Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura

2009, 19 (1) 72-86

 

Crítica de la gubernamentalidad neoliberal: ¿Un giro hacia técnicas de autocolonización en América Latina?

Critics of neoliberal governmentality: A shift toward auto-colonization techniques in Latin America?

Daniel Gihovani Toscano López

Magíster en filosofía y Magíster en estudios políticos, Pontificia Universidad Javeriana. Colombia

Instituto Pensar: miembro grupo de investigación filosofía política y moral, Bogotá.

 

RESUMEN:

 

En este escrito propongo que un dispositivo, denominado gubernamentalidad neoliberal, está compuesto de un conjunto  de elementos heterogéneos, empleados para específicos propósitos dentro de una coyuntura histórica actual, más exactamente en América latina. Un dispositivo que no sólo asegura la constante maximización sobre la población de su utilidad, sino también de su sujeción. La gubernamentalidad neoliberal también ha sido denominada super-imposición narrativa y ha colonizado diferentes ámbitos como la familia, la salud y la educación.

Palabras clave: gubernamentalidad, neoliberalismo, dispositivo, América latina y auto-colonialismo.

ABSTRACT:

 

In this paper I propose that an apparatus, called neoliberal governmentality, is composed of a group of heterogeneous elements used for specific purposes within a currently historical conjuncture, more exactly in America Latina. An apparatus that not only assured the constant maximization on population of their utility but also its subjection. The neoliberal governmentality has been also called superimposed narrative and has colonizaded different fields like the family, the health and the education.

 

Key words: governmentality, neoliberalism, apparatus, América Latina, self-colonization.


 

 

 

 

La reflexión que acometemos pone como asunto central la gubernamentalidad neoliberal, entendida ésta como una práctica de construcción de subjetividades y de “conducción de conductas” que en

América latina, lejos de estar supeditada al Estado o a sus aparatos ideológicos, emplea heterogéneas técnicas de auto-colonización. Dichos ejercicios de poder, no emanan desde una instancia central hasta irrigar el corazón de las relaciones sociales, sino que son la intensificación de prácticas biopolíticas de un dispositivo neoliberal que ha devenido históricamente. Antes que enfatizar en una teoría del Estado, desde la que de un modo ortodoxo se han venido analizando los asuntos del poder y su legitimación, se trata de seguir la vía abierta por teóricos anglo-foucaultianos como Rose y Dean, toda vez que optan por una analítica del gobierno y de la gubernamentalidad. En consecuencia, dentro de un contexto de reflexión para América latina se trata, entonces, de una gubernamentalidad sin gobierno.

Tres son los problemas teóricos que, en términos un tanto vagos y sumarios, subyacen a lo que se ha dado en llamar la analítica de la gubernamentalidad neoliberal, y que brindan, a manera de visión de conjunto, el derrotero que a continuación desarrollaremos: el primero, la mutación de una visión liberal de la sociedad, tanto la Europea como la latinoamericana, cuya crisis, manifiesta hoy en día en la desaceleración mundial de la economía y en el intento de redemocratización de nuestra región en lo político. El segundo, el agotamiento del neoliberalismo contemporáneo en el escenario de América latina que, lejos de ser interpretado como el fin de un modelo civilizatorio de vocación mundial, constituye la redefinición y reedición, no sustancial, de un patrón de poder colonizador de la vida del hombre. De esta manera, el neoliberalismo contemporáneo da lugar a la naturalización de formas de auto-colonización en América latina que hacen del modelo empresa, por una parte, una de las notas características del liberalismo avanzado o neoliberalismo y, por otra, la lógica imperante de las relaciones sociales. El tercero, la formación de una super- imposición narrativa de dominación global, cuya estructura no es un todo macizo, continuo y homogéneo, sino un conjunto de fuerzas, líneas y vectores de diversa naturaleza que se separan, unen, encabalgan, neutralizan y mezclan, dando lugar a una forma caleidoscópica, dispositivo o tecnología de poder, cuyas líneas maestras provienen de la modernidad, la colonización y el eurocentrismo.


 

 

 

Crisis del dispositivo gubernamental liberal

 

 

Los términos gobierno y gubernamentalidad son acuñados por Foucault (1977-1978), por una parte, de manera tardía en relación con el periplo intelectual de sus obras y, por otra, de forma embrionaria por continuarlos

desarrollando en el siguiente curso en el collège de France en 1978-1979, recogidos posteriormente con el nombre de Nacimiento de la Biopolítica. Dentro de este contexto de obras, el pensador francés señala cuatro dominios diferentes de emergencia de la gubernamentalidad: el poder  pastoral del cristianismo primitivo, los  proyectos  de gobierno generados a partir del cameralismo y el mercantilismo de los siglos XVI y XVIII, la racionalidad gubernamental del liberalismo clásico y, finalmente, la gubernamentalidad neoliberal contemporánea en sus dos vertientes, la del ordoliberalismo alemán y el neoliberalismo norteamericano.

 

Existe una interpretación positivista y defensora de la sociedad liberal, devota a los fetiches universales del progreso y el desarrollo que puede leer en la anterior nomenclatura la consecuencia natural del dominio de la racionalidad económico- política sobre formas pre-liberales. Es decir, que el neoliberalismo contemporáneo y su gubernamentalidad son el resultado de un proceso natural, lineal y evolutivo: aquello que Weber, en último término, denominó proceso de racionalización de occidente como desencantamiento del mundo, con la correspondiente desacralización de la naturaleza y el desmoronamiento de las imágenes religiosas de la vida. Tal enfoque, heredero de la teoría de la modernización, considera que la sociedad liberal avanza teleológicamente en una vía de creciente progreso, toda vez que históricamente ha triunfado sobre otras formas de gubernamentalidad. No obstante, dicha visión malogra una concepción del neoliberalismo como dispositivo de poder, cuya nota característica es estar siempre en crisis, en tanto esfuerzo de, por una parte, generar una razón de Estado y, por otra, constituirse en una práctica de objetivación de los seres humanos para la “conducción de conductas”. Al referirse a este movimiento pendular de la gubernamentalidad neoliberal, Castro et al. (2005: 145) plantea que: “esta crisis no conlleva el debilitamiento de la estructura mundial al interior de la cual operaba tal dispositivo. Lo que aquí denominaré el “fin de la modernidad” es tan solo la crisis de una configuración histórica del poder en el marco del sistema- mundo capitalista, que


 

 

 

sin embargo ha tomado otras formas en tiempos de globalización, sin que ello implique la desaparición de ese mismo sistema-mundo”.

La gubernamentalidad liberal se ha erigido en un dispositivo  estratégico  que, dentro del contexto de América latina, avanza gestionando crisis. La manera  de hacerlo no es sólo administrando la vida del hombre, sino que también, al tiempo que osa hacer inteligible la realidad, la conduce. El modus operandi del dispositivo gubernamental neoliberal puede ilustrarse mejor en la medida en que precisemos lo que debe entenderse por dicha noción. Varios son los teóricos desde los que podemos rastrear el uso del término: en primer lugar, los pensadores Dreyfus (2001) y Rabinow (2003) hablan del dispositivo como “aparato” o “grilla de inteligibilidad”, mientras que en Deleuze (1999) se emplea como un ovillo o madeja, el cual está vertebrado por líneas de visibilidad, enunciación, fuerza, subjetivación, entre otras. La concepción Deleuziana de dispositivo también está asociada a una máquina, que no es un todo monolítico, que no debe entenderse como instancia a priori, sino como el resultado de determinadas prácticas, que articuladas a regímenes de verdad, “hacen ver” y “hacen hablar” la realidad misma. Ahora bien, Agamben (2007) abre el espectro del significado y función que entraña la noción de dispositivo. Para él, el dispositivo comporta al menos tres sentidos: jurídico, militar y tecnológico.

 

Para el caso que nos ocupa, el dispositivo gubernamental neoliberal debe ser entendido desde la complejidad de todos estos matices, en la medida en que articula autores y miradas sobre tal noción que, antes de reñir entre sí, son complementarias. La puesta en juego del término dispositivo, entendido este como máquina, ovillo, madeja u aparato se manifiesta en el modo en que el neoliberalismo en América latina se ha venido desplegando, como ejercicio de poder que, al corregir la racionalidad económica del capitalismo en su versión clásica, desarrolla formas sutiles y refinadas de auto-colonización: dan testimonio de ello, la multiplicación del modelo empresa a lo educativo y a la salud, así como la construcción de nuevas subjetividades.

 

En el caso de la educación asistimos a reformas educativas que promueven la irrupción del discurso y la lógica empresarial en la escuela y la universidad, suscitándose no sólo la radicalización del neoliberalismo, sino que la integración de la escuela a la lógica del mercado termina en su pérdida de identidad al ceñirse a un patrón abstracto que calca unos principios que no le pertenecen. En la salud, el hospital se convierte en la referencia para hacer de la salud un negocio, en donde el paciente  convertido  en  cliente  representa  los  ingresos  de  un  hospital  cuyo  clima


 

 

mercantil lleva a la mutación de sus referencias internas y al enfriamiento de sus relaciones humanas.

Del mismo modo que categorías como el Estado, sociedad civil, poder, gobierno, entre otras, deben ser tratadas renunciando a la ilusión sustancialista de creer que son fenómenos que siempre han existido, de igual forma el neoliberalismo es una realidad transitoria, cuya práctica de gobierno se ha naturalizado, sedimentado y, finalmente, cristalizado. En virtud de esto, el neoliberalismo no es concebido aquí como una teoría o ideología, sino como una práctica o, en palabras de Vásquez (2005: 77): “arte de gobierno y racionalidad de gobierno”. Enseguida, haremos hincapié en aquellos elementos que ayudan a configurar un cierto rostro de este ethos, práctica o arte de gobierno de talante liberal. No es de nuestro interés realizar una descripción pormenorizada de las distintas formas de gubernamentalidad, sea no liberal, preliberal o liberal, sino situarnos en la distinción entre liberalismo clásico y el avanzado. El límite que se traza en este escrito corresponde al esfuerzo por establecer las vecindades y puntos de desplazamiento, resultado de un ejercicio de comparación y  de contrapunteo entre el liberalismo clásico y el liberalismo avanzado. Como consecuencia de tal transformación, se asiste al reacomodo y la reorganización global de la economía capitalista con sus implicaciones para América latina.

 

Reedición de un nuevo patrón de poder colonizador de la vida del hombre

 

 

Ahumada (2002) ha caracterizado el modelo neoliberal a partir de cuatro premisas: el papel positivo de la desigualdad, el desmantelamiento de las funciones económicas y sociales del Estado, la deificación del mercado y

la validación del subjetivismo como criterio de verdad. Aunque tales principios teóricos orienten el liberalismo desde sus comienzos históricos hasta la actualidad, no obstante, existen matices y diferencias importantes entre los liberalismos clásico y avanzado. El liberalismo clásico, el impulsado por Adam Smith y David Ricardo, desde sus comienzos emerge como un arte de gobernar, pero se establece como ethos crítico frente a la sociedad monárquica, desplegada entre los siglos XVI y XVIII. En ésta el blanco de gobierno era el territorio, y  sus procedimientos de poder eran excesivos y onerosos. Así mismo, en dicha sociedad de corte monárquico el ejercicio de la fuerza física y la dominación eran las notas características y su acción recaía sobre sujetos jurídicos. La caracterización de la gubernamentalidad clásica liberal, que


 

marca el giro de un gobierno monárquico al gobierno liberal, es descrita por Vásquez (2005: 86) del siguiente modo:

 

“Su ámbito no es el topos geométrico del territorio sino el espacio profundo y tridimensional constituido por los procesos biológicos que conforman la “población”, los procesos económicos que conforman la producción y el “mercado”, y los procesos culturales y civilizatorios que componen la “sociedad civil”. La población, el mercado y la sociedad civil, o la “sociedad” tout court, emergen en la grieta abierta por las críticas a un Estado desmesurado y ubicuo”.

En los dos casos del neoliberalismo contemporáneo, en sus vertientes alemán y norteamericano, no se trata de una mera reactivación de pensadores neoclásicos como Adam Smith y David Ricardo o de extrapolar un tipo de sociedad mercantil a la nuestra. Antes bien, el asunto primordial del neoliberalismo contemporáneo es formulado por Foucault (2007: 157) en el siguiente sentido: “el problema del neoliberalismo, al contrario, pasa por saber cómo se puede ajustar el ejercicio global del poder político a los principios de una economía de mercado”.

Entre los ajustes más importantes del neoliberalismo contemporáneo o avanzado al liberalismo clásico, los cuales se dan por doble partida, se cuentan: desde la óptica del ordoliberalismo alemán, en primer lugar la desvinculación de los principios del mercado del laissez-faire; en segundo lugar, la naturaleza de la intervención o acciones conformes; en tercer lugar el asunto social. Desde la perspectiva del neoliberalismo norteamericano se cuentan el capital social, la seguridad y el denominado prudencialismo.

En el liberalismo clásico del siglo XVIII, el mercado cumple una función capital en el desarrollo social y económico. Por eso el liberalismo clásico lo deifica como si se tratara de un dato natural, a priori, capaz de regular y equilibrar de manera natural los precios. Hayek (1952: 7), representante de la escuela de Austria, al referirse a la naturaleza del mercado, afirma: “sus fuerzas son impersonales y los hombres con frecuencia no pueden entenderlas. El progreso depende de que ellos le otorgen al mercado una deferencia incuestionada”. Ahora bien, para que el mercado cumpla a cabalidad con su función económica, se requiere de la no intervención del Estado. Un argumento esgrimido por los ideólogos neoliberales para el desmantelamiento del Estado, que en América latina el debilitamiento de su papel actúa como el clima propicio para la irrupción de las grandes multinacionales y el intervencionismo foráneo, es según Ahumada (2002: 130): “La intervención estatal es nociva porque hace que la red de información del sistema de precios emita señales engañosas”.


 

 

 

Desde otra perspectiva, el carácter ilimitado de la razón de Estado, heredera de la sociedad monárquica y del poder real, encuentra en este ejercicio de libertad de mercado su propia limitación. En consecuencia, el mercado se erige en lugar de verdad que orienta la razón gubernamental liberal o, en otras palabras, es línea de visibilidad de un dispositivo liberal que reduce el papel del Estado a su mínima expresión. De este modo el laisser-faire, laisser-passer está vinculado al mercado toda vez que permite a sus propios mecanismos actuar por mismos, generando una distribución natural justa sobre los individuos a la medida de sus contribuciones productivas. En cambio, para el liberalismo avanzado, más exactamente el ordoliberal alemán, el juego libre del mercado no es un factum, no es producido espontáneamente por un orden natural, sino que se trata de una realidad construida. Por esto es que Von Hayek señala que la libertad “es un artefacto”. Por tanto, desde la perspectiva del liberalismo avanzado éste debe intervenir y controlar el devenir económico. De allí que Foucault (2007: 162) haga hincapié en que “el neoliberalismo, entonces, no va a situarse bajo el signo del laissez-faire sino, por el contrario, bajo el signo de una vigilancia, una actividad, una intervención permanente”. En este orden de ideas, puede entenderse la tesis de Deleuze (1996: 278), quien describe el tránsito de las sociedades disciplinarias a otras del control: “todos los centros de encierro atraviesan una crisis generalizada (…) solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente ocupada mientras se instalan estas nuevas fuerzas que ya están llamando a nuestras puertas”.

En cuanto al aspecto del intervencionismo, mientras el liberalismo clásico se centraba en el asunto de la agenda y non agenda, es decir entre lo que se puede intervenir y lo que no se puede, el asunto medular para el liberalismo avanzado consiste en cómo intervenir. En  consecuencia, el  problema que enfrenta  el neoliberalismo contemporáneo es el de la naturaleza de sus intervenciones; sin embargo, para los ordoliberales no se trata de poner límite a los efectos funestos del Estado, sino de plantear la libertad de mercado como principio regulador y orientador del Estado. Ciertamente, el mercado reforma el Estado, no situándose en la vieja fórmula del siglo XVIII del laissez-faire, sino en la de la vigilancia y la intervención permanente; intervenciones que para Eucken se dividen en acciones reguladoras y ordenadoras.

El liberalismo clásico proponía que el Estado se ocupara de los efectos del mercado sin intervenir en éste, mientras que ahora, pretendiendo echar por tierra las críticas efectuadas al liberalismo clásico de abandono de lo social o de ocupación de ello a través de políticas asistencialistas, la intervención se hace sobre la sociedad


 

 

 

misma. Por eso este tipo de intervención de lo social define un estilo gubernamental que se erige en nota predominante de una sociedad neoliberal que no es la misma mercantil del siglo XVIII. Con ello el liberalismo contemporáneo arriba a la paradoja del papel asumido por la sociedad en relación con el gobierno, pues es en virtud de aquélla que éste se delimita, pero la población será, al mismo tiempo, blanco de intervención gubernamental. Finalmente, en relación con el asunto social, Vásquez (2005), siguiendo a Robert, habla de una mutación de lo social, mientras que, siguiendo a Dean y Rose, emplea la expresión: “discurso neo-social del liberalismo. Con ello no es que se saque de la agenda lo social, sino de una nueva forma de tratarlo.

Desde el contexto del neo-liberalismo norteamericano, y no es que existan diferencias sustanciales en ello con respecto al neoliberalismo alemán, su discurso incorpora la noción de capital humano y los problemas de la criminalidad, la delincuencia y el terrorismo. Estos elementos son la plataforma de lo que se ha dado en llamar “nuevo prudencialismo”, en donde a los riesgos y peligros que se ciernen sobre la sociedad liberal se contesta, como lo subraya Vásquez, (2005: 97) con “el imperativo de hacer responsables a los individuos de su propia existencia y de sus avatares, de fabricarse a uno mismo como consumidor potenciando la propia autoestima y el modelo de una vida de “calidad””. Ahora bien, desde una perspectiva concreta, tal imperativo se  refleja en lo que Bauman (2007: 15)  denomina como característico de nuestra sociedad contemporánea un miedo líquido. De allí que según este autor: “esta sociedad moderna líquida es un artefacto que trata de hacernos llevadero el vivir con miedo”.

Aunque para autores como Foucault (2007) puedan existir algunas diferencias macizas entre el ordoliberalismo y el norteamericano, en tanto en el primero es una técnica de acción gubernamental y el segundo es una forma de pensar y de ser ambos convergen en la conformación de una Vitalpolitik, biopolítica. Para ello, como desplazamiento en la doctrina liberal tradicional que resonará en las dos versiones contemporáneas del neoliberalismo, el homo oeconomicus ya no se entiende como hombre del intercambio o consumidor, sino un hombre de empresa. De este modo el ideario neoliberal no es el de modelar una sociedad de masas, que marche al compás de lo mercantil, sino de “multiplicar la forma empresa”. Es precisamente, dentro del contexto de los ajustes del neoliberalismo actual a la doctrina tradicional liberal que América latina debe ser pensada, pues recibimos el influjo de las vertientes alemana y norteamericana en la medida en que desde las prácticas jurídicas, educativas, de salubridad,  hemos  interiorizado  la misión civilizadora de reglamentar los  instintos,


 

 

domesticar las sensibilidades consideradas primitivas. Se trata, entonces,  de determinar las técnicas de auto-colonización que dentro del contexto de  la globalización son concebidas dentro de un proceso de postcolonialización, no en el sentido clásico de anexión de territorios o de pretensión de un espacio vital (vital space

/ lebensraum), sino como lo precisa Alfonso de Toro (1999:34):

“Así, se trata a la vez de una reescritura del discurso del centro y además de una reescritura del discurso de la periferia, de un “contra discurso” como discurso subversivo, de reflexión y de tipo crítico, creativo, híbrido, heterogéneo; se trata de un descentramiento semiótico-epistemológico y de una reapropiación de los discursos del centro y de la periferia y de su implantación recodificada a través de su inclusión en un nuevo contexto y paradigma histórico”.

Desde esta perspectiva, tres son las consecuencias que conlleva esta nueva gubernamentalidad neoliberal dentro de un contexto de globalización para América latina.

En primer lugar, se gobierna para el mercado, de tal manera que, en virtud de esto, el liberalismo clásico ha sido ajustado a prácticas gubernamentales de técnicas biopolíticas de control sobre la vida. Así, por ejemplo, en el asunto del desempleo, en vez de brindar al individuo un subsidio estatal para paliar su necesidad, se le asesora para que se haga cargo de su situación que, a los ojos de la máquina gubernamental neoliberal por el hecho de promover en la persona el ideario de buen empresario de mismo, es considerado como un trabajador en potencia. Del mismo modo, lo que subyace a los mecanismos de protección social no es otra cosa que delegar en los sujetos que cotizan a la seguridad social la prevención de riesgos en un mundo de inestabilidad económica, pandemias, terrorismo, entre otros. Por eso, desde las distintas reformas suscitadas en América latina a sus Constituciones políticas, se afirman los imperativos del ciudadano libre, autónomo, capaz de autodeterminarse, de tal manera que los sujetos que no lo logren o, tratándose de etnias o grupos humanos, la gubernamentalidad neoliberal introduce técnicas en lo educativo. Así, el hecho de considerar a la escuela como una empresa, suscita en la psicología del individuo normas de la buena conducta y de la construcción del buen ciudadano. En palabras de Laval (2004: 90): “existe una tendencia de “pedagogización” de la existencia, en donde el ciudadano tiene la responsabilidad de aprender, no tanto para su realización personal o para fines emancipatorios, sino como obligación de supervivencia en el mercado de trabajo”. Desde otro ángulo, el incremento de la criminalidad, de la amenaza del terrorismo, el desempleo, la pobreza lleva al despliegue de técnicas de


 

 

 

“estado de excepción” que según Agamben (2004) hacen de la suspensión de las garantías constitucionales la nota predominante.

En segundo lugar, la sociedad misma debe ser modelada bajo la forma del modelo empresa, de manera que la familia, la escuela, el hospital experimentan en el plano de las relaciones humanas la irrupción de la lógica económica. En tercer lugar, la continua puesta en juego y permanente recreación de la competencia como el fundamento mismo de la sociedad.

 

Formación de una super-imposición narrativa

 

 

En este momento nuestra reflexión enfrenta el reto de la naturalización de la visión neoliberal de la sociedad, pues con la multiplicación del modelo empresa a distintas esferas de la sociedad como la familia, el hospital y la

escuela, esta concepción ha sido asumida por muchos como la más progresista y moderna. En consecuencia, estamos abocados a establecer, de modo general, cuál es el espíritu que da forma a esta omnipresente narrativa económica del liberalismo avanzado o neoliberalismo que ha estallado en varias super-imposiciones, término acuñado por Esposito (2008), y que, en América latina, adoptan la forma de la autocolonización. Ahora bien, dichas fuerzas modeladoras han de ser  rastreadas desde los conceptos de modernidad, colonialismo y eurocentrismo.

Para llevar a buen término lo anterior, debemos plantear una de las figuras que, quizás, mejor ilustran el impulso de construcción de lo que es hoy por hoy este modelo de poder de vocación mundial, es decir, del carácter civilizatorio de la racionalidad económica occidental. Esa figura es Odiseo. Este anticipa y encarna el prototipo del proyecto de la Modernidad, el cual consiste, según Adorno y Horkheimer (1994), en desembarazar al mundo de la superstición y de la magia, sometiendo la vida entera al primado de la razón. Precisamente, cuando Odiseo narra a Alcínoo, rey de Esqueria, (Homer, 1996) el periplo que ha tenido que padecer para volver a su patria, Ítaca, se está evocando, no sólo la modernidad como proyecto emancipador y de desencantamiento del mundo, sino de un discurso o narrativa de una  atmósfera cultural que, en su proceso de construcción histórico, busca el reconocimiento de ella misma.

Ese esfuerzo de autoconocimiento o necesidad de auto-cercioramiento de la Modernidad (Habermas, 2008) es, en otra nomenclatura, el espíritu de una época y cultura  que  se  auto-produce  y  otorga  identidad,  por  una  parte,  construyendo  un


 

 

imaginario que le permita definirse y, por otra, excluyendo y tomando distancia de “lo otro”. Lo otro es lo irracional, lo tradicional, lo que se resiste a entrar en el cálculo de la razón. No es gratuito que Odiseo reciba, en palabras  de Ramos  (1970: 5), los apelativos de “mitoclasta, instaurador de la razón, expedicionario de los sentimientos, que busca la verdad de la existencia”. Odiseo es, pues, portaestandarte de una racionalidad que coloniza todo cuanto sale a su paso: cíclopes, lotófagos, ciconios, lestrigones, sirenas, entre otros. Del mismo modo, el proyecto de la modernidad en su autocercioramiento, encuentra en hechos como la conquista de América, tanto el obstáculo para llegar a su ítaca civilizada, pero también la posibilidad de imponer un patrón civilizatorio mediante el despliegue de distintas prácticas y discursos históricos como los de evangelización, civilización, desarrollo, orden y progreso. Por eso es que para Mignolo (2005:61): “la colonialidad es constitutiva de la modernidad, y no derivativa”.

Odiseo niega todo lo que es extraño y ajeno a la lógica de su visión civilizada del mundo, pues, mientras su mirada es binocular, la de los cíclopes primitiva, mientras sus conmilitones quedan prendados al eterno presente al consumir el loto, él sacrifica el deseo inmediato en aras del futuro. Así mismo, no se arredra ante los hechizos de Circe, y al descender al Hades conjura las figuras del pasado. Cuando Odiseo, finalmente, logra llegar a Ítaca enfrentará a los politicastros disfrazado de mendigo. Es el último bastión de su proceso colonizador que adopta la forma de la “auto- colonización”.

De manera análoga a la narración que Odiseo despliega a Alcínoo, como proceso de construcción de su propia identidad, la modernidad, el colonialismo y Europa han contribuido a la formación de un sistema-mundo o de una super-imposición narrativa que alimenta desde tal distancia histórica  el dispositivo gubernamental neoliberal. Autores como Quijano (2005), quien ha debatido extensamente la configuración de un poder hegemónico europeo en desmedro de expresiones culturales tradicionales o no- modernas, de formas de producción de conocimiento y de sentido, de universos simbólicos y de singularidades histórico-culturales en América latina, se ha referido a la consolidación de la colonización y el avasallamiento de Europa sobre ésta, desde tiempos de la conquista, como “el nuevo patrón de poder de vocación mundial”. Dicho modelo de ordenamiento y de colonización de lo social ha desembocado en lo que hoy en día se ha dado en llamar, al decir de Lander, “formas naturales de la vida social” (2005: 20); sin embargo, tal modelo civilizatorio universal se ha mostrado depurado de contradicciones, sustraído a los efectos de su lógica implacable y desembarazado de responsabilidades políticas, económicas y morales frente a lo social, cuando, por el


 

 

 

contrario, su hegemonía ha sido llevada a buen recaudo bajo el signo de la exclusión y la expoliación, pues se impuso expropiando tierras, sacando de las parcelas a campesinos y trabajadores en un proceso que, lejos de ser percibido como normal y natural, fue una violencia que comenzó con la conquista de América, reduciendo al mismo membrete racial de indígena a heterogéneos tipos humanos, y se extendió, posteriormente, por la misma Europa durante los siglos XVIII y XIX.

Negri y Cocco (2006: 163) se refieren al liberalismo en América latina como “escoba de Dios”, es decir que “el neoliberalismo, en América latina, atacó y eliminó algunos viejos desequilibrios internos, propios de los sistemas políticos, e hizo transitar la dependencia desde un ámbito semicolonial hacia un ámbito global (…) las nuevas políticas liberales ensanchan extraordinariamente las dimensiones del mercado de trabajo y rediseñan su calidad”. Precisamente, es ese esfuerzo de rectificación de la doctrina liberal tradicional la que hace de la gubernamentalidad neoliberal en América latina un aparato estratégico, cuyos elementos cambian estratégicamente, modifica sutilmente sus funciones y se torna flexible para ser la máquina de un poder sobre la vida que, al tiempo que administra los riesgos, moldea a los ciudadanos como empresarios de mismos.


 

 

 

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