Configuración identitaria y ruralidad en la novela Asesinato en la cancha de afuera, de Óscar Bustamante

Identity configuration and rurality in the novel Murder on the Outside Court, by Óscar Bustamante

Claudio Godoy Arenas

0000-0002-1909-8103

Universidad Católica del Maule

cgodoy@ucm.cl

Citación: Godoy Arenas, C. (2021). Configuración identitaria y ruralidad en la novela Asesinato en la cancha de afuera, de Óscar Bustamante. Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura, 31(1), 156-171. doi.org/10.15443/RL3109

Resumen: En la novela Asesinato en la cancha de afuera (1991), Óscar Bustamante discute los procesos de configuración identitaria que operan en la ruralidad de la zona central de Chile durante el siglo XX, al alero del proceso modernizador.

Estructura, trama, y personajes de la obra -sus discursos- se erigen como espacio para tal discusión. A través de ellos, surgen elementos diversos que permiten problematizar los mecanismos incidentes en la conformación de la identidad de los sujetos sociales representados, cuestión esencial en la propuesta narrativa subyacente.

Palabras clave: identidad - modernización - ruralidad - novela chilena

Abstract: In the novel Murder in the Field of Outside (1991), Óscar Bustamante problematizes the processes of identity configuration that operate in the rurality of the central zone of Chile during the 20th century, to the eaves of the modernizing process. Structure, plot, and characters of the work -his speeches-, stand as a space for such a discussion. Through them, different elements arise that allow to problematize the mechanisms of identity configuration of the social subjects represented, an essential issue in the underlying narrative proposal.

Keywords: identity - modernization - rurality - Chilean novel

1. Introducción

Nos interesa en este artículo dar cuenta de la manera en que el proceso modernizador de nuestra sociedad –en pleno desarrollo durante el siglo pasado- genera cambios culturales que inciden directamente en los mecanismos de configuración identitaria de los sujetos que conforman la sociedad rural de la zona central de Chile, situación que se representa en la novela Asesinato en la cancha de afuera, de Óscar Bustamante, 2007, y que se manifiesta en los discursos de los personajes de la obra, con lo que se erigen dichos discursos como el espacio de cuestionamiento o pregunta por la identidad de tales sujetos.

La novela es el relato de un crimen cometido durante una fiesta realizada en un pueblo situado en las riberas del río Maule, al sur de la ciudad de Talca. La obra se desarrolla en diez capítulos que corresponden cada uno a la versión de un personaje respecto del crimen. El modo de la enunciación, en todas las versiones presentadas, asume la forma de diálogo encubierto o monólogo travestido, modalidad discursiva en que el enunciado simula dirigirse a un enunciatario ausente, generando un espejismo dialógico que posibilita un acercamiento profundo a la conciencia de los personajes, quienes en definitiva dialogan consigo mismos. Dicho recurso, según Beatriz Trastoy (Citado en: Fobbio, 2009), es capaz de poner en situación de comunicación al personaje con el receptor y con otros personajes “reales” o “virtuales”, lo que se produce cuando el monólogo instaura la posibilidad de que el texto proponga más de una figura textual o que el personaje configure otro interlocutor.

Al mismo tiempo, dichas versiones conforman una pluralidad de discursos que se erigen como estructura del texto y como espacio para la descripción y representación de la estructura social de la mencionada zona. Asistimos, de este modo, a la puesta en escena del concepto de heteroglosia narrativa: la confluencia de una pluralidad de discursos sociales en un mismo texto que como voces enmarcadas refractan la diversidad del punto de vista ontológico del discurso literario, la pluralidad y heterogeneidad de los sentidos, es decir, de su significación social (Bajtín, 1989).

Dicha heteroglosia se manifiesta, en Asesinato en la cancha de afuera, mediante la representación de los discursos individuales -campesinos y hacendados- y de los discursos oficiales que enmarcan a los anteriores: el discurso religioso dominante del catolicismo y el discurso jurídico que representa a la Ley, encarnados en el sacerdote del lugar y el abogado que investiga los hechos, respectivamente.

Respecto de lo anterior, entendemos que en la obra literaria no se presenta un simple reflejo mimético de la realidad, más bien se proyecta un cruce entre acontecimiento, experiencia del creador y su reconstrucción en un texto literario. En tal sentido, Bajtín (1994) plantea que:

La Literatura forma parte del entorno ideológico de la realidad como su parte autónoma, en forma de obras verbales organizadas de un modo determinado, con una estructura específica, propia tan solo de estas obras. Esta estructura, igual que cualquier estructura ideológica, refracta la existencia socioeconómica en su proceso generativo, y lo refracta muy a su modo.

El análisis que sigue se articula a partir del discurso de los personajes y en torno a temas que permiten dar cuenta de las percepciones y autopercepciones de los sujetos, desde las cuales es posible acceder a los diversos elementos discursivos que operan en los procesos de construcción de identidades de la sociedad representada. Emergen como categorías de configuración identitaria, entonces, la estructura social, las costumbres, la tradición, la modernidad, etc.

2. Identidad

Larraín (2001) plantea que uno de los factores determinantes en la configuración identitaria de los individuos es el elemento material, que incluye al cuerpo y los objetos o posesiones, el que es capaz de entregar mecanismos vitales de autorreconocimiento al sujeto, quien proyecta su “sí mismo” en ellos.

En este sentido, en el discurso de Jaime, hermano del inculpado, se presenta la valoración de Senón, protagonista del relato:

Ahora, que el Senón era hombre decidido, era […] Hombre entaquillado, el Senón, pobre, pero de aperos, bonito sombrero, buena chaquetilla, espuelas, jinete y con consideración del patrón, ¿para qué más? […] Simpatía siempre le tuve, de chico que era derecho y sin rodeos, sin palmoteos en la espalda, diferente al Ciro, maricón… (Bustamante, 2007, pp. 18-19).

En dicha relación destacan algunos bienes materiales valorados por los campesinos: la vestimenta y los aperos de jinete. El estatus que otorgan al personaje, sumado a sus características personales: la frontalidad, entereza, su carácter, más el aprecio y valoración del “patrón”, muestran un cruce de elementos que inciden en los modos de configurar identidad en la sociedad descrita.

Complemento de lo anterior son las palabras de Belisario, padre de Jaime y de Luis, el acusado, quien sitúa al otro como factor determinante que, ya sea por reconocimiento o por oposición, influye significativamente en la autopercepción. Ello, puesto que, sin comprender cabalmente las implicancias de su mirada, establece una división muy particular del mundo a partir de la polaridad entre los de afuera –los otros- y los de adentro. Adentro, en el fundo, un mundo cerrado, ordenado, cercano y acogedor, conformado por valores compartidos por quienes lo integran. Afuera, los otros. Envidiosos, mal pensados, malas personas. Gente de la que hay que separarse, diferenciarse:

…Dios me castigue si me voy a poner como ellos, y yo tampoco voy a decir quiénes son […] y son esos de afuera, patrón, gente que le tiene envidia a los del fundo porque somos y hemos sido siempre más que ellos, ¡más seriedad y trabajo hay aquí! (Bustamante, 2007, p. 34).

En dicha situación, la diferencia con el otro juega un papel importante. Una distinción fundamental es la que se establece con los valores, características y modos de vida de los otros, de esta forma surge la idea de un “nosotros” distinto a “ellos” o a los “otros” que posibilita la autodefinición de los sujetos (Larraín, 2001).

Los otros, representados en este caso por “los de afuera”, personas que no trabajan en el fundo, poseen características y valores que permiten a Belisario, por oposición a ellos, sentirse parte de una comunidad definida que le ofrece modos colectivos de autorreconocimiento.

En sus palabras también se presenta indirectamente la forma en que los campesinos ven a don Octavio, dueño del fundo del lugar, “el patrón”:

…y al poco rato quedábamos solamente el Lucho, el Adolfo, Aguilera y el que habla, los que sabíamos que Senón iba a morirse. ¿Por qué no vamos a pedirle el automóvil a don Octavio?, repetía el Adolfo, pero Aguilera insistía que en la comunidad también habían vehículos y que no había para que ir a molestar al caballero…” (Bustamante, 2007, p.19).

En este caso, la distancia con el “caballero” es evidente y al mismo tiempo es la representación de una estructura, de una jerarquía social, en la que al “señor” se le ve claramente en otra esfera, rodeado de un aura que lo distancia y hace inalcanzable. La mencionada forma de relación es propia de las sociedades agrarias de la zona central de nuestro país; campesinos y hacendados habitan mundos paralelos que solo se cruzan por relaciones laborales o comerciales, difícilmente por cuestiones personales. Es lo que plantea José Bengoa (1990) cuando afirma:

En el campo imperan las formas de trabajo tradicionales y las condiciones de vida correspondientes a ella. El sistema de contratación predominante en la hacienda continúa siendo el inquilinaje, sistema de indudables resonancias señoriales”, lo que se ve reforzado con el planteamiento de Correa et al. (2001, p.221): “Desde tiempos inmemoriales, además, en el mundo rural se perpetuaba una sociedad rígidamente jerárquica, donde las relaciones laborales, y en general, sociales, estaban impregnadas de la verticalidad característica de un paternalismo autoritario que gozaba de legitimidad. Así se explica que el inquilino no lograra constituirse en sujeto autónomo ni en el orden productivo ni en el ámbito de sus decisiones políticas.

La relación entre los personajes, cuyo correlato se encuentra en el discurso histórico señalado, está basada en criterios que parecen estar presentes desde siempre. Las estructuras sociales son claras e inamovibles y los sujetos aceptan dicho esquema de forma natural y sin cuestionamientos.

3. Estructura social

Anclado a lo anterior, varios de los personajes que entregan su versión de los hechos en nuestra historia presentan sus ideas o percepciones respecto del entramado social, su estratificación y jerarquización. Tales ideas no llegan a configurar un sistema de representación, aunque el personaje don Octavio, quien posee una mirada amplia y sistemática sobre el punto, es quien más se acerca a ello. A pesar de lo anterior, dichas percepciones en su conjunto permiten señalar elementos que contribuyen a la discusión de las identidades presentes en el mundo narrado.

Para los campesinos, la estructura social se conforma a partir de su realidad inmediata. De sus discursos se desprende que es “el patrón” y su familia, la jerarquía más alta en dicha configuración. El poder con que es investido el hacendado –mediante un ejercicio de investidura que comienza en él y luego se expande a los otros-, es tal que incluso el aparato legal, o su brazo de control; la policía, así como la institucionalidad religiosa, mediante su representante, el cura, quedan amparados bajo su manto:

Sabe usted lo que yo hacía antes para estas fiestas? […] yo lo que hacía era solicitar al alcalde que me destacara un par de carabineros para cualquier fiesta en que el fundo tuviera participación, partidos de fútbol, fiesta de la vendimia, carreras, y resultaba ser santo remedio (Bustamante, 2007, p.71).

Así como las actividades festivas eran controladas por el hacendado mediante la colaboración de las fuerzas de orden las que, subordinadas a su “clase”, se colocaban a su servicio; las del espíritu también eran dirigidas por él, con el apoyo de la institucionalidad religiosa:

Mi difunta esposa y yo intentamos educar a esta gente en asuntos de moral y de costumbres, durante muchos años estuvimos trayendo sacerdotes, al igual que antes mi padre […] el hombre de campo busca refugio en la iglesia, la iglesia lo consuela, también lo perdona y al mismo tiempo lo frena, ¡figúrese lo que esto sería sin la iglesia!, por ello es que le he dedicado algún esfuerzo, la capilla la reconstruí yo, mi padre a su vez la reconstruyó luego del terremoto de Chillán, y a los sacerdotes los traía yo personalmente y en esta casa los alojaba… (Bustamante, 2007, pp. 73-76).

Tal situación refleja los modos de estratificación y reproducción social, sobre todo la mantención del statu quo, que alude directamente a un periodo importante de nuestra historia con lo que se establece un correlato discursivo histórico que soporta al discurso literario: según ellos, los discursos, la oligarquía asume poderes plenipotenciarios disimulados bajo un marco jurídico y cultural dispuesto según sus intereses y a partir de tal situación se desarrollan los procesos de convivencia y estructuración social con apego al orden instaurado. Este orden queda claramente descrito por Salazar y Pinto (1991):

Tal como en la política y en el manejo de la economía, la oligarquía chilena, casi desde la época de la independencia, se irguió en rectora de la vida social y cultural del país. [...] Su papel era educar y “civilizar”, o al menos mantener a raya, la brutalidad e ignorancia del pueblo.

La cita anterior es reflejo de la manera en que los grandes hacendados manejaron sus intereses hasta el punto de definir casi todos los ámbitos de acción de la vida social y cultural de importantes sectores del país. Es lo que representan el padre de don Octavio y luego el propio don Octavio cuando trajeron a la policía para que resguardara sus fiestas y controlara a los campesinos; cuando reconstruyeron la capilla y trajeron al cura para que realizara los oficios y se encargara de la conducción espiritual de los fieles; es lo que hizo “la patrona” cuando organizó las clases de moral y de comportamiento de las damas de la sociedad rural. Sumado al control económico, aparecen el control religioso-moral y el control legal ostentados por el dueño del fundo. Todo ello apegado a los marcos jurídicos y culturales imperantes, con el claro objetivo de mejorar las condiciones de vida de “sus” campesinos.

En un sentido más concreto, la estratificación social se acota al centrarse en la comunidad campesina del mundo narrado. En forma independiente dicha comunidad ha delegado la responsabilidad de su representación en la figura del presidente de la Junta de Vecinos de Lavaderos, cargo asignado a Aguilera, quien se transforma en vocero y mediador. Su función consiste en servir de vínculo entre los sujetos que componen la sociedad representada, incluidos el patrón y su familia, lo que le otorga estatus y reconocimiento transversal.

El discurso de Aguilera representa, entre otras cosas, un contrapunto con otros discursos referidos a la concepción sobre los campesinos y su lugar en la comunidad. Para él existen dos grupos claramente diferenciados según su relación con el hacendado: están los de adentro, que corresponden a los campesinos que trabajan en el fundo y que viven dentro de sus límites -forman un grupo en cierta medida homogéneo respecto de sus valores, comportamientos y actitud frente a la jerarquía-, encabezados por la familia del patrón, y los de afuera; campesinos entre los que hay pequeños propietarios, productores de vino y otros, que comparten rasgos y características como los señalados para el grupo anterior, pero que precisamente se diferencian de él por el hecho de haber conseguido cierta independencia respecto del sistema económico y productivo casi siempre ligado a la familia del hacendado. A diferencia de Belisario, Aguilera ve en tal independencia un signo de estatus para “los de afuera”.

Una tercera mirada respecto de lo mismo se presenta en las palabras de don Octavio, “el patrón”. También habla él de los de adentro y los de afuera, claro que su concepción es en algo distinta, ya que, si bien es cierto que los de afuera no son directamente sus empleados, según sus palabras, sí dependen directamente de las actividades económicas originadas en el fundo y, en cierto sentido, alcanzan en su comprensión la categoría de dependientes de él:

Con este asunto de la muerte de Senón ocurre lo mismo, me vienen a ver de los dos bandos, aquí hay clanes familiares, los de adentro que son mis empleados y los de afuera que no son, pero que para efectos prácticos es lo mismo porque dependen de las actividades que el fundo derrama… (Bustamante, 2007, p. 77).

Independientemente de las visiones apuntadas, lo cierto es que las posibilidades de cambio de las condiciones de vida de la mayor parte de los campesinos son casi nulas. Existe todo un mecanismo de estructuración social que tiende a mantener el orden imperante:

El Luis, un niño grande, tiene cuerpo, salió a mi finao padre, usted tiene que recordarlo […] El patrón viejo le tenía mucha consideración, su papá, y él al patrón también, ¡hombre de mucha rectitud!, decía que él era, muy preocupado de su gente (Bustamante, 2007, p. 35).

La cita refleja el traspaso de relaciones patrón-campesino de una generación a otra, mecanismo propio de los sistemas agrícolas de etapa pre industrial, a lo que se agrega la consideración de los trabajadores como propiedad del hacendado, “su gente”. Ambas características se encuentran atestiguadas en las descripciones de la sociedad agraria de la zona central de nuestro país y tienden a mantener un estado de cosas sin gran alteración durante largos periodos de tiempo:

Animados de cierto fatalismo, aquellos arraigados en el mundo rural, viven adheridos a los sectores aristocráticos debido a las relaciones económico-sociales desarrolladas y a una manifiesta disposición espiritual de servidumbre. El inquilino de las haciendas vivía en función de su patrón, a quien servía junto con su familia a cambio de un salario, pagado una pequeña parte en dinero y el resto en una tenencia precaria de tierra, semillas, útiles de labranza y vales para hacer efectivo en la pulpería de la hacienda. Allí se nacía, trabajaba, vivía y moría. Los que allí habitaban se identificaban más con su hacienda que con el país, y más con su patrón que con el propio Presidente de la República (Lorenzo, 1998).

4. Costumbres

En relación con el punto anterior, e imbricadas en los mismos discursos, se presentan ideas que remiten a la manera en que el proceso de modernización desarrollado en nuestro país afectó las costumbres y formas de vida en el campo y ciudad. Los personajes de la obra no alcanzan a elaborar un análisis de tal situación; solo captan los cambios mediatos, aquellas pequeñas situaciones cotidianas que directamente les atañen.

Para Aguilera, fiel representante de la comunidad campesina independiente, el proceso modernizador introduce una suerte de “relajo” en las costumbres. Dicho relajo es la manifestación de los cambios valóricos expresados en las conductas de la juventud. En primer lugar, para él la música es signo de lo nuevo:

Y después la música, si la música de hoy es… ¿cómo ponerlo en sus palabras adecuadas?... eso mismo, apocalíptica, es algo que no se entiende, para comenzar, en inglés, y, ¿quién habla inglés por aquí en Lavaderos, salvo usted, don Octavio […] Sí, don Octavio, la música de hoy contribuye mucho al relajo de estos tiempos, es como una droga que los vuelve ociosos, viera usted cómo se ponen (Bustamante, 2007, p. 57).

De la mano, emergen los intérpretes de la música; los rockeros. De apariencia absolutamente estrafalaria, según su mirada, y de comportamientos que rayan en lo obsceno y grotesco, son claro ejemplo de las malas influencias extranjeras en la juventud:

…para empezar, la fachita de los músicos, si es que así se les puede llamar, con cualquier cosa que le diga me quedo corto porque a esos los fueron a buscar al manicomio, pintarrajeados, chascones, barbudos, uno con la mitad de la cabeza afeitada, y viera el éxito que tenían, pero si son los héroes de hoy día” (Bustamante, 2007, p. 57).

Dichas influencias las extiende a la vestimenta, su propia hija es ejemplo de ello, y a una actitud general que redunda en una falta de respeto a los mayores, lo que en definitiva se traduce en una abierta subversión de códigos y valores:

Fíjese que las costumbres han variado, ya no es como antes, como a usted y a mí nos criaron, está todo muy relajado, don Octavio […] ¿diga usted si ahora hay respeto para los mayores?, no hay […] yo a los míos Dios sabe cómo les he tenido que dar por el espinazo para que no se me pongan como el resto, viera la fachita con que andan vestidos, el otro día no más llegó la menor mía, la Odette, con una blusa, polera que la llaman, luciendo una manzana pintada a cada lado, coloraditas y mordisqueadas, todavía ¿cómo va uno a aceptar que una criatura de quince años ande en presencia de su padre insinuando cosas mayores?” (Bustamante, 2007, p. 56).

El correlato histórico del discurso de Aguilera se encuentra en el análisis planteado por Correa et al. (2001), cuando posa su mirada sobre el proceso modernizador de nuestra sociedad:

La década de 1960, por el contrario, devino en una relajación de las conductas. La efervescencia social, la transgresión de las costumbres, el desenfreno eufórico por el cambio y un fuerte optimismo y confianza en el futuro, fueron los signos que marcaron la pauta.

Lo que para la mentalidad de Aguilera son los signos evidentes de la degradación introducida en la sociedad campesina por la modernidad, para el patrón, don Octavio, no son más que nuevas manifestaciones del carácter de los campesinos.

Desde su mirada, la degradación parece ser constituyente estable de la misma sociedad. Su conocimiento, basado en su experiencia y en la herencia en tal sentido recibida de su padre, le permite establecer conexiones entre estos “nuevos” comportamientos y los “viejos”. Es posible que los síntomas cambien, pero el fondo es siempre el mismo:

La gente en estos campos apartados es ensimismada, usted no va a conocer sus sentimientos de buenas a primeras […] la pobreza los ha hecho prudentes, herméticos, desconfiados. Cuando están ebrios afloran sus sentimientos y saltan al tapete las rencillas guardadas, los odios, y se matan entre ellos, es inevitable […] Es un ciclo que viene repitiéndose hace siglos (Bustamante, 2007, pp. 69-70).

Para don Octavio, los cambios son más en la forma que en el fondo; al parecer la modernidad tiene límites que no puede traspasar. Uno de esos límites sería, para el patrón, el carácter de sus inquilinos. En este sentido, respecto de una riña entre empleados del fundo, recuerda el patrón la actitud altanera y orgullosa de los campesinos:

¿acaso no sería la primera vez que en este campo se cruzan unos golpes, patrón? […] Vea usted, con ese predicamento, y es la misma gente, el padre del inculpado, Luis, era uno de ellos, por eso le digo que las cosas no han cambiado mucho, a pesar de los adelantos, educación, televisión, radio (Bustamante, 2007, p. 75).

En los párrafos anteriores se refleja la comprensión que de los fenómenos cotidianos tienen los sujetos representados: para el campesino, los signos de los nuevos tiempos no tienen nada de bueno; las costumbres varían para mal. En cambio el hacendado, fruto de su educación, es capaz de ver nuevas manifestaciones de lo mismo, con diferentes matices. Ello da cuenta de la manera en que los discursos de ambos estamentos tienden a disociarse y a crear representaciones distintas de una misma realidad. Lo que para la mentalidad de Aguilera son los signos evidentes de la degradación introducida en la sociedad campesina por la modernidad, para el patrón, don Octavio, no son más que nuevas manifestaciones del carácter de los campesinos.

5. Oficios

Otra de las formas de definición identitaria y de estratificación, que en definitiva se corresponde con las identidades culturales de las que habla Larraín (2001), es la que se establece a partir de los oficios que desempeñan los sujetos sociales representados. En este sentido, los personajes reconocen distinciones que estos aportan, para bien o para mal, a los sujetos. Es el caso de Senón, el protagonista. La valoración positiva que se tiene transversalmente de él, radica en gran medida en su trabajo. Senón ejerce el oficio de campañisto en el fundo. Capataz y hombre de confianza del “patrón”. Senón ocupó ese cargo producto de sus características personales:

A mí el muchacho Senón me agradaba, discreto y trabajador, respetuoso […] el muchacho valía, una lástima […] y por eso lo llamé y le di unos consejos, yo considero inapropiado que un empleado mío de confianza ande en boca de todos, el campañisto en este campo siempre ha sido un cargo jerárquico (Bustamante, 2007, p. 73).

Es ese mismo cargo, y las condiciones que trae aparejadas, lo que causa envidia y admiración de los otros campesinos; punto anteriormente comentado. Situación similar se verifica con el oficio de arriero, representado en la obra por Anselmo. Es un oficio que requiere destrezas y habilidades particulares y escasas entre los campesinos, las que lo hacen objeto de respeto y valoración de parte de todos los integrantes de la comunidad. Más que un oficio, representa una forma de vida con vínculos profundos y arraigados en la cultura de las comunidades rurales de la zona central de nuestro país.

Por otro lado, en el ámbito de los campesinos independientes, los de afuera, destaca la situación de los pequeños propietarios o pequeños productores. Aguilera, el representante de la comunidad, es a su vez un pequeño viñatero. Esa condición le otorga, a ojos de los demás y también a los suyos, un estatus distinto:

Yo como viñatero, pequeño y modesto seré, pero deshonesto sí que no soy […] aparte que ese cuartelito de viña pegado al estero siempre me da una pipa de mil litros que la comunidad se lo pelea, hasta de Talca vienen a pedirlo, ¿cómo será? (Bustamante, 2007, p.61).

En este sentido es clara la manera en que la posesión de bienes materiales y los oficios desempeñados constituyen elementos de autodefinición identitaria. Para Senón, son sus vestimentas, aperos y su trabajo los que contribuyen a su distinción y diferenciación. Para Anselmo es su trabajo de arriero lo que en gran medida lo define, respecto de sí mismo y de los otros, y para Aguilera son sus bienes económicos y productivos, la viñita que posee, sumados a su linaje familiar, los factores que le permiten acceder al cargo de representante electo por la comunidad. Tales personajes, según se ha descrito, poseen elementos sólidos y diversos que les permiten construir su imagen y afirmar su identidad.

En sentido análogo, aunque anclado en una perspectiva más bien tradicional, el patrón reconoce que su propio estatus y validación tienen que ver, primero, con su condición de clase, miembro de la clase que ostenta el poder económico, los hacendados y, segundo, con la educación recibida. Su título de abogado, aunque no ejerce, lo emparenta directamente con uno de los poderes que funge de marco regulatorio legal. Se sitúa en el mismo nivel del juez que investiga la causa y que representa a la Ley.

Por último, aparece la religión como otra de las identidades culturales que otorgan reconocimiento e identificación a los campesinos; en su mayoría se declaran, salvo en el caso de Ciro, respetuosos seguidores del catolicismo. Mucho tiene que ver esta situación con la labor de “evangelización” asumida por la familia del hacendado:

… no estoy negando las ventajas que significa ser patrón, pero a la par está la obligación de evangelizar a esta gente, y yo me atrevo a esa palabra, me atrevo porque todavía lo siento a mis espaldas… (Bustamante, 2007, pp.78-79).

A partir de lo anterior, podemos adelantar que las identidades culturales que participan como categorías prioritarias en el proceso de definición identitaria de los sujetos sociales representados en la novela son la clase social, el oficio o trabajo desempeñado y la religión católica.

6. Tradición y modernidad

A pesar de que en forma tangencial ya nos hemos referido a este punto, la oposición entre lo tradicional y lo moderno –asumido aquí como expresión de la modernidad en diversos ámbitos- está presente en la mayoría de los discursos de los personajes. Las concepciones, por supuesto, son disímiles. Los campesinos solo reconocen la presencia de la modernidad a partir de los cambios más concretos en su forma de vida, por el contrario, es el hacendado, nuevamente, quien alcanza una mayor comprensión del fenómeno impuesto en la sociedad rural por el proceso modernizador.

Para Aguilera, la tradición está representada, principalmente, por la familia. Existe para él una comprensión personificada en su historia y la de su familia. Se reconoce heredero de una larga estirpe de hombres de bien:

…somos pequeños propietarios, pero con tradición libre en este valle, mi padre era hombre distinguido por aquí, es reconocido que hemos estado por siglos en esta región trabajando lo nuestro y ahora, fiel a la tradición, aquí estoy, mal que mal presidente de la Junta de Vecinos de lavaderos… (Bustamante, 2007, p. 64).

Dados su valoración y apego a “lo tradicional”, representado por su historia familiar, la modernidad, para él, representa un proceso de cambios negativos para la comunidad de la que forma parte. Desde su óptica, lo moderno es sinónimo de mala influencia, de degradación, que afectan los modos de vida familiar y colectiva –recuérdese su ya señalada postura respecto de los efectos de la música y las modas sobre los jóvenes-.

Por otro lado, para don Octavio la historia se repite a modo de ciclos. Para él la tradición tiene que ver con el apego a ciertas estructuras y las formas de vida asociadas a ellas. El papel del hacendado es claro y esto ha sido así desde siempre. El control social y la educación del campesinado, en la medida y límites impuestos por la oligarquía, su clase, son tareas que asume como apostolado. La historia fue escrita y es reescrita de esa forma. Primero su padre, luego él. Es lo que corresponde. Su visión cíclica de los procesos históricos se verifica en su propio relato.

Por otro lado, en la percepción de otros personajes, los ámbitos de la modernidad son más reducidos aún y aparecen desconectados del proceso modernizador, simplemente se viven de manera personal. Tal es el caso de Luis, el principal inculpado en el crimen de Senón. Desde la cárcel, Luis entrega datos y comentarios reveladores de su comprensión respecto de la pugna entre tradición y modernidad. Acongojado por su situación, en un monólogo travestido dirigido a su abogado defensor, enumera lo que para él son signos evidentes de la modernidad. Primero habla de su afición por los programas de televisión:

La tele es lo que más echo de menos, dentra el sol y nos guardan como a las gallinas y hay programas que yo no me los perdía ni por muchas obligaciones que hubiera […] pero igual me pierdo la teleserie, y para qué decir los programas de más después de comida, los de policía, por ejemplo, los mejores programas me los estoy perdiendo (Bustamante, 2007, p. 99).

Luego están sus gustos musicales: “Le diré que hay buena música ahora en frecuencia modulá aquí en Talca, ha mejorado el repertorio, da gusto ahora esta ciudad, locales para comer por todas partes y para bailar también…” (Bustamante, 2007, p. 101). Más adelante agrega: “… a mí que me dejen tranquilo, más no pido, con mi música, rock argentino me gusta, fíjese, han progresado harto esos gallos, no están solamente en el tango y la melodía, han evolucionao…” (Bustamante, 2007, p. 102).

Por último, establece un paralelo de gustos que da cuenta de su concepto de “lo moderno”:

… porque yo contra Senón no tenía nada pendiente como para ir a matarlo […] el negro me caía bien y eso que somos completamente distintos, a él le gustaban las mejicanas, …películas y también canciones, y a mí pocaso, yo soy moderno, americanas y algunas argentinas también, ¿usted ha escuchado esa que dice…? … siempre fuiste… fuiste… fuiste mi amor… argentina!, muy buena, al negro le gustaba el Pedro Vargas, el viejo Negrete, payasadas antiguas que dan sueño, y será porque en su casa televisión no hay… (Bustamante, 2007, p. 107).

Primero, de sus comentarios se desprende, aunque livianamente, su concepción de “lo moderno”, directamente asociada a la vida alegre y diversa de la ciudad, visión que contrasta con la monotonía y falta de posibilidades, de todo tipo, de la vida del campo. En este mismo sentido, la comparación de los gustos musicales referida da cuenta de la renovación de esos gustos en parte de la sociedad campesina –recuérdese la opinión de Aguilera en el sentido de que los músicos estrafalarios son los nuevos héroes-; por un lado, la tradición, vinculada a la fuerte penetración e influencia de la música mexicana en el campo de nuestro país representada por Senón, y por otro, la modernidad, vinculada a las nuevas y crecientes influencias del rock argentino, sus gustos personales.

Segundo, ayudan a situar, aunque difusamente, el cronotopo de la obra. Al referir sus predilecciones por el rock argentino y, en especial, por un tema del grupo musical “G.I.T”, da cuenta claramente de algún momento en la década de los años ochenta del siglo pasado, puesto que es en aquella época que la música rock argentina –de la que el grupo musical señalado es representante- irrumpe en nuestro país provocando una renovación importante de los gustos musicales.

Aunque de manera difusa y poco precisa se presentan en los discursos de los personajes algunos rasgos que remiten a la oposición entre tradición y modernidad, contribuyen a configurar dichos discursos la materialización del horizonte ideológico de la comunidad representada.

7. Crimen

Para finalizar el análisis de la novela, se presentan a continuación las ideas, conjeturas y sospechas que respecto del crimen poseen los personajes.

Jaime, hermano del inculpado, es el primero en entregar su veredicto. A pesar de ser testigo de la confesión de su hermano, sindica a Ciro como el responsable del crimen:

… ¿por qué llorai?, le pregunté, porque yo lo maté hermano, fui yo, Jaimito, ¿y cómo que fuiste vos Lucho, por Dios?, fui yo con mi cortapluma, con ésta lo maté, y me mostró la cuchilla ensangrentá… El Lucho estaba ahí, medio a medio del hecho, pero había otros, el Ciro, que para mí es el sindicado… (Bustamante, 2007, p. 17).

En segundo lugar, se presenta el testimonio de Adolfo, amigo y consejero de la víctima. Adolfo relata los hechos de manera similar a Jaime. Plantea que Luis tenía motivos para agredir a Senón, pero no puede asegurar que él haya sido el homicida, aunque lo vio involucrado en la pelea:

…el Luis estaba envalentonao y haciéndole preguntas feas al Senón, que debió contestar con un golpe bien puesto, y para cuando el Luis se pudo parar, lo hizo navaja en mano, fea la cosa […] en el preciso momento que se cortó la luz y que en la oscuridad los golpes y los gritos iban y venían, hasta que en una de esas cayó el Senón y para cuando vuelve la luz, ahí estaba, botado en el suelo con los ojos bien abiertos y las manos ensangrentadas tapándose las tripas, y el Luis también asustado y con la navaja estilando sangre colgándole de las manos… (Bustamante, 2007, p. 28).

Por último, Adolfo alude a los comentarios que señalan al patrón como instigador del crimen, aunque no cree en ellos.

Belisario, padre del inculpado, entrega, en tercer lugar, su parecer. Su testimonio se centra en la defensa de su hijo, convencido está de que Luis no fue el asesino. No culpa a nadie, pero desliza sospechas respecto de Adolfo y de Ciro:

Sí, patrón, no voy a negarlo, parece que los niños pusieron las manos, pero solo las manos, don Octavio, no es costumbre nuestra andar a cuchilladas, usted nos conoce […] del que sí se puede certificar es del Adolfo, ése sí que estuvo preso, y el otro que es hombre oscuro, el Ciro, rosquero, hombre confuso. No vengo a indisponer a nadie, patrón, pero tampoco voy a quedarme con los brazos cruzados cuando se ventea tanta mala palabra de los míos… (Bustamante, 2007, p. 37)

El cuarto monólogo travestido es el de Graciela, tía de Luis. Dirigido a su hermana, madre del inculpado, se desliza sobre el asunto sin comprometer su opinión:

…Berta, por Dios, no te desanimís, vai a ver cómo tu chiquillo va a salir libre de polvo y paja, vai a ver, aunque seguridad no tengo, no estando presente, pero presentimiento tengo, tincada, intuición tengo que todo se va a arreglar por confesiones de algunos presentes que les consta que tu chiquillo no era el único en el gallinero[…] en el hecho, Berta, había otros, eso está confirmado… (Bustamante, 2007, p. 44).

Después de Graciela aparece la voz de Aguilera, el representante de la comunidad. Su versión es bastante directa; habla de la historia de desajustes provocados por la familia de Luis y culmina adhiriendo a la versión que lo señala, junto a su hermano Jaime, como los culpables del asesinato:

…ahí se inició la pelea, y el primero que se fue al suelo fue el tontón del Lucho, de un golpe en la pera que le encajó el finao, golpe de puño respuesta a los insultos, y para cuando el Lucho se puso de pie ya venía con la navaja empuñada, mientras que el otro, el Jaime, el mayor, lo tenía sujeto de las manos para que el más chico le abriera la guata, eso me han dicho unos testigos a los que yo le merezco fe… (Bustamante, 2007, p. 65).

El siguiente personaje en entregar su testimonio es don Octavio. Basándose en el conocimiento que tiene de los campesinos, piensa que no será posible conocer la verdad respecto del crimen:

…un enredo mayúsculo, entre ellos se culpan, llegan hablando cosas vagas, difíciles de trenzar, culpándose veladamente, nunca de manera directa, son precavidos, no se va a saber a ciencia cierta quién realmente mató a Senón […] afirman que a Senón le dieron varios cuchillazos, vaya uno a saber…, no hay manera de penetrar en su defensa… (Bustamante, 2007, p. 77).

En cierto sentido, su postura refuerza la idea de incerteza que entrega la obra; no es posible acceder a la verdad, solo hay verdades a medias, solo testimonios.

El cura Aurelio, por su parte, más que nada se dedica a consolar a la madre del difunto y a defender al patrón de los rumores que lo presentan como responsable del asesinato:

Para mí es un consuelo saber que ama a Cristo, que busca su compañía, que le reza, yo no puedo aspirar a más y he venido solo para recordarle que es una bendición que sea así […] Magdalena, me entristece que los rumores lleguen hasta ese extremo, ¿don Octavio mandarlo a matar?, ¿pero, cómo cree usted que yo me siento frente a una afirmación así?, yo, tantos años a su lado, él, que me trajo a este rincón y que soy su confesor, me consta que es un hombre cristiano y de intenciones loables, y eso que no voy a negar que tiene debilidades, es humano, pero no es un hombre de bajezas, verdaderamente no hay motivo para ofenderlo y, con todo cariño, Magdalena, ¿con qué propósito iba él a fomentar la muerte de Senón, a quien él apreciaba?... (Bustamante, 2007, p. 87).

En su turno, Luis, se defiende de la acusación y aunque en un principio reconoce la autoría del crimen, luego se declara inocente:

…es que después vine a sacar conclusiones que por más que yo haya tenido en la mano la navaja ensangrentada no significa que yo haya sido, porque en el enredo también habían otros que utilizan la cosa esa, y lástima que testigos no había, y que los que había no sirvan, parientes y otros como el Aguilera y el Ciro Culenar que certifican lo contrario, maricones, aparte que estaba oscuro, bueno, para qué volver a ,lo mismo, pero igual digo yo, ¿si no está claro por qué me tienen aquí encerrado?, ¿por qué no hacen las averiguaciones conmigo en la casa como corresponde, para atender mi trabajo, para en la noche ver tele…? (Bustamante, 2007, pp. 99-100).

Los discursos restantes, últimas versiones sobre el crimen, son los de Ciro Culenar y de Mariana. Ciro es una suerte de “busquillas” del lugar; realiza todo tipo de oficios y no se compromete por mucho tiempo con nadie. Lo que primero hace es defenderse de las acusaciones en su contra para luego apoyar la versión que culpa a Luis:

…porque el Luis ya estaba mirando bien ceñudo al Senón […] y el Senón que era bien parado en las hilachas, le contestó {…] pero el Luis insistente, ¿a ver, cómo querís que te pregunte si acaso soi hombrecito o solamente un negro caliente sin respeto por tus mayores?, y ahí la mano del Senón penetró acertada medio a medio del hocico del Luis, dio bote en el suelo y para cuando se paró ya la rosca estaba armada, porque el Luis venía de vuelta navaja en mano en el preciso instante que se apagó la luz […] y para cuando volvió el negro ya tenía las tripas al aire, eso me dijeron porque yo en la oscuridad apreté cachete, no estaba pa recibir un tajo del descriteriado ese… (Bustamante, 2007, pp.122-123).

Por su parte, Mariana se hace cargo de los rumores que apuntan a su padre como responsable:

Al comienzo me confundí, que tontera, me imagino cómo estarás de irritado, esta gente comentando cosas de nosotros, qué desilusión y qué ingratos, supongo que de ignorantes que son, inventando telenovelas y confundiéndonos dentro de sus historias rebuscadas, yo enamorada de un campañisto y tú, desesperado mandándolo a asesinar, telenovela perfecta… (Bustamante, 2007, p. 131).

A pesar de que comprende que el rumor no es más que eso, desliza una cierta duda sobre la actitud de su padre:

…Esto de Senón, papá, qué hiciste tú para que todo Lavaderos crea que Senón me amaba, ¿qué hiciste para convertir algo tan sencillo e ingenuo en un rumor de voces escondidas?, con tus temores pusiste los ojos de todos sobre mí, y sobre Senón… (Bustamante, 2007, p. 139).

Con el discurso de Mariana se cierra la novela. De él podemos rescatar, principalmente, un par de cosas. En primer lugar, no se disipan por completo las sospechas respecto de la participación de don Octavio en el crimen. Con esto se refuerza aún más la incerteza que portan los rumores y se diluye la pretensión de encontrar la “verdad” sobre el asesinato. Segundo, completa el cuadro de contrastes entre el mundo del hacendado y de los campesinos; la distancia que los separa es insalvable. En sus palabras hay, matizados por el tono íntimo y el cariño, rasgos que apuntan inequívocamente a las diferencias de clase. Su percepción queda reflejada en un monólogo travestido, cercano y profundo, dirigido a su padre, el patrón.

8. Discusión

Bustamante recrea en la novela Asesinato en la cancha de afuera la vida de pequeñas comunidades rurales de la región del Maule. A partir de los discursos de los personajes de la obra es posible establecer cambios en la configuración identitaria de los sujetos sociales representados en ella. Tal cuestión aparece mediada por la influencia del proceso modernizador operado en nuestra sociedad durante la segunda mitad del siglo pasado.

En tal sentido, la pregunta por la identidad se nutre de la tensión que en diferentes ámbitos introduce dicho proceso, el que resulta en cambios que implican modificaciones al sistema de valores imperantes en la sociedad descrita, en acomodo con la modernización del sistema productivo y de las condiciones laborales y económicas de los sujetos, lo que redunda en la modificación de la estructura social de las comunidades representadas. Ello se tematiza y articula discursivamente en torno a las circunstancias que rodean el motivo de la novela –el asesinato de Senón-, para desde ahí desplegar su potencial significativo refractando contenidos ideológicos que dan cuenta de la configuración social e identitaria de los sujetos y la comunidad en su conjunto.

En este sentido, aparece el hacendado y su familia como cúspide de la estratificación social de dicha comunidad. Esta es una percepción compartida y validada por todos los integrantes de la sociedad representada. Ello en alusión directa al sistema imperante en la sociedad agraria de nuestro país durante gran parte del siglo pasado, resabio del sistema tradicional de tenencia de la tierra y del control del aparato productivo.

A pesar de lo descrito, pequeños cambios asoman en relación con el sistema productivo, lo que redunda en una modificación al sistema de relaciones sociales y, por lo tanto en la configuración identitaria de los sujetos.

Si bien es cierto es el hacendado quien controla las relaciones económicas en la comunidad, surgen entre los campesinos nuevas esferas de acción que, en parte, modifican tal situación. Por un lado, están los pequeños propietarios que han logrado desarrollar actividades productivas –en pequeña escala- lo que les otorga un estatus especial al interior de la comunidad. Ya no dependen por completo de las actividades del fundo y tal situación incide en una valoración positiva que mejora su autopercepción y también la percepción de los otros, lo que redunda en la configuración de una nueva identidad cultural: propietario independiente.

Lo anterior va de la mano con el surgimiento de nuevas formas de organización social en la comunidad campesina representada. Nos referimos a la posibilidad de organización comunitaria que favorece nuevas formas de relación entre los integrantes de la comunidad, lo que redunda en una modificación de las jerarquías: los representantes de la comunidad se erigen como interlocutores válidos, con un nuevo estatus, ante los campesinos, ante el hacendado y también ante las autoridades de orden, jurídicas y religiosas, que estructuran discursivamente la sociedad representada.

Son estos pequeños cambios en las jerarquías al interior de la comunidad los que dan cuenta de las modificaciones que el proceso modernizador introduce en la comunidad representada.

En tal sentido, los discursos de los personajes portan contenidos ideológicos que en su conjunto permiten dar cuenta, en un espacio-tiempo determinado, del horizonte ideológico que articula las relaciones al interior de la sociedad descrita. En tales discursos es posible rastrear y recrear los elementos que definen la identidad de los sujetos.

Concurren, entonces, factores internos y externos al individuo que permiten delinear los cambios en su entorno inmediato que finalmente inciden en el cuestionamiento de su identidad.

En tal sentido, en una suerte de juego cruzado de percepciones se presenta la forma en que los individuos de la sociedad representada construyen una imagen de sí mismos que porta una mirada muy personal, fuertemente teñida por todo un entramado de juicios de valor y de prejuicios que remiten al conjunto de elementos que conforman la cultura local.

Entre los factores externos de autodefinición, principalmente, se cuentan aquellos elementos que remiten al lugar que el sujeto ocupa en la jerarquía social expuesta; la condición del campesino como peón del fundo o su opuesto, trabajador independiente, son conceptos que portan el fuerte peso de la historia, de la tradición, de cierta valoración que en definitiva estructura las jerarquías, relaciones y todo el entramado social.

Surgen, en este sentido, como principales identidades culturales que soportan la autodefinición de los individuos la clase social: peones, trabajadores independientes, hacendados; la religión: católicos, la mayoría, a lo que se añade el estatus que dichas categorías aportan, el oficio desempeñado que los sitúa jerárquicamente y los elementos materiales a los que los individuos pueden y desean acceder.

Referencias bibliográficas

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Bajtín, M. (1994). El método formal en los estudios literarios. Madrid: Alianza Editorial.

Bustamante, Ó. (2007). Asesinato en la cancha de afuera. Santiago: Catalonia.

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Fobbio, L. (2009). El monólogo dramático: interpelación e interpretación. Córdoba: Comunicarte.

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