Reseña: Michael Billig (2013). Learn to Write Badly: How to Succeed in the Social Sciences. Cambridge: Cambridge University Press. 234 páginas.
Omar Sabaj
Universidad de La Serena
Chile
omarsabaj@userena.cl
Conocía a Michael Billig como el co-autor de uno de los más interesantes artículos, que siempre utilizo en mi asignatura de Análisis del Discurso, sobre los “Seis Atajos Analíticos…” (Antaki, Billig, Edwards & Potter, 2003). En el artículo, los autores y fundadores del Grupo de Discurso y Retórica del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Loughborough, hacen una crítica muy profunda a algunas falencias comunes del Análisis del Discurso.
Durante la realización de su doctorado en Bristol, Michael Billig fue discípulo de Henri Tajfel, uno de los psicólogos sociales más importantes del siglo pasado, cuya Teoría de la Identidad Social ha tenido una enorme influencia en el vasto campo de las ciencias sociales. Los temas que ha tratado Billig, en su productiva carrera, van desde la argumentación a la categorización cognitiva, pasando por la retórica del humor, el nacionalismo “banal”, entre otros.
El objeto de esta reseña es una de sus últimas obras: “Learn to Write Badly: How to Succeed in the Social Sciences” (Aprender a escribir mal: cómo ser exitoso en las Ciencias Sociales), editado por la Universidad de Cambridge en el año 2013. No recuerdo cuándo fue la última vez que compré y leí un libro que me gustara tanto como este. Ya desde el título uno puede comenzar a disfrutar la prosa clara e irónica que le da vida al estilo de Billig, siempre provocador e incisivo: El libro es sencillamente genial.
Como profesor de escritura científica, este texto se ha transformado en una suerte de obsesión, pues me ha hecho ver con claridad muchas de las críticas, que antes solo intuía, respecto de la forma en que enseñamos a escribir. Debo reconocer que, lamentablemente, me siento identificado con la mayoría de las críticas que aparecen en el libro. Aunque interesante para cualquier humanista o científico social, el texto es especialmente atractivo para los lingüistas y los analistas del discurso, pues los principales argumentos que se presentan se asocian a ciertos fenómenos de naturaleza lingüística o discursiva, como la sustantivización o nominalización de la ciencia, el uso de la terminología y de los acrónimos, la ambigüedad de los sintagmas nominales, entre otros.
El texto comienza con un capítulo dedicado al análisis de las publicaciones masivas y su relación con la vida académica. En la primera parte de ese primer capítulo se hace una revisión histórica de la manera en que se ha desarrollado la universidad moderna, marcada por la especialización de los saberes y la consecuente creación de departamentos o facultades, organizadas en torno a estos campos del conocimiento.
Billig nos hace ver cómo las condiciones en las que se desarrolla la academia en la actualidad, altamente influida por modelos de marketing y negocios, han redundado en el lamentable estado de la producción científica: debido a la enorme presión que tenemos por publicar, se escriben millones de artículos, la mayoría de los cuales presentan una calidad baja o directamente pobre. Muy pocos de ellos tienen un impacto social específico. Además, muy difícilmente, contamos con el tiempo necesario para poder leer todo aquello que se produce. Lo que manda hoy en día en la producción científica es la competitividad y la inmediatez de las publicaciones, ambas malas amigas de la investigación seria y reflexiva.
Muy interesante resulta la idea que presenta el autor acerca de la relación entre la sub-especialización de las disciplinas (tipos de sociología, ramas de la lingüística, etc.) y la existencia de revistas que compiten por imponer un enfoque, el cual, una vez es adoptado, funciona como una suerte de pandilla-grupo que permite construir la imagen de los otros que no hacen bien las cosas. Muchos de estos aspectos ya habían sido señalados por Sokal y Bricmont (1998), en su ya clásico “imposturas Intelectuales”.
El segundo capítulo va directamente al corazón del punto que se intenta mostrar: ciertos círculos académicos, asociados a las humanidades y a las ciencias sociales en general, han impuesto un estilo de escritura en el que se valora: a) el uso de términos “inflados” y oscuros (que solo los de mi pandilla pueden captar y valorar), b) la confusión y la ambigüedad de las ideas, c) un estilo entreverado de forma compleja que le permita al lector reconocer en los escritores una suerte de semidioses que están por sobre la gente común, d) un largo etcétera.
En este capítulo, Billig revisa los trabajos sobre la escritura de alumnos de grado realizados por Pierre Bourdieu y sus colaboradores. Estos autores (Bourdieu, Passeron & de Saint Martin, 1996) destacan dos ideas. Una, los académicos están condenados a usar el “lenguaje muerto de la academia”. Otra, los alumnos en formación solo hacen un uso superficial y no profundo de los términos especializados. Cada una de estas observaciones es refutada de forma sistemática e irónica por Billig.
Otro aspecto interesante de este segundo capítulo dice relación con el uso de términos especializados. Algunos ingenuos piensan que, solo por el hecho de usar un término especializado, este es entendido de la misma forma en toda la comunidad en la que se utiliza. El ejemplo que Billig muestra de la “metafunción ideacional” es especialmente indicado para nosotros los lingüistas, en general, pero en especial para aquellos “sistémicos funcionales”.
Lo mismo sucede, indica Billig, con la necesidad, a ratos ridícula, de mostrar que nuestros trabajos se enmarcan en un enfoque determinado, como si la pertenencia a tal o cual enfoque fuese una suerte de garantía de que nuestros hallazgos son mejores que los realizados desde otros marcos. Tal como muestra el autor, la necesidad de posicionar las propias investigaciones dentro de un determinado enfoque es más bien una cuestión social y política que nos permite formar grupos cada vez más cerrados y elitizados, de forma de poder promover nuestras investigaciones y conseguir financiamiento, pero que nada dicen de la calidad de nuestras preguntas de investigación.
En este orden de ideas, cada vez que asisto a un congreso de la especialidad veo con más frecuencia que los investigadores muestran su pertenencia a un enfoque como una suerte de estado fanático o religión extremista. Obviamente, los fanáticos sostienen que los infieles- (los que usan otros enfoques) son amigos del demonio. A mi juicio, la calidad de una investigación ha de medirse por la originalidad de la pregunta que se realiza y por el grado de creatividad con que se responde. Si la investigación se hace con tal o cual enfoque, en definitiva, no da cuenta de la calidad de la pregunta, dice el autor (y nosotros aplaudimos).
En el siguiente capítulo, denominado “Jargon, Nouns and Acronyms” (Jerga, Sustantivos y Acrónimos), Billig ahonda su reflexión y crítica lingüística respecto de la naturaleza de la escritura científica. En primer lugar, trata las razones que se dan para defender el uso de términos especializados: la idea de que el lenguaje común es impreciso, y que gracias a la concepción y uso de términos especializados se da cuenta de elementos que el lenguaje común no puede tratar. Billig muestra con casos concretos cómo la existencia de estos términos no sirve a ninguna de estas funciones, sino que, como ya decíamos, es una forma de crear un grupo y de identificarse con él para demarcarnos con respecto a otros grupos que, generalmente, conciben los objetos de otra manera. Así, el uso de términos especializados es más bien una forma de mostrar que en la academia tenemos una naturaleza distinta a la de la gente común, que difícilmente podrá entendernos. La obsesión por crear nuevos términos es, en buena parte, una forma de discriminación.
La cuestión es aún más dramática en lo que concierne a la excesiva nominalización en el discurso científico. Una de las consecuencias de su uso es el ocultamiento de los agentes. Esto resulta paradojal, especialmente en el ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales, y este es uno de los problemas, dice Billig, de la escritura en estas áreas: las ciencias sociales y las humanidades son las ciencias sobre la cultura del ser humano y nosotros, los científicos que estudiamos al ser humano en sociedad, nos la hemos arreglado para hacer desaparecer a las personas del discurso científico. Billig cita a Biber (2003) para explicar cómo la nominalización en el discurso científico (the nouny nature of science) surgió como una adopción del estilo periodístico.
Tal como se ha sostenido, el uso de la nominalización es funcional a muchas características esenciales del discurso científico. A diferencia de lo que se cree comúnmente, sostiene Billig, el uso de la nominalización y de oraciones pasivas (dos estructuras típicas del discurso académico y científico) no hace que seamos más objetivos, sino más vagos e imprecisos (argumentos similares en Pinker (2014a y 2014b)). Al respecto, es interesante notar, por ejemplo, el rastreo de palabras especializadas en distintas disciplinas. Lo que Billig encuentra es una supremacía del sustantivo, como si los verbos no pudieran transmitir conocimiento especializado. El problema con el uso de nominalizaciones y el uso de estructuras pasivas, como ya hemos sostenido, es que “deshabita” a las ciencias sociales de los actores, agentes que provocan los cambios y procesos que se intentan explicar. En cambio, lo característico del discurso de las ciencias sociales es que se presenten entidades o procesos abstractos que provocan otras entidades y procesos abstractos. El uso de la nominalización tiene la ventaja de dar por hecho una entidad, que luego puedo moldear para construir “mi edificio de cosas” sin importar si esas cosas tienen o no existencia real. Sin embargo, al nominalizar lo que hacemos (des-agentivando el discurso), es darle “estatus de realidad” a una construcción discursiva.
Billig muestra cuáles son los problemas específicos de esta práctica, justamente, usando como ejemplo el término “nominalización”. Según Billig, existe un sinnúmero de acepciones relativas al término y todos los que lo usan lo hacen sin reparar que la existencia misma del término no garantiza una estabilidad semántica. Billig critica de forma aguda, la propuesta de Halliday, y también otras acepciones que se utilizan del término, tanto en la lingüística de corpus, como en otras subdisciplinas.
Algo similar ocurre con el uso obsesivo de acrónimos. Después de explorar una serie de ellos, Billig concluye que no contribuyen a ahorrar espacio. Se trata más bien de una cuestión política, a saber, darle existencia a algo que luego puedo promover, utilizando generalmente verbos que se atribuyen a sujetos animados: “El ACD concibe el lenguaje como una manifestación del poder…”; “La LSF visualiza el lenguaje como una red de opciones…”. Estas estructuras tienen características muy similares, dice Billig, a estructuras de la publicidad como: “(X) deja el piso brillante”, “(X) tiene más sabor”. Otro problema de los acrónimos es su ambigüedad, pues, tal como muestra en sus ejemplos, incluso en una misma disciplina o subdisciplina, un mismo acrónimo refiere a cosas muy distintas.
En los capítulos quinto y sexto, el autor profundiza en estas ideas. Los títulos de estos capítulos son muy decidores: el quinto se llama “Turning People into Things” (Transformando a las personas en cosas) y el sexto “How to avoid Saying Who did it” (Cómo evitar decir quién lo hizo). En ellos, Billig revisa de forma detallada grandes sustantivos que se han creado en distintos ámbitos de las ciencias sociales: la Mediatización, la reificación y la Cosmopolitanización son solo algunos de los términos ideados por los grandes referentes de las ciencias sociales. Estos términos, una vez analizados, permiten llegar a la conclusión de que los académicos hablan “en difícil” para que la audiencia no se dé cuenta de que, en realidad, no están diciendo nada. De especial interés es el análisis que hace Billig de la escritura de Freud en el quinto capítulo. Allí muestra cómo el padre del Psicoanálisis equilibraba de forma notable su estilo, ya que era capaz de escribir de una forma “habitada” (esto es, de forma activa con sujetos agentes) y de una forma abstracta y “despoblada” (con un alto uso de nominalizaciones y estructuras pasivas), y es ese equilibrio, dice Billig, el que hay que cultivar. Es brillante la descripción de cómo Freud pasa de usar el verbo “reprimir” al uso de la nominalización “represión”.
En el sexto capítulo, encontramos un análisis magistral de algunos de los textos seminales del análisis crítico del discurso, a saber, “Language and Control” (Fowler, Hodge, Kress & Trew, 1979). Los analistas del discurso que establecen que el uso de las nominalizaciones y de las estructuras pasivas es funcional a la transmisión de una ideología tal o cual, no hacen sino usar de forma profusa dichas estructuras. Como dice un dicho chileno sobre un sacerdote inconsecuente: “el padre Gatica predica pero no practica”.
Luego, en los capítulos séptimo y octavo, el autor continúa su análisis detallado con un estilo ácido, comentado, en el primero, algunos asuntos de sociología y del análisis conversacional, y sobre la psicología experimental, en el segundo. Así, en el capítulo destinado a la sociología realiza agudos comentarios respecto de la forma en que los seguidores de un autor o de una teoría particular usan y tergiversan las nociones originales. El ejemplo estrella es la noción de “guber-mentalidad” de los foucaultianos. Billig muestra, una vez más, cómo la creación de estos grandes términos sirve a propósitos de promoción y creación de un territorio elitista, más que aportar nuevas ideas sobre un fenómeno específico.
Aunque mucho menos difusos que los grandes sustantivos utilizados en las ciencias sociales (izations), los conceptos técnicos del Análisis Conversacional no escapan a la crítica de Billig. El autor sostiene que, si bien son nociones formales y técnicas mucho más operativas que las de otras teorías, la cosificación de los fenómenos a partir del uso de nominalización y la atribución de actos psicológicos le dan a estas nociones abstractas la calidad de agentes. La crítica de Billig se focaliza en nociones clásicas del análisis conversacional, como las de “par adyacente”, “turno conversacional”, “traslapo e interrupciones”, etc. Al igual que en los apartados anteriores, el autor desarrolla una revisión muy aguda, profunda e irónica, de la forma en que estos grandes sustantivos son desplegados retóricamente en la escritura de los científicos de la sociología y del análisis conversacional.
En el octavo capítulo, Billig analiza algunos fenómenos, interesantes desde un punto de vista retórico, que surgen en el ámbito de la psicología Social Experimental. En primer término, da cuenta de cómo los investigadores en esta área hacen esfuerzos importantes (y ansiosos) para darle el estatus de experimental y científico al campo de la psicología social. Billig comenta algunas oraciones introductorias que aparecen en los manuales más famosos de la psicología social experimental, mostrando cómo los autores en esta área tratan de acercarse a las denominadas “ciencias duras”, aseverando que, en efecto, se trata de estudios científicos y experimentales. Billig muestra cómo esto no es más que una necesidad retórica de los investigadores del área en análisis, que intentan desmarcarse de la crítica común a los estudios de las ciencias sociales que, a menudo, son acusados de no ser científicos. En las disciplinas verdaderamente científicas y experimentales (física y química, por ejemplo), dice el autor, sería bien extraño encontrar las oraciones introductorias de los manuales de psicología social experimental como las que él analiza. Por ejemplo, muestra un caso de un manual de psicología que dice “La psicología social experimental es una ciencia porque utiliza el método científico”. En ningún manual de química uno encontraría algo como “La química es una disciplina científica porque utiliza el método científico”.
El capítulo continúa describiendo el caos que existe en relación a la definición de uno de los conceptos clave en el ámbito de la psicología social, a saber, el proceso de categorización social. Billig muestra cómo el término está plagado de ambigüedades y que la resolución de estas ambigüedades no tiene lugar en las revistas científicas. Lo que se espera más bien en estos medios de difusión es más y más experimentos, los cuales muchas veces se basan en estas nociones que ni si quiera están bien delimitadas. Los psicólogos sociales construyen experimentos basados en lo que Billig denomina “el mundo de las variables” que poco dicen de lo que realmente pasa con las personas que participan como sujetos de esas investigaciones. En definitiva, estas personas pasan a ser cifras que se utilizan para explicar cómo una variable, digamos, “el proceso de categorización social”, influye en otra, por ejemplo, “la empatía”. Así, las personas que realizan esos procesos o que sienten o no empatía por otro sujeto o un grupo quedan ocultas por el juego de variables, en palabras del propio autor: “It appears to confirm that the pure world of variables poorly describes the world of people” (Billig, 2013: 190).
Otra crítica muy interesante a los psicólogos sociales experimentales que se expone en el octavo capítulo dice relación con el fanatismo o culto ciego respecto de “las diferencias estadísticamente significativas”. Según Billig, encontrar este tipo de diferencias se ha transformado en un fin en sí mismo. De hecho, tal como sabemos, casi no existen revistas que publiquen trabajos en los que estas diferencias no aparezcan. Cualquier persona iniciada en el arte de la estadística sabe que todos los resultados de las pruebas para determinar esas diferencias contienen errores, o bien que se basan en promedios o en la desviación estándar. El problema básico es que muchas veces, sostiene Billig, el uso de pruebas estadísticas sofisticadas no hace sino oscurecer la comprensión de la importancia de la diferencia en términos psicológicos, es decir, no contribuyen a entender qué implicancias tienen dichas diferencias respecto del comportamiento de los sujetos que participan de la investigación, más bien, dice Billig, al usar este tipo de pruebas y evitar el uso de estadísticas descriptivas más simples (como la frecuencia) se difuminan las diferencias individuales, que siempre existen, pero quedan ocultas dentro del “promedio del grupo”.
En la última parte del octavo capítulo, Billig agrupa todos estos recursos en dos estrategias más generales que interactúan: la exageración y el ocultamiento de información. En efecto, el uso de los recursos que aparecen descritos en el libro, como el uso de la voz pasiva, el uso de nominalizaciones y de grandes conceptos no hacen sino oscurecer y otorgar ambigüedad a los textos que circulan en el discurso científico y académico. Hablar en difícil se ha convertido en una estúpida moda. En el noveno y último capítulo, Billig nos ofrece una serie de orientaciones muy sencillas para no cometer, en lo posible, algunos de los problemas que se describen a lo largo del libro. Billig presenta sus recomendaciones, recordando las 6 reglas propuestas por Orwell en el clásico ensayo sobre la política y el inglés escrito: Escribir mal es un reflejo de pensar mal y pensar mal tiene consecuencias políticas y económicas irreversibles.
Esta última parte del libro deja un gusto amargo, puesto que Billig sabe que sus recomendaciones serán como susurros al viento. Las malas prácticas discursivas descritas a lo largo del texto tienen su causa en aparatajes burocráticos útiles al modelo económico que están demasiado arraigados en la forma actual del quehacer científico. Por eso, como siempre he pensado que hacer ciencia es sobre todo una cuestión política, entender cómo esos aparatajes burocráticos determinan lo que investigamos y la forma en que lo hacemos es un imperativo ético. Leer esta parte sobre la dominación de las leyes del mercado y de aparatajes burocráticos de la investigación que describe Billig me recordó esta cita premonitoria de Varsavsky (1969) acerca de cómo funciona la ciencia y la academia:
“Pronto ocurre un fenómeno muy usual en nuestra sociedad: los equipos que reciben los fondos y gastan mucho dinero van cobrando por ese solo motivo mayor importancia −con tal de mantener un nivel normal de producción− y eso atrae más fondos.
Los administradores, por su parte, se sienten inclinados a defender sus decisiones, y ‘promueven’ la importancia de los temas que apoyaron.
Esta realimentación positiva produce una especie de selección natural de temas, en la que las nuevas ‘especies’ están tan desfavorecidas con respecto a los temas ya establecidos como una nueva empresa frente a las corporaciones gigantes” (Varsavsky, 1969:13).
Lejos de ser una cosa fácil, dice Billig, para aprender a escribir mal se necesitan muchos años de educación, pero para escribir de forma clara y sencilla se requiere toda una vida. Sin ningún tipo de atenuación, recomiendo a todos los interesados en la vida académica y, particularmente, en los procesos de enseñanza de la escritura, este magnífico libro de Michael Billig.
Bibliografía
Antaki, Ch., Billig, M., Edwards, D. y Potter, J. (2003). El Análisis del discurso implica analizar: Crítica de seis atajos analíticos. Athenea Digital, 3: 14-35.
Biber, D. (2003). Compressed Noun-phrase Structures in Newspapers Discourse: The Competing Demands of Popularization vs Economy. In J. Aitchison & D.M. Lewis (eds.), New Media Language (pp.169-181). London: Routledge.
Bourdieu, P.; Passeron, J. & de Saint Martin, M. (1996). Academic Discourse. Cambridge: Polity Press.
Fowler, R.; Hodge, B.; Kress, G. & Trew, T. (1979). Language and control. London: Routledge.
Orwell, G. (1946). Politics and the English Language. London: Horizon.
Pinker, S. (2014a). Why Academics Stink at Writing. The Chronicle of Higher Education [en línea]. Disponible en: http://chronicle.com/article/Why-Academics-Writing-Stinks/148989/ (Consultado en septiembre 2014).
Pinker, S. (2014b). The Source of Bad Writing. The Wall Street Journal [en línea]. Disponible en: http://www.wsj.com/articles/the-cause-of-bad-writing-1411660188 (Consultado en septiembre 2014).
Sokal, A. & Bricmont, J. (1998). Intellectual Impostures. London: Profile Books.
Varsavsky, O. (1969). Ciencia, Política y Cientificismo. Buenos Aires: CEAL.