Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura

2011, 21 (1) 53-71

 

EL VIAJE CHILE-EUROPA EN LA POESÍA CHILENA: UN INVENTARIO PRELIMINAR

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The America/ Europe journey in the Chilean lyric poetry

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Walter Hoefler Ebers 1

1  Universidad de La Serena, Chile

Doctor en Filosofía, Universidad de Frankfurt-M, Alemania. whoefler@userena.cl

 

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RESUMEN

Se trata de un arevisión del corpus de la poesía chilena para establecer tanto las particularidades del viaje como su particular  modo  de  asumirlo en la poesía lírica, entendiendo, que se asume como viaje de conquista, de exploración, de simple turismo, deindagacn, deapropiacnhastacomo crítica cultural o antropología. Se trata de concluir con consideraciones históricas como  tipólogicas de su funcionalización. Se presume que hay una correlación en tre las modalidades epistémicas del viaje y el desarrollo lírico, al mismo tiempo que suele presentarse una reflexión metapoética en torno al alcance y sentido del viaje.

 

 

 

 

 

Palabras clave: El viaje, poesia chilena, sentido y función.


ABSTRACT

This work is about an examination of the cor- pus of Chilean poetry to establish both the travel modalities and the particular way the lyric poetry assumes it, understanding that its seems like a travel of conquer, explora- tion, common tourism, investigation, owner- ship, even as cultural critic or anthropology. It tries to conclude with both historical and typological considerations of its functional- ity. It is presumed to be a link between both epistemic modalities: lyrical development and travel, at  the  same  time  that  there is a metapoetic meditation towards the meaning   and   the   range   of   the   travel.

 

 

 

 

Keywords: the travel, Chilean poetry, sense & function.


Una investigación hoy es necesariamente también metaindagación. Esto aunque hemos descartado trabajar con clasificaciones o tipologías apriorísticas de las categorías de viaje o de los relatos de viaje, en vistas a considerar el tema en el marco de la lírica chilena.

Ceñimos esta investigación preliminar al viaje América-Europa, sólo esa dirección o meta, revisando un corpus posible de la poesía chilena en un cierto orden lineal:

 

1.1.- Nos basamos en la Antología Crítica de Naín Nómez (Nómez, 2000) que, si bien tiene otro objetivo, es un registro relativamente serio y exhaustivo de autores y textos, en sus líneas más caracterizadoras y caracterizadas, pudiendo la presencia o no de textos relativos al viaje, ser un indicador probable de una recurrencia significativa. También utilizamos obras críticas, completas, compilatorias o de otra índole de diversos autores y a mi memoria y experiencia relativas de lector. Con lo de preliminar, me curo en salud, de pretender aquí una exhaustividad, trazada antes como meta a más largo plazo.

 

2.1.- El viaje unidireccional: América-Europa, puede suponer éste como viaje único, u otro, y aquí aventuro una hipótesis sugerida recientemente por un novelista chileno debutante: El viaje, ante todo, tiene como objetivo el retorno, volver. (Guerrero, 2004: E15). No tiene sentido el viaje, consignamos, sin el presupuesto del retorno. Esto puede significar que el viaje América-Europa sea entendido como un viaje de retorno a una fuente primaria de partida, en el marco de una teoría de la dependencia o de la conquista como colonización de origen europeo. Pero igualmente este viaje exigiría el retorno a América.

 

2.2.- Supuse además que podría partir desechando principalmente alguna clasificación preliminar de los tipos de viajes o de desplazamientos:

2.2.1.  Con criterio histórico, optamos por seguir el orden cronológico de su ocurrencia.

 

2.2.2.      El criterio de las opciones tecnológicas, que considera como determinante el medio con el que se realiza el viaje, aunque parece no tener una fuerte incidencia en la opción por el discurso lírico, tiene implicancia simbólica, así como es relativa su incidencia en el viaje a Europa, empezando por el descarte del tren. Los propios poetas lo suscriben a su manera como criterio. También la filología anterior, clásica, atendió este aspecto pero centrándose en la relación poesía y retórica, la sorpresa y la manera como se aludió al primer barco, el Argos, curiosamente fueron vistos como nubes o aves, así como después los aviones fueron llamados navíos del cielo, allí una opción a su modo sugerida y resuelta inicialmente por E.R. Curtius.


(Curtius, 1954: 416).

Así  Miguel Arteche convoca en su apoteosis exclamativa, el navegar como clásica o convencional  alegoría de la vida:

“¡Oh distante: navegas constelado de plata sideral! ¡Huracanes restallan! ¡Y la proa

levanta su aguijón, su trazo helado!

Ajeno

esquivo

soñador

viajero.”    (Arteche, 1963: 45-46)

Pero además, en contra de su propia inclinación, un cierto clasicismo de raigambre hispánica, se aventura en diagramaciones “futuristas”.

 

Gonzalo Rojas, a su vez, hace una historia poética del aeroplano, en su poema titulado “Voyager”:

“Cuéntase y ha de ser que el primer aeroplano sigue ahí y no ha vuelto, fascinado

por la construcción intacta del ritmo, sin más gasolina que el pensamiento de Leonardo, lo de Ícaro es mito,

Huidobro

fue el único que lo vio y ya no hay más testigo…” (Rojas, 2000: 476).

A partir de este criterio se pueden conjeturar las relaciones poético simbólicas entre el poetizar y el navegar, el volar, el viaje en tren, teniendo todas estas proyecciones vínculos comprensivos con las nociones de modernidad tecnológica y de límites de lo humano. En el caso del viaje en tren este tiene sólo proyección nacional: expansión de la modernidad para Neruda, viaje al origen, corredor de encuentros, marca del tiempo, para Teillier, entre otros sentidos.

 

2.2.3.     Partir sino de las eventuales  condiciones  epistémicas  generales, las que establecen una tipología desde ciertas condiciones teóricas. Fundamentalmente hablaríamos del viaje de conquista, de la exploración o investigación, incluyendo la poética y ciertamente la aventura, y finalmente el del turismo. Aunque tampoco tiene incidencia como categoría distintiva del viaje en la lírica, sí tiende a marcar improntas cuantitativas.

 

2.2.4.  Una cuarta posibilidad se orienta antes a clasificar la modalidad de la transformación discursiva o textual de la experiencia del viaje, proponiendo en tal sentido una clasificación análoga a la que se desprende del relato de


viaje. (Cf. Tonko, 2008: 11-48; Aguilera, 2008: 49-74) Advertimos que las condiciones de esto emanan de distinciones de las gramáticas indígenas y que poseen marcas morfemáticas relativas al origen del saber.

 

2.2.4.1.  Así el viaje referido en condición de testigo partícipe, lo que con más frecuencia ocurre en la lírica.

 

2.2.4.2.  El viaje referido en función indirecta de testimonios documentales, sean técnicos o literarios.

 

2.2.4.3.  El viaje referido en función de una ficcionalización radical. Dicho sea de paso que toda transformación implica siempre en el orden de la selección la imposibilidad de establecer con precisión la proveniencia de la fuente de información, y que tanto el relato pretendidamente veraz, como el relato ficcional asumen o pueden asumir la contingencia o la apariencia del otro, relativizando su verosimilitud. Sería el caso del Poema de Chile de Gabriela Mistral.

 

2.5. Por último, ¿por qué descartar el sentido tipificador del viaje actual a partir de las clasificaciones de la líneas aéreas: turista y económica (business), y que juegan también con la bisemia de esta última palabra.

 

3.- Otra primera suposición fue que puede haber una memoria intencional, programada del viaje fundador, por la similitud entre la condición fundante del poema y el acto efectivo de la fundación de ciudades, pero más a menudo, la rememoración de éste se da a través de expresiones involuntarias. También constatamosqueenpoesíahayunmodoautorreferente, crítico, enunasuerte de expresa intención de inscribirse en alguna modalidad literaria del viaje, basada en modelos prestigiosos. La tercera es la simple derivación empírica de tener que dar cuenta poéticamente de desplazamientos efectivos, sean estos viajes, empresas, migraciones o exilios.

 

También el viaje real e histórico, nace junto con la necesidad de representarlo, de referirlo, de relatarlo, de apropiarse de él discursivamente. Es cierto que esto pasa porque nosotros estamos precisamente recurriendo a fuentes literarias, textuales, y entonces empieza a parecernos que todos los viajes son o deben ser testimoniables, como condición de su registro, por eso debemos también reconocer la posibilidad hipotética de otro tipo de viajes. Aquí es donde a mi juicio la poesía en su condición fragmentaria, proteica, inconsciente, deja las huellas de la desaparición del relato, los agujeros negros de las aventuras sin registro, de los viajeros inadvertidos hasta de algunas otras inconmensurables dimensiones simbólicas del viaje poético.


¿En qué categoría conceptual se inscribe el viaje en los estudios literarios?

 

El viaje es tema y motivo en sentido tradicional. Privilegiado por la narrativa, su modo singular de manifestarse en la lírica tiende a una proyección simbólica. Desde su enunciación explícita hasta su modo inadvertido, casual, casiomitidoenmuchostextos. Elviajeespornaturalezaunmotivodinámico, aunque la psicología lo haya convertido también en vivencia interior, haciéndolo también propicio a la representación lírica. Su realización más significativa y paradigmática sea quizás “el viaje” de Baudelaire, así como los viajes italianos de Goethe, o antes la nave Argos, el vuelo de Icaro, los viajes de Marco Polo, los descensos al infierno o las peregrinaciones religiosas, como arquetipos mitológicos. Podríamos incluso decir que en gran medida el desarrollo del turismo, en sentido moderno, tiene como destino original Italia, como antes, para los romanos, lo fue Grecia, sin descontar la travesía del desierto. Pero es la ruta alpina, como ruta bélica primero, como ruta de conocimiento luego, la que se impone como primer trazo turístico terrestre. Las villas imperiales romanas son también un lejano antecedente del retiro, del viaje de descanso o de reposo terapéutico, hedonístico. Cada época ha conocido destinos diversos, derivados de la curiosidad, del interés comercial, del desarrollo estratégico, de la difusión doctrinal, de la expansión imperial pasando por la aventura, de la exploración, hasta el simple placer del viaje con retorno premeditado. Tampoco podemos omitir ni olvidar el viaje marítimo, si nuestro continente es resultado casual o secundariamente intencional de un viaje. Pero es posible que según otras fuentes, desde otras situaciones o perspectivas se perciban otras posibles proyecciones. En buenas cuentas los resultados van a ser las convergencias y divergencias entre un corpus determinado, en este caso la poesía chilena, y una suerte de enunciación intuitiva de una historia que va generando formas diversas de relación entre el poeta y los entornos visitados, no en menor medida las determinaciones epistémicas, condicionamientos del saber y de la experiencia priorizados.

 

Como en el motivo narrativo el viaje puede ser un recurso de instalación, de situación, de establecimiento de la condición topográfica de la enunciación, lo que condicionaría una cierta perspectiva espacial y móvil del motivo.

 

Una segunda proyección puede derivar de cierta funcionalidad alegórica del viaje o de priorizar su alcance simbólico, sea como experiencia de vida, sea como alegoría del conocimiento o del tránsito vital, incorporando aquí también el llamado viaje interior, la experiencia de los psiconautas, ciertas formas profanas que asume la peregrinación religiosa o la visita museal, que le sirven de encubrimiento o máscara:


“s-Hertogenbosch está al sur

del país naranja donde el hasch es permitido

¿Hoy es miércoles- ceniza

o domingo con cuervos?” (Sepúlveda, 2003: 42)

y que tiene como antecedente concepciones del viaje entre los pueblos ancestrales hasta el más actual merodeo por el ciberespacio.

 

Una tercera opción podría atender a la exclusión u omisión del viaje, entendido como una condición tácita previa del tema tratado. Me refiero aquí al tratamiento poético de los lugares, lo que supone antes que he llegado de alguna manera a ellos, pero sin que medie la experiencia del desplazamiento. Aquí hay que considerar las condiciones o las razones de esas visitas, pasando el lugar de destino a adquirir una significación central, aunque también valga aquello para el lugar de origen.

¿Cuáles son los destinos privilegiados por los poetas chilenos?

Aquí se me ofrecen dos respuestas: los viajes voluntarios, más o menos decididos: aventuras, exploraciones, peregrinajesyvisitas; y losinvoluntarios o desplazamientos coaccionados: destierros, exilios y migraciones, entre otras motivaciones.

Estos últimos ejemplos parten de una consideración histórica muy puntual.

El viaje en la poesía chilena: primer antecedente.

De Neruda a Zurita se ha reiterado que la fundación de Chile empieza como fundación imaginaria, literaria. Las fuentes primarias de la historia de Chile, anteriores a la intervención de una historia sistemática o científica remiten al poema épico La Araucana, a costa de la apropiación de un texto originalmente español.

 

El rapsoda impone su punto de vista y lo fundamenta en tanto testigo de hazañas singulares, aparte de justificar el origen y propósito del canto:

 

“No las damas, amor, no gentilezas /  de caballero canto enamorados; ni las muestras, regalos, ni ternezas / de amorosos afectos y cuidados mas el valor, los hechos, las proezas / de aquellos españoles esforzados, que a la cerviz de Arauco, no domada, / pusieron duro yugo por la espada.”

(Ercilla, 1974: 9).

Con esto se inaugura el yo estuve allí, fui testigo, puedo dar cuenta de la verdad de los hechos, lo que presupone el viaje real, la instalación efectiva


en el lugar. No omitamos que aquí se insinúa también el origen del género o de la función testimonial de la literatura. Este estar ahí es una referencia constante, forma parte de la legitimación del texto: “dad orejas, señor, a lo que digo, / que soy parte de ello buen testigo.” (Ercilla, 1974: 10)

Con Ercilla comienza  también  una  relación  implícita  y  profunda  entre la cultura europea y la americana. Cualesquiera hayan sido  las razones personales del poeta para venir a Chile, reinos entonces, Coyasuyu, imperio del sur, tanto la constitución de un poema épico, como el engrandecimiento bélico y jurídico del pueblo araucano, buscan legitimar esta guerra como una guerra cabal, central para el destino del imperio español y de la cristiandad, y no un mero episodio ubicado en la región antártica famosa. Origen también para algunos de la nación chilena, (Neruda, Zurita) todavía no estado, o de una compenetración étnica singular. ( Fernando Alegría)

 

 

El viaje a Europa.

En la representación o proyección del viaje a Europa dentro de la poesía chilena hay momentos significativos dominantes. Constatamos que el viaje se presenta primero como realización de motivos literarios antes que cuenta de viajes reales. En segundo término se desarrolló el peregrinaje cultural teniendo a París como su centro. Un tercer momento lo constituyó el viaje forzado producto del exilio, que para contrarrestar su resonancia negativa se reviste de la apariencia de los modelos anteriores, y en el que los destinos son más diversos.

La representación del viaje en la poesía chilena del siglo XIX.

Basada en una lectura lineal, acotada del corpus, teniendo como referente la antología de Naín Nómez, (Nómez, 2000) reconociendo el esfuerzo y rigor de establecer una alta representatividad en cuanto a autores recogidos. La elección probable de poemas sobre viajes la tomamos como indicaciones de alta frecuencia temática, además de interpretarlo como tema importante y significativo para el autor seleccionado. No obstante también se considerarán otras obras a partir de las referencias casuales o informadas que vayan allegándose.

 

Aunque pensemos que la explotación minera, el auge inicial de cierto turismo, las ocupaciones territoriales, el desarrollo científico deberían haber generado instancias diferenciadas en las modalidades del viaje, las cuales a su vez van a ser recogidas o posiblemente incorporadas como vivencias viajeras en la literatura, los poetas formularon su concepción del viaje, antes, desde un imaginario, que poco o nada puede tener que ver con las instancias


pragmáticas efectivas de su realización o de su ocurrencia, antes vinculadas a las tendencias literarias vigentes como la romántica.

 

Una representación del viaje parece provenir del desplazamiento analógico de las aves como designio de la especie, pero también como vuelo y mirada de altura, así como una representación simbólica de la dinámica imaginaria. El canto y el vuelo son los semas simbólicos que permiten conectar al poeta con las aves, junto con otra oposición o instancia que también suele reiterarse: el ave libre y el ave enjaulada, como representación de la libertad y de la censura. Así el emblemático poema La fuga de los cisnes de Augusto Winter, (Nómez, 1996: 127-128) podría servir a otros propósitos u otras significaciones relevantes, hasta quizás una actualizada lectura como poema ecológico, o antes como expresión del mestizaje. El tema de la persecución, de la fuga, del surgimiento de la caza, la desconfianza entre hombres y bestias, son otros sustratos significativos del texto. Sin duda que la impronta emocional del texto se traslada más a una significación con proyección humana que a la mera constatación objetiva de un cambio en las condiciones ecológicas de la realidad, aunque no obstante el poema resalta, destaca y luego finalmente omite la condición del cuello negro, con lo que los cisnes quedan reducidos al ave heráldica dariana, estos reyes, “nobles” desterrados. Acaso referencia a la pérdida de una condición social o étnica. No se puede excluir tampoco la interpretación más tendencial del poema como expresión de la agonía romántica, pero también los temores ante el aumento demográfico invasivo y amenazante. El poema torna borrosa la distinción entre el cisne endémico y el cisne europeo, aunque al primero: cisne de cuello negro le concede la condición de “cuello de terciopelo”, refugiándose en las reminiscencias semiótico-heráldicas de la poesía dariana, reminiscencias que son formas de advenimiento social imaginario, y al mismo tiempo autorreconocimiento de una condición superior del poeta, en virtud de haber sido el cisne el disfraz de Zeuz, aspecto, ese sí, omitido por Winter.

 

El otro viaje, es el viaje ya realizado, el retiro, pero aquí pasamos de la analogía del viaje aéreo o imaginario al viaje marítimo. Se trata a menudo de un “viejo barco”, ya retirado de circulación por alguna avería, pero “que flota como un cetáceo muerto” en un poema de Magallanes Moure (Nómez, 1996: 235). Entre el desgaste o la obsolescencia material y de nuevo el tema de la caza o de la pesca. No olvidemos que el poema es coetáneo o posterior al Moby Dick. Dice sutilmente que hubo tiempos mejores:

 

“el barco, que fue un barco de los que van a Europa y que era todo un barco, de la proa a la popa,”

 

Simple  constatación  de  la  obsolescencia  de  todo  lo  técnico  o  analogía


con el destino irreversible del hombre. No, aquí la vida continúa, es sólo destino personal de este barco, porque “otro barco mar adentro se aleja.” No puedo dejar de advertir con curiosidad y expectativa como Neruda en su “Fantasma del buque de carga”, poema de 1936, (Schopf, 1972: 117-127) retoma y clausura el motivo, más allá del cambio sustancial en la condición imaginante.

 

Llama la atención que el viaje del siglo XIX se refiere antes a un viaje potencial o al viaje irrealizado, como si se tratara de un viaje imaginario, literario, un viaje por ciertos lugares comunes, exploración antes por un espacio literario restringido a cierta tradición romántica: la nostalgia de lontananza.

 

Operando ya una nueva dimensión del viaje, el del peregrinaje cultural, un poeta relativamente desconocido: Alberto Mauret, escribe su poema “El viaje romántico”, como un canto de cisne póstumo de la modalidad del viaje imaginario, ideado de acuerdo a pautas retorizadas:

 

“Fragancia virginal, albo rocío para mi juventud el alma invoca… ir donde nadie con su planta toca, más allá del azul, es lo que ansío.”

(Nómez, 2000: 292-293)

Mauret se detiene en un punto anterior a la desilusión baudelairiana y al mismo tiempo escribe y entrega su poema tardíamente.

 

 

El viaje en la poesía del siglo XX.

Si hacemos una consideración estadística en torno a la incidencia en cifras del viaje Chile-Europa, aquí ya acotamos, en la poesía chilena del siglo XX son dos los momentos de más alta intensidad y significación sociológicas:

 

1.- El viaje o visita a París, es decir, lo que podríamos llamar el peregrinaje cultural de Darío a Neruda, de Neruda a ciertamente también de otros. 2.- En segundo término el exilio posterior a 1973.

 

Singular el primero, masivo el segundo, sospecho que el segundo descubre al primero como precedente o lo transforma en una forma de sublimación o de darle sentido trascendente al aparente castigo del segundo. Son poetas o críticos chilenos(as) exiliados los que revisan las estancias de Rojas Jiménez, de Teresa Wilms, de Huidobro, de Neruda o Mistral en Europa.


La apertura globalizante de la revolución comunicacional de fines del siglo XX, generará otras formas de vincularse, sea a través de una intensidad turística, sea a través de la necesidad del viaje de estudio o la estancia académica, hasta la aventura turística calculada.

El viaje a París.

Si a priori consultamos cuál es el viaje privilegiado en la etapa siguiente, fin de siglo, albores del siglo veinte, a despecho de ser Chile un país católico, no es a Roma a donde se dirigen los poetas, sino a París, de lo que hay una extensa e intensa documentación. Manifestación de francofilia, se dirá, de un gusto activado ya en los lejanos días de la independencia y reactivados por Darío. No hay ningún poeta chileno, casi, que no deje de testimoniar su visita, aún más, el primero que lo hace, se queda allí: Francisco Contreras; y el último, que también reside allí, le agradece en gesto de “urbanidad” (Rojas, 2001).

 

Hay un foco y énfasis central en los objetivos de esta visita o revisita, porque antes se hizo el viaje lectivo: es un peregrinaje de emociones laicas y culturales básicamente, es volver al viejo mundo, pero para descubrir o asociarse allí a “nuevos mundos”, des-cubrir, ahora los mundos literarios. Revelador de aquello es un texto casi desconocido de Joaquín Edwards Bello, Metamorfosis, fechado  en  1919,  (Edwards,  1979  y  Páez, 2009) que parafrasea inicialmente el gesto napeolónico cuando conquista Egipto: “Desde lo alto de esas pirámides cuarenta siglos hacen muecas al movimiento Dadá”.” Inconscientemente o no, es efectivamente el gesto del conquistador, del guerrero triunfante, pero además de quien sabe que está haciendo historia, quizás en una dimensión simulada y casi discreta. Pero junto con ello Edwards Bello, seudonominándose Jacques Edwards se nombra Presidente de Dadá, filial Chile, designado por el propio Tristán Tzara. Lo dice el poema, lo ratifica Ehrmann. (Ehrmann, 1968: 27). Boutade singular ésta , que el propio Edwards luego escamotea, que la crítica ignora, privilegiando quizás su condición de narrador y cronista, o quizás negado por ser en apariencia sólo un lineal contratexto y que alude o remeda lo que ya Huidobro había hecho con el creacionismo y lo que antes Contreras había propuesto como mundonovismo. El mismo Edwards Bello reconoce la precedencia de Huidobro. (Edwards Bello, 1966:243-247) En todo caso todos ellos observan la posibilidad de crear ismos, no sólo la posibilidad de hacer literatura sino de institucionalizar un movimiento, en un juego de interreferencias respecto de las cuales habría que establecer su real precedencia. Está claro que todos ellos se conocían, pero no sabemos quién imita a quién en el gesto, porque en la profundidad del hecho si podemos constatar sus efectos y su trascendencia en la historia de la literatura. Hay


un hecho puntual respecto de Metamorfosis y es que ya no es un texto secreto o silenciado, puesto que lo publica Memoria Chilena en versión digital, agradeciéndole a Dennis Páez el dato, pero es anticipatorio y lúcido por parte de Edwards Bello haberlo silenciado o omitido, puesto que ese era el destino programático y final de Dada, literatura destinada a la nada, al silencio, al fracaso, o a cualquier sentido que se le pareciera. El mismo lo dice, con lo que advertimos su temprana y sagaz comprensión del movimiento, casi junto con otros que hicieran literatura más o menos epigonal, pero la declaran institucionalizada, y antes que otros institucionalizaran o crearan filiales surrealistas.

 

Los del nuevo mundo van al viejo mundo y descubren nuevos mundos y parcialmente los reintroducen en el nuevo mundo, con lo cual en principio pareciera que volvemosdepender del viejo mundo.

 

Junto, o antes, y después que ellos muchos otros poetas hacen el periplo parisino: Rojas Jiménez, Juan Emar, Neruda, Mistral, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Enrique Lihn, hasta Juan Luis Martínez, que uno de los pocos viajes que hace o puede hacer va efectivamente. La excepción quizás sea Teillier que, por cultura tenía a los poetas franceses interiorizados y no necesita o teme viajar, pero además residía en la ciudad más cercanamente parisina del mundo, fundada por Valdivia, y refundada por Vicuña Mackenna. Lihn por otra parte reconoce a París, como situación irregular, se da cuenta que ya no está efectivamente en un lugar distinto, cuando la visita quizás por segunda o tercera vez.

Consideraciones en torno a algunos paradigmas. El viaje en Gabriela Mistral.

La propia poesía como actividad ha sido justamente caracterizada como aventura, tanto por Neruda, en ejemplo subsiguiente, como Gabriela Mistral, que subtitula “La flor del aire” como “Mi aventura con la poesía”. Pero ella, en su doble rol de poeta y también de cónsul, obligada por esto último a ejercer una suerte de rol de observadora, pero que no deja de advertir la propensión al viaje y su vínculo y potencial turístico. (Mistral, 1992: 133- 135). Sagaz confirma que: “el viaje…va volviéndose ejercicio vulgar como el baño”. Nos endilga además una clasificación y un diagnóstico de un cambio: “Marco dos períodos interesantes en el amor del viaje; el trimestre inicial del viaje primero y el paso del viaje-sport hacia el viaje-pasión.” Ella misma se encarga de vincular este último con un poema asumido en la plenitud de los sentidos.: “Escuela de humildad es el viaje”, “el viaje debería ser, mejor, la entrega al azar.” Remata con estas, entre otras, precisas observaciones.


(Mistral, 1992: 135)

El viaje en la poesía de Vicente Huidobro.

Es a partir de Horizon carré que comienzan a insinuarse poemas con vivencias viajeras, los libros anteriores son de ejercicio epigonal, de búsqueda de paradigmas poéticos y humanos, de definir sus primeros aportes metapoéticos. Pero su poesía viajera presupone París, Huidobro recrea París como el asunto que le va a permitir variados ejercicios vanguardistas: futuristas, cubistas, creacionistas.

 

Pero los poemas no remiten a una función testimonial, sino que son conjuros dobles, al menos los de Horizoncarre. Ostentan un bilingüismo que ilustra un proceso de transculturación y de adopción de una patria cultural, al mismo tiempo, casi cada poema, por medio de sus dedicatorias, se transforma en una credencial, en que el poeta conjura y apela al talento de los invocados, (Picasso, Apollinaire, Gris, entre otros) se pone a su altura, les solicita a su manera que lo reconozcan como uno de los suyos. Aunque también cada libro puede leerse como la realización particular de un ismo.

El viaje en la poesía nerudiana (1904-1973)

Neruda sugiere una representación del viaje desde otra categoría de enunciación posible, entre el viaje intencional y el viaje involuntario: el viaje como proyecto y el viaje como azaroso, es decir, como aventura o extravío.

“Huí como inasible marinero, ascendí por el golfo de Bengala hasta las casas sucias de la orilla y me perdí

de corazón y sombra.”

(Neruda, 2004: 126).

Por cierto que como requisito del viaje está aquí presente el desorden de los sentidos rimbaldiano, leyendo tanto el alcance de huir como fuente de la experiencia poética, como el sentido del perderse en una suerte de desgarramiento de las condiciones de apropiación cognitiva del ser humano: “perderse de corazón y sombra”. Ciertamente esto también se vincula con la fuga romántica de un Arturo Cova, el personaje de José Eustasio Rivera. No olvidemos que Neruda también representa el viaje o la visita como un subir, como un bajar o como un hundirse en lo genésico. Su viaje o desplazamiento se exhibe a menudo como penetración, correlación tanto sexual como de profundidad cognitiva. En términos fácticos Neruda se va a Oriente, pero antes pasa brevemente por Europa, desde donde se reasigna


el destino, como asignación consular.

Consideremos por lo demás que la aventura es una de las magnitudes o caracterizaciones del viaje, menos sometido a la planificación, sino que al azar.

 

En algún momento sí, el viaje en Neruda se asienta como viaje oficial, viajes por su oficio o por su representatividad diplomática, convirtiéndose los poemas respectivos en tarjetas de visita o esquelas de gratitud, respaldados o legitimados por un reconocimiento previo, su fama, y en esto se diferencia de Darío, en que el poema es antes credencial social. Pero aquí cabe también un estudio desde una clasificatoria geográfica o en términos de atenciones preferenciales a algunos lugares más que a otros, a veces también vinculados a sus conversiones. No olvidemos que algún biógrafo título su libro El viajero inmóvil. Para el viaje político, oficial, remitimos a David Schidlowski, ponencia en el congreso citado.)

 

Lo que debe también recordarse que Neruda no olvida nunca de significar el regreso como un retorno a las tareas superiores de su pueblo, con lo cual remarca la necesidad de justificar cada viaje, entendiéndolo como un privilegio del cual no participaba su pueblo. El libro donde esto se consagra se llama precisamente Navegaciones y regresos. (Neruda, 1959):

 

Patria, otra vez regreso a mi destino. Vengo de las ciudades y los bosques, Vengo del mar, de todos los idiomas. Lo que vi lo guardé bajo mis ojos.

Lo que toqué lo escondieron mis manos. Lo que escuché lo traigo

Escrito en las arrugas de mi frente.

Con meridiana claridad se adelanta, lo que luego otros reiterarán: que el destino es la patria, o sea el regreso, remarcando la cursiva la condición de experiencia interiorizada y apropiada representada por todos sus viajes, a la vez que podríamos aquí hablar de una nueva conversión, ya no bajo las banderas, sino por las arrugas de su frente. Y antes que la sospecha se instale, nos remitimos por cierto a Gardel, como un antecedente obvio.

El viaje en la poesía de Enrique Lihn (1929-1986).

Recientemente se está insistiendo en que “el viaje es un registro fundamental en la obra del poeta chileno Enrique Lihn (1928-1988)” (Ayala, 2008: 9).

 

Algunas constataciones preliminares necesarias, divergentes o ratificadoras


de esos trabajos. 1.- El viaje es tema latente en toda la poesía de Lihn, no es un eje privilegiado y central en algunos de sus libros, incluso puede aparecer en libros que aparentemente no se refieren a él. 2.- Su emergencia es fragmentaria, no asume, reiteramos, una representación lineal consecuente o integrativa. 3.- Esto obliga a una zapa y reconstrucción integrativa de esos fragmentos. 4.- No obstante, alguna de las afirmaciones, enunciados poéticos en torno al viaje, se constituyen al modo de hipótesis conciliatorias o al menos dialógicas. 5.- Me parece que el verso “nunca salí del horroroso Chile” es una afirmación en tal sentido: Los viajes, o los simulacros de salida o de extranjería, retroalimentan antes la imagen del país y además sustentan la idea que toda salida tiene o prevé el aseguramiento de un retorno y que sería lo que importa. 6.- El viaje se confirma así antes como una ilusión de la experiencia, teniendo como única garantía el aseguramiento del estar situado, en una estancia irrenunciable, aún a pesar de su rechazo. 7.- Los viajes son ante todo un ensayo de crítica cultural, un libro de apuntes, poesía de paso, registro particular de visitas museales o reiteración de una constatación escéptica del estado del mundo. En el fondo podemos decir que su impresión es correlativa a la constatación baudelairiana: “Allá, nos hemos aburrido igual que aquí.”

El exilio y los reinos

1973 provocó sin duda un quiebre en el curso institucional de la poesía chilena, no probablemente un giro epistémico inicial. Eso habrá que verificarlo con atención y rigor. En la relación del viaje América/Europa, Chile/Europa la antología de Soledad Bianchi, Viajes de ida y vuelta: poetas chilenos en Europa, es una suerte de directorio de esta relación. Reúne allí a poetas del exilio y poetas que se allegan y asimilan al exilio, por las razones que sean, y ratifica: “se dice que con posterioridad al golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, cerca de un millón de chilenos dejo chilli, confín del mundo, para volar, navegar, caminar y llegar a no menos de cuarenta países” (Bianchi, 1992: II).

 

“Luego (señala ella en su prólogo), el iniciático viaje a Europa representaba una elección y una actitud individual, que casi siempre limitaba en la frontera de París.” (Bianchi, 1992: II).

 

Un modelo ejemplar lo constituye la poesía de Waldo Rojas. La poesía es a su modo una suerte de exilio, instalación en otro mundo, en otro reino. La poesía ofrece una oportunidad al poeta de sublimar, reprimir o realizar el exilio como una suerte de correlato que neutraliza los efectos coaccionadores, castigadores o reducidores del exilio real. Una primera señal es que los poetas reprimen la situación original que dio lugar al exilio o la trasmutan


en experiencia distante, clásica. Así Rojas parafrasea a Juvenal:

“En ésta tu noche térrea, ah, guardián de carne muerta, No sabes como velar ya tus cenizas.”

“Epitafio a un tirano”, (Rojas, 1981: 98)

El poema como conjuro que anticipa la muerte de un tirano, pero en general tiende a reprimir las referencias a la situación de origen. A la vez se tiende a disfrazar al exilio de viaje o visita turística, lo que a le produce a la vez ciertos remordimientos, sentimientos de culpa:

 

“Bajo un sol que se embriaga de saberse adorado y el desdén de sus siervos, recién convertido mi cuerpo a su culto imprevisto

ya no sabe aceptar la vergüenza de estar sano y salvo”

“Verano de exilio” (Rojas, 1981: 101)

Como lo propusieran en un congreso o encuentro de poetas del exilio, los poetas asumen que: “Ya que estamos aquí, aprendamos algo,” refiriéndose a una suerte de posibilidad de aprovechamiento del exilio, convirtiéndolo a su vez en visita de becario.

 

No es el caso de Rojas que ejecuta dentro de sus posibilidades de transformación del exilio en una experiencia sublimada el viaje a Italia. Viaje que tiene como modelo los viajes de prestigiosos literatos, como también se ciñe o sugiere Il cicerone de Burckhardt. Me permito observar que al mismo tiempo Rojas ejecuta poéticamente la doble función de guía y de guiado, pero convirtiéndola en un viaje que es también una forma de transmutación social, de mejoramiento simbólico al modo como antes lo ejecutara sutilmente Darío, pero a sabiendas de estar condenado al fracaso: “Ascendemos por entre las celebraciones del laurel silvestre.

 

No, no hemos de girar la cabeza hacia nuestro oscuro séquito; sólo prestamos oído a una voz que nadie alza:

divinidades rotas en sacrificio a un Dios incomprensible,

héroes vulnerados en su ferocidad de mármol muerto.”

“Cifrado en la Villa Adriana”  (Rojas, 1982).

La visita, el viaje, se proyecta  como  visita  ritual,  consagración  social  y peregrinaje religioso, a la vez, a plena conciencia eso que se trata de una visita a ruinas. En el caso de Rojas es particularmente interesante que el viaje entre Francia e Italia lo revierte, a su vez, en un viaje de retorno que es a su vez un exilio prestigioso del pasado: la estancia de Petrarca en el valle


de Vaucluse, sur de Francia. La presencia, la toma de razón de los lugares se adensa mediante referencias culturales prestigiosas que trasmutan al exilio en honda experiencia cultural. Igual parece ocurrir en la poesía de otros poetas chilenos como Federico Schopf y Antonio Arévalo, guardando las diferencias en función de sus lugares de exilio. Schopf reejecuta el viaje a Italia desde Alemania, mientras Arévalo permanece en Italia, quizás de ahí el itálico nombre de su texto más conocido, Domus aurea.

 

Hay dos poetas chilenos incluidos, que se caracterizan por una proyección más particular, por ser poetas hijos de exiliados, que se hacen poetas en el exilio: Gonzalo Santelices (1962-1997) y Roberto Bolaños (1950-2003 ) me parecen paradigmas de una proyección planetaria del habitar, de un sujeto que parece habitar legítimamente cualquier lugar, aunque con matices distintos. Característico es que, si bien socializan en el país de exilio, su formación cultural segura, tiende a ser la libresca, una asimilación intensa favorecida por la soledad o el ensimismamiento de la conciencia exilada. Santelices opta por hacer su patria a partir del escritorio, del halo de la luz artificial o de la luz mediterránea, como sinécdoque de la patria original de los exilios, usando esta paradoja como imagen. Bolaños en cambio opta por mimetizarse en los lugares de sus ficciones, aunque en su poesía el espacio también se genera o alimenta de una cierta especulación intelectual en la que combina magistralmente cierto relato de seducción con el aura del prestigio de algún protagonista cultural:

 

“En una fotografía de Lacan impartiendo un curso se puede ver a una muchacha, de pie a su lado izquierdo, unos tres metros de distancia, fumando

apoyada en la pared, el rostro vuelto hacia Lacan,” (Bianchi, 1992: 101).

Una recurso además, para fortalecer la ilusión de realidad es el uso de locativos paramétricos o localizadores geográficos: “Tardes de Barcelona”, en (Bianchi, 1992: 100), como para asegurar cierta consistencia del espacio poético, a su vez un conjuro contra la pérdida de la situacionalidad implícita de quien habita en lo normal o regular de una patria original.

 

Si hubiese que hacer una estadística de los lugares de exilio emblemáticos París sigue encabezando la lista, aunque a partir de la preferencia por Barcelona de los autores del boom, además por su condición de centro editorial y centro de resistencia regional, es la ciudad condal la que registra más adhesiones. En términos de país es Italia un destino privilegiado por los antecedentes prestigiosos de sus viajeros y luego Estocolmo, porque allí se constituye una colonia chilena muy numerosa y respecto de la cual los poetas pasan a ser una suerte de aristocracia cultural por su disposición


receptiva y porque efectivamente son los primeros. Un dato no menor es que los allegados o migrantes sobrepasaron muy pronto a los exiliados políticos, generando una suerte de enclave patrio replicando estructuras como las ligas de fútbol, clubes de rayuela, etc.

 

Quisiera antes señalar que en la poesía chilena más reciente, y ante las posibilidades abiertas por los intercambios, convenios, tratados de libre comercio variados, el viaje se ha hecho convencional y común. Las amenazas tópicas de la globalización también han generado una resistencia obvia entre los poetas y que es asumir con cierto afán desmedido identidades muy locales, cuyo fenómeno más evidente, observaría, es la poesía de barrio, la identificación tácita del sujeto con su entorno más próximo. Esta reafirmación del entorno barrial es a su modo una forma de resistencia, aseguramiento casi de un espacio íntimo y próximo, como territorio, reducto inalienable, re-marcado biológicamente:

 

“Bajaba del colectivo/ y miraba tu calle/ desde Gran Avenida/ hasta Santa Rosa/ caminaba/ alrededor de tu casa/ marcando el territorio del corazón/ como un perro.”

Y además poéticamente como “territorio del corazón” por Gladys González. (Zurita, 2004: 262).

 

Si bien la antología de Zurita de poetas chilenos más recientes acota su selección al canto y a una cierta idea de continuidad de una tradición épica, la filtración de algún destino viajero daría cuenta de una meta insoslayable o destacada, lo que no ocurre. Así la única mención a un territorio extranjero es a Tánger, “Exilio en Tánger” de David Bustos, (Zurita, 2004: 89) sitio de peregrinaje beatnik, homoerótico, psicológico o simplemente exótico, visitado narrativamente antes por Augusto D’Halmar, Eugenio Matus y José Donoso, así como un viaje a los centros de destino ecológico costarricenses en la poesía de Germán Carrasco, como otras formas de trascender el merodeo turístico, a la espera de otras recurrencias o experiencias.

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* Este texto fue leído en el “Fifth Congress Alexander von Humboldt, travel between Amerika and Europe”, desarrollado en Berlin, julio 2009, corregido con algunas modificaciones.