridad meridiana, tiene un hueco insondable: Andrews no recuerda si el día que cambió de opinión fue un 21 ó 22 de junio. Esta simple vacilación representa una sutil paradoja: mientras que por un lado podría parecer un detalle sin importancia, por otro luce como un ariete en la exhaustividad de su narración.

El “cambio de opinión”, además de ser el leitmotiv de la historia, será el canal por el cual discurra la vida del protagonista. A medida que ingresamos en la narración de los acontecimientos de su vida, notamos que Todd Andrews espera que su decisión sea avalada y comprendida. En ella rememora el día señalado con infinitos detalles sobre cómo estaba vestido, y sobre cómo realizó su habitual ceremonia matinal antes de salir hacia el estudio jurídico donde ejercía como abogado. “Hasta me acuerdo de mi ropa, aunque la fecha —el 21 o el 22— se me escapa (…): me puse un traje gris y blanco de sirsaca, una camisa marrón de lino, una corbata o corbatín, calcetines marrones y mi sombrero de paja” (Barth, 2002: 24). En el momento que se echó agua fría en la cara comprendió que la mecánica de su rutina tenía algo que revelarle: “se me acercaron todas las cosas del cielo y de la tierra y me di cuenta de que este día sería mi último día; en ese día me destruiría a mí mismo” (Barth, 2002: 24).

La distancia de tiempo entre aquel día de 1937 y la narración, que se produce en 1954, no sólo establece la pauta básica de que Todd Andrews está vivo sino que, además, el espacio que media entre una cosa y otra presupone una reflexión sobre lo sucedido. En la búsqueda de estos pormenores nos encaramamos hacia una narración en donde Andrews ve al suicidio como un final posible, y necesita justificarse si no cumple con tal posibilidad. De acuerdo con la concepción de Frank Kermode, el protagonista se estaría situando en una posición apocalíptica.

Los hombres, al igual que los poetas, nos lanzamos ‘en el mismo medio’, in medias res, cuando nacemos. También morimos in mediis rebus, y para hallar sentido en el lapso de nuestra vida requerimos acuerdos ficticios con los orígenes y con los fines que puedan dar sentido a la vida y a los poemas (Kermode, 2000: 18).

Y Todd Andrews está en la búsqueda de ese sentido, tratando de establecer acuerdos. Comienza por llamar la atención sobre su propio nombre. Prefiere escribirlo Todd, y no Tod, que significa “muerte” en alemán. Inevitablemente descubre que, si bien puede evitar un simbolismo no puede impedir otro: Todd sería casi muerte. Aquí se vislumbra una clave para la lectura, tanto en términos apocalípticos como existencialistas: en primer lugar, por naturaleza, la muerte es el fin inevitable de todos los seres; y en segundo lugar, el existencialismo sartreano, en contraposición a incautas interpretaciones, no abogaba por la muerte como deseo. Precisamente, Sartre define al existencialismo como una doctrina optimista, en donde la acción del hombre tiene fundamental preeminencia. En otras palabras, el hombre no está a la espera de los acontecimientos, sino que actúa conjugando acción y compromiso.

[El existencialismo] no puede ser considerado como una filosofía del quietismo, puesto que define al hombre por la acción: ni como una descripción pesimista del hombre: no hay doctrina más optimista, puesto que el destino del hombre está en él mismo: ni como una tentativa para descorazonar al hombre alejándole de la acción, puesto que le dice que sólo hay esperanza en su acción, y que la única cosa que permite vivir al hombre es el acto (Sartre, 2003: 31).

Todd Andrews es un personaje lúcido. La lucidez alimenta el motor de la acción en La opera flotante. Arlette Elkaim-Sartre en el prólogo de El existencialismo es un humanismo rememora palabras de Jean-Paul Sartre: “Creo que lo que hace molestos a mis personajes es su lucidez. Saben lo que son y eligen el serlo” (2009: 9). El hombre es, para la filosofía existencialista, el compendio de sus actos, y sus actos requieren discernimiento. Los personajes no pueden estar guiados por determinismos biológicos, sino que la única guía que deben tener es su poder de elección. El primer principio del existencialismo sostiene que “El hombre no es otra cosa que lo que él se hace” (2003: 13). Es decir que el hombre comienza por no ser nada, y él mismo será a partir de lo que él se haga. Es una necesidad, ya que no hay Dios para crear al hombre. Cuando Sartre cita las palabras de Dostoievski, “Si Dios no existiera, todo estaría permitido” (2003: 19), no se refiere a que la humanidad fue abandonada en una libertad descontrolada, sino a que el hombre es libre, que debe elegir, decidir y no depender de nadie, ya que no tiene ningún sostén del que aferrarse. Incluso más, si el existencialismo es una doctrina de acción, el hombre no puede estar a la espera de que algo surja misteriosamente. En consonancia con estos preceptos, Andrews narra su vida para dar cuenta de sus actos. Sólo a través de ellos se podrá hallar significación en el cambio de opinión.

2. La investigación

Todd Andrews insiste en todo momento sobre su escasa habilidad para la narrativa, pero no dejará detalle por mencionar con tal de alcanzar la justificación sobre su cambio de parecer. El suicidio, como tema de discusión en el primer plano de la historia, encubre y revela, simultáneamente, una investigación que Andrews viene realizando. Para ello almacena siete cajones con documentos y papeles que acumuló durante nueve años y que considera que lo ayudarán a desentrañar el motivo por el cual su padre, luego de la crisis de 1929, se colgó de una viga del sótano. Es decir que su propio suicidio, imposibilitado por el cambio de opinión, se entronca en la indagación de lo que podría suponerse una decisión obvia por parte de su padre, ya que no desentonaría con la decisión que tomaron muchas personas afectadas por la Gran Depresión. Por consiguiente, el suicidio será el contenido o el pretexto que dará forma a la historia de Todd Andrews, y ésta a su vez, en una suerte de mise en abyme, dará forma a la investigación.

La investigación tiene, en un principio, dos destinatarios. En primer lugar, el lector ocasional que desee informarse sobre el asunto. En segundo término, el mismo Todd: debe comprender el porqué de su cambio de opinión. Finalmente, el transcurso de los acontecimientos revelará un tercer destinatario.

La muerte rodea a Todd Andrews, pero él no la rehúye. Durante su estadía en el ejército le habían detectado una endocarditis bacteriológica subaguda que podría provocarle la muerte de un momento a otro. Guardó esta dolencia entre sus secretos y ni siquiera su padre lo supo, ya que decidió no hacerle sufrir con la noticia.

Andrews vivía solo en la habitación 307 del hotel Dorset, y todas las mañanas pagaba la tarifa diaria, pues se había resistido a pagar por semana o por plazos más extensos. No actuaba de ese modo porque temiese morir y, por consiguiente, perder dinero. Todd lo justificará diciendo que lo hacía “(…) para recordarme −¡en caso de olvidarme!− que le estoy alquilando otro día a la eternidad, pagando el interés en tiempo prestado, alquilando mi cama por las dudas de que viva para dormir allí una vez más, al menos por el principio de otra noche” (2002: 87). En este sentido, Todd Andrews presenta una cosmovisión apocalíptica, ya que todo razonamiento lo lleva hacia un punto concluyente. Lois Parkinson Zamora sostiene que “La obra de John Barth está imbuida por consideraciones de orígenes y conclusiones. Sus personajes pasan de la inocencia a la experiencia, del paraíso al final del sendero” (1996: 128). Andrews quizá esté aturdido porque no pueda desentrañar la causa de la muerte de su padre, pero a la vez le aterra desconocer su propio fin y prefiere ponerle fecha.

Indagar sobre la génesis del suicidio paterno a través de una investigación presupone la reconstrucción del pasado, utilizando opiniones y testimonios de terceros. Todd desea llegar al fondo de la cuestión, pero necesita llenar muchos espacios en blanco. En consonancia con ello, Kermode sostiene que “El Apocalipsis depende de la concordancia entre el pasado imaginativamente registrado y el futuro imaginativamente predicho, alcanzada en nombre de nosotros, los que permanecemos en el mismo medio” (Kermode: 2000: 19). En el mismo medio, ahí donde fuimos lanzados, permanece Todd Andrews, a la espera de obtener con su investigación esta concordancia entre el inicio y el final de la vida de su padre. Si lo consigue, logrará explicar su cambio de opinión.

3. El hombre en el mundo

Si bien la relación entre padre e hijo nunca había sido especialmente afectuosa, develar las causas que llevaron al suicidio del primero podría encaminar a Todd a cerrar algunas incógnitas de su propia vida. La investigación está centrada en la relación de su padre con su propio entorno. Sartre afirma que “Lo concreto es el hombre en el mundo, con esa unión específica del hombre con el mundo, que Heidegger, por ejemplo, llama ‘ser-en-el-mundo’” (Sartre,1976: 41). El hombre y el mundo conforman una totalidad a la que hay que indagar y, en ese sentido, Sartre pregunta: “1°) ¿Cuál es la relación sintética a la que llamamos el ser-en-el-mundo? 2°) ¿Qué deben ser el hombre y el mundo para que la relación entre ambos sea posible?” (Sartre, 1976: 42). No se pueden separar los interrogantes, ambos están imbricados. Todd, al investigar las acciones del padre o las suyas propias, lo que finalmente hace es estudiar conductas humanas. Precisamente, como sostiene Sartre, “(…) cada una de las conductas humanas, siendo conducta del hombre en el mundo, puede entregarnos a la vez el hombre, el mundo y la relación que los une (…)” (Sartre, 1976: 42). En el entramado de la investigación de Todd Andrews se trasluce una continuidad entre la conducta del padre y la suya propia. Todd considera que toda decisión del padre siempre fue meditada y sopesada junto a otras posibilidades y, por lo tanto, debe guardar alguna lógica evidente como para que cualquier persona que lo haya tratado pudiera detectar algún indicio del suicidio. En el fondo, la continuidad de las conductas entre padre e hijo no deja de constituir una unidad que a Todd le puede resultar incómoda, ya que indagar sobre los motivos del suicidio paterno lo llevaría a examinar comparativamente los motivos propios.

La decisión del padre se enmarca en lo que Sartre denominaría el proyecto del ser. “Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero también queremos decir con esto que al elegirse elige a todos los hombres” (Sartre, 2003: 14). Para el existencialismo toda elección se realiza para alcanzar el bien, ya que nunca elegiríamos mal para nosotros mismos. Y toda elección va más allá de los intereses individuales, ya que afecta los intereses de la humanidad. Uno se compromete y es responsable no sólo para sí mismo, sino para todos. Por lo tanto, siguiendo esta línea de pensamiento, Todd intenta desentrañar el suicidio de su padre para que, en la continuidad de ambas conductas, finalmente pueda dilucidar su propio suicidio.

En las postrimerías de su investigación, Todd Andrews toma nota de cinco puntos. En líneas generales, en los tres primeros discurre sobre que nada tiene valor en sí mismo, que las razones por las cuales atribuimos valor a las cosas son meramente irracionales, y que no hay razón para que evaluemos nada, ni siquiera la vida. A primera vista pareciera que existen contradicciones en estos postulados, pero pronto veremos cómo se concatenan. Todd no busca una verdad intrínseca, y por lo tanto el valor que podríamos otorgarle a esa verdad no partiría de la razón. Por ende, si esto es así, no encuentra que valga la pena realizar evaluaciones, ya que toda evaluación sería racional. Por tales motivos no evalúa la vida de su padre, sino que desea hallar los motivos del suicidio, hecho aún más complejo. Cuando Parkinson Zamora sostiene que Andrews “(…) participa en un intento literario por explicar su pasado: por explicar, precisamente, la irrupción de la muerte en ese pasado” (1996: 10) está afirmando que la escritura es la forma por la cual Todd Andrews intenta no sólo razonar sobre los acontecimientos que narra, sino también sobre el significado de la muerte.

Después de la Gran Depresión de 1929 el padre de Todd había perdido su capital y, en silencio, dio fin a su vida. La investigación lleva la pretensión de abarcar la totalidad de aquellos pequeños acontecimientos que rodearon los días previos al suicidio. El modo de recolectar esta información no podría ser otro que interrogando a cada una de las personas que pudo haber hablado con Andrews padre en sus últimas horas. Llegado a este punto, Todd descubre que una respuesta lo llevaría a otros interrogantes, y estos a otros nuevos, y de este modo no podría existir tiempo material que permita investigar. Este hallazgo queda plasmado cuando advierte que “En efecto, mi Investigación es eterna; es decir, procedo como si poseyera la eternidad para investigar” (2002: 88). Pero en un principio, a pesar de conocer sobre la eternidad del proyecto, esto no hace mella en él. Sólo cuando llegó aquel 21 ó 22 de junio y debía cerrar el tema, vislumbró que el método que estaba utilizando no podía ser el correcto. Quizá todas las opiniones que recolectara lo llevarían a concluir que su padre se había suicidado porque no iba a poder soportar la pobreza, pero Todd descubre a través de las acciones que recordaba de su progenitor que era imposible que se hubiera matado por ese motivo. Había resuelto gran parte de los interrogantes: Su padre no era capaz de matarse por algo tan banal como el dinero. La muerte no podía aportar una respuesta a los problemas económicos. En ese sentido, Sartre sostiene que

(…) la muerte no es nunca lo que da a la vida su sentido: es, al contrario, lo que le quita por principio toda significación. Si hemos de morir, nuestra vida carece de sentido, porque sus problemas no reciben ninguna solución y porque la significación misma de los problemas permanece indeterminada.

Vano sería recurrir al suicidio para escapar a esta necesidad (Sartre, 1976: 659).

En la conjunción del método fallido de investigación y el cambio de opinión se encuentra la continuidad entre una vida y otra, pues una es consecuencia de la anterior. Para Todd Andrews el suicidio del padre estaba signando una conducta a seguir, pero en el entramado de su lógica va a surgir una luz que le develará que alguna pieza no encastra.

Retomemos los cinco puntos mencionados anteriormente. Los últimos dos dicen: “IV. Vivir es acción. No hay razón última para la acción. V. No hay razón final para vivir” (Barth: 2002, 361). El cuarto punto, en consonancia con lo expuesto más arriba, es una manifestación explícita de existencialismo sartreano. En cambio, el quinto luce como una declaración apocalíptica. Marc Chénetier sostiene que Todd Andrews no deja librada al azar su decisión de vivir o morir, “sino a la lógica de un árbitro más libertario que libre, a una lógica que, llevada hasta el final, revela lo absurdo del razonamiento que permite” (1997: 117). Andrews, por lo tanto, al poner en cuestión el método de indagación descubre que no podrá llegar jamás a la conclusión que lo lleve a comprender el suicidio del padre. Como corolario agrega una nota entre paréntesis en el último punto: “V. No hay razón final para vivir (o para suicidarse)” (Barth, 2002: 395). Este agregado viene a conciliar su vida con los orígenes y con la incertidumbre de la muerte.

Chénetier afirma que “llegado a la ineluctable conclusión de que su vida no tiene sentido, Andrews no puede escaparse a esta otra: que su muerte, en ese caso, tampoco lo tendría” (1997: 117). En el momento de optar por la vida, el personaje revela una vez más su lucidez: decide actuar en contra de la pérdida de significación que produciría la muerte.

Todd Andrews, en definitiva, cambia de opinión, y reabre la investigación sobre sí mismo “porque si alguna vez podría explicarme por qué se había suicidado papá, debía explicarle yo a él por qué yo no lo había hecho” (Barth, 2002: 395). El cambio de opinión se entronca en la telaraña del razonamiento infinito de Andrews que lo lleva, indefectiblemente, a buscar significación en el acto de estar vivo.

4. Últimas consideraciones

Llegado el momento del cambio de opinión de Todd Andrews se revela el tercer destinatario de la investigación: su padre. Es un destinatario no expresado que, en el momento de evidenciarse, viene a corroborar la continuidad entre una y otra vida, pues la investigación estaba encaminada a analizar ambas conductas humanas.

Si el padre había elegido el suicidio, lo había hecho no sólo para él, sino para toda la humanidad, de acuerdo a la doctrina existencialista. Todd necesitaba indagar sobre el suicidio y tomar distancia. Una vez que hubo conciliado su origen con su finalización indeterminada abandonó aquellas características apocalípticas que parecía cargar desde el comienzo. Por otro lado, su lucidez se impuso sobre la inacción. Andrews confirma con su cambio de opinión lo que Sartre sostiene: “El suicidio es una absurdidad que hace naufragar mi vida en lo absurdo” (1976: 660).

Todd Andrews es un personaje del siglo XX, de la posguerra, con características existencialistas: lúcido, activo y en relación con el mundo. La indagación en su pasado familiar lo coloca en un lugar incómodo. En un principio cree que la conducta de su padre es la conducta a seguir. Luego advierte que él también es un individuo, un ser en el mundo. En consecuencia, el cambio de opinión le da otra vuelta de tuerca al asunto: cuando Todd Andrews elige no suicidarse, lo hace para sí y, en consecuencia, para la humanidad.

Bibliografía

Barth, J. (2002). La opera flotante. Barcelona: El Aleph Editores.

Chénetier, M. (1997). Más allá de la sospecha. La nueva ficción americana desde 1960 hasta nuestros días. Madrid: Visor.

Elkaim-Sartre, A. (2009). “Prólogo”. En Sartre, J. P. El existencialismo es un humanismo. Barcelona: Ed. Edhasa.

Kermode, F. (2000). El sentido de un final. Barcelona: Gedisa Editorial.

Parkinson Zamora, L. (1996). El Apocalipsis de estilo: John Barth y la ficción autodestructiva. En su Narrar el Apocalipsis. México: Fondo de Cultura Económica.

Sartre, J. P. (1976). El ser y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica. Buenos Aires: Ed. Losada.

Sartre, J. P. (2003). El existencialismo es un humanismo. Buenos Aires: Ed. Losada.