La hija vertiginosa de Humberto Díaz Casanueva, o el germinar de la palabra

Juan Manuel Mancilla

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile

juan.mancilla@pucv.cl

Citación: Mancilla, J. M. (2020). La hija vertiginosa de Humberto Díaz Casanueva, o el germinar de la palabra. Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura, 30(2), 412-417. doi.org/10.15443/RL3030

Dirección Postal: Templeman #833, Cerro Alegre, Valparaíso, Chile

Más de dieciséis libros publicados, además de varias antologías y reuniones de su poesía, como la recientemente realizada por Diego Sanhueza y publicada por Das Kapital bajo el nombre de Poesía completa (2019) o la colección de ensayos Laberintos (2017, UCV), demuestran el interés sostenido que suscita la obra y figura de Humberto Díaz Casanueva (en adelante HDC) que persiste tan singular y deslumbrante en el horizonte de la producción poética chilena posicionada en dos siglos.

Sesenta y cinco años después de su primera edición en Chile, Bordelibre Ediciones, reedita La hija vertiginosa (1954, en adelante LHV), un texto asombroso, exorbitante y pleno de talento compositivo. Obra poética necesaria de destacar particularmente dentro de la prolífica producción de Díaz-Casanueva, puesto que, al hablar de su poesía, la omnipresencia indiscutible del Réquiem (1945), seguida de El blasfemo coronado (1940) o El aventurero de Saba (1926), su primera obra publicada, postergan otras notables obras como El pájaro dunga o El niño de Robben Island (1985). Y es en esa compacta constelación creativa donde posiblemente La hija vertiginosa, fractura y desborda las propias marcas dejadas por HDC, señalizando nuevas vías para introducirse en los caminos siempre enigmáticos y sorpresivamente curvos de una de las escrituras más portentosas y conmovedoras de la lírica chilena. Un registro poético siempre fuera del tiempo y las convenciones, pero, totalmente conectado con las fibras más finas del ser y los problemas o inquietudes que rondan los espacios insondables de la existencia humana y posthumana.

La presente edición de la obra, a cargo de Ignacio Herrera G., incluye algunas modificaciones con el propósito de incorporar elementos estilísticos que potencian la expresión idiomática, conservando y cautelando el sentido propuesto por el poeta en el texto original.

Correcciones gramaticales y ortográficas donde se optó por suprimir tildes en desuso (solo, mi, fue) e incorporando signos al comienzo de los versos (exclamación, interrogación e interjección), así como otras modificaciones más decidoras como el “cambio en el uso de sangría y corte de versos” (p. 8), optando por el párrafo francés, ya que en las ediciones anteriores no siempre se manifestó un criterio claro al respecto, provocando confusión al quedar versos independientes, cuando, no obstante, eran continuidad del anterior. A modo de ejemplo, citamos:

¡Oh, tus millares de pies brotando como yemas de la

huesuda tabla en mí plantada! (p. 19)

¿Pudiste acaso antes que nacieras solo cruzar por mí

lagrimeando de la vena que derramo hacia la noche sin

necesidad de que aparecieses de carne? (p.21)

Las citas ilustran los aciertos editoriales, pues, la inclusión de signos exclamativos e interrogativos al inicio y cierre del verso, más el espacio sangrado que evidencia la longitud original del verso, propician la identificación inmediata de la unidad expresiva propuesta por el poeta, colaborando en la comprensión del texto lírico y en la legibilidad del proceso lector, elementos que enriquecen y resaltan el estilo poético de HDC.

De tal manera, consideramos convenientes y oportunas las intervenciones efectuadas al texto, pues, como hemos dicho, potencian, por ejemplo, la musicalidad del verso, devolviendo al poema su cadencia con aire de “canto largo”, incluso, provocando un efecto “mántrico”, si se nos permite, al estirar y prolongar la sonoridad versal. Las decisiones editoriales de Herrera, en este sentido, se justifican plenamente necesarias como se evidencia, cuando más si se ha seguido respetando la edición del texto original.

Por otra parte, la presente entrega de la LHV incluye dos textos más. El primero se trata de una especie de prólogo o breve nota, a cargo de Diego Sanhueza, quien nos entrega algunos puntos claves de la misma obra poética.

El especialista señala que la LHV es una obra gozne en la producción de HDC, ubicándola entre dos bloques temporales y dos polos temáticos que provocan una tensión a lo largo de toda la obra del poeta.

Un primer pilar estaría conformado por los libros publicados por HDC desde 1940 al 47’; El blasfemo coronado, Réquiem y La estatua de sal. Sanhueza dice que en esta etapa, la poesía de HDC está casi íntegramente ligada a la muerte, a la detención, al mal y a la oscuridad, de ahí que el crítico la posicione en una polaridad negativa, en contraste con la poética expresada por la LHV, la cual, inaugura otra época productiva de su obra, donde la escritura se abre al movimiento, al nacimiento, a la luz y la vida. Así, agrega Sanhueza, en el plano estilístico, su poesía se vuelve compacta, abandona el barroquismo y opta por imágenes que, si bien, evocan el surrealismo, los poemas, ya comienzan a tantear otros senderos, dominados más por principios de pulsión vital (pp. 9-12).

En efecto, los títulos referidos al primer bloque compositivo manifiestan explícitamente este desplazamiento que va de la oscuridad blasfema o el canto mortal del réquiem, a la transmutación móvil y vital del nacimiento, proyectada en la imagen de la hija púber en el vértigo del baile frente al espejo, protagonista y objeto total del poema.

El segundo texto incluido en la edición funciona a modo de posfacio y se trata del ancho e iluminador ensayo “El sueño que renace del fondo de la tierra” (pp. 69-113), a cargo del eterno amigo y colega de HDC, el también destacadísimo poeta Rosamel del Valle (RDV), escrito y fechado en la ciudad de Nueva York en 1956.

En sus pasajes encontramos la perspicaz audacia reflexiva de RDV, quien nos entrega valiosas ideas y comentarios no solo de la obra poética en particular, sino de la poesía y del poeta:

La hija vertiginosa viene a ser una de las pocas obras evidentemente marcadas por la singularidad en nuestra poesía. Sería imposible tratar de apartarla como no nacida enteramente entre el potencial primordial de nuestros elementos propios, porque ella reúne en majestad y resplandor lo fabuloso y lo real de tierra y cielo nuestros, aunque nada lo proclame convencionalmente. (p.81)

Puede ser que el lector reciba una especie de choque ante esta poesía diferente al primer contacto. Esa diferencia no surge de una simple singularidad de los medios expresivos ni de una retórica más, sino que es la profunda sorpresa que levanta el potencial obscuro que a causa de nuestra propia falta de atención y familiaridad permanece fabulosamente perdido entre nuestros pensamientos y actos. (p.82)

La disputa, la declaración contraria al convencionalismo artístico y estético, mirado en perspectiva, se observa como una crítica anticipada al coloquialismo de la antipoesía, pensando que los Poemas y antipoemas de Parra se publican ese mismo año (1954). De este modo, RDV advierte del choque que puede producir la escritura de HDC, pero, por supuesto, la colisión aludida está dispuesta en el sentido de una conmoción, un movimiento energético del ser provocado por una poesía diferente y diferenciada de los retoricismos del buen gusto o de aquellas capillas sermoneras de la claridad elogiosa del coloquialismo. RDV nos insta y desafía, pues, para dar con esa veta rica que, tomada en la superficie del lenguaje, nos conduce hacia las más sorprendentes profundidades expresivas de la palabra artística. Una experiencia estética dada y abierta solamente para aquellos lectores no solo comprometidos con la poesía, sino totalmente enamorados de ella, sin condiciones más que dejarse llevar y acariciar por la misteriosa música del verbo y su revelación. Agrega:

Ni la existencia ni el pensamiento están dirigidos por sutilezas sospechosas o convencionalismos, sino por el estremecimiento que nunca es sutileza ni convención (…) el fervor por el misterio… que es de donde surge casi siempre la poesía (…) (Del Valle, p.83).

Amor por la poesía, atención cómplice e incondicional del lector, deseando, atreviéndose a palpar los abismos de una mente pronta al desequilibrio, sujeta al gozo fatigoso del vértigo, aquel “parlar enigmático” (p. 104), lograr degustar el paladar encantado del canto poético y “de la vibración original de ese silencio fabuloso” (p. 104) que el poeta logra traducir en el milagro de la apelación e interpretación poética. Tal cual la categórica cita a Archibald de MacLeish hecha por el mismo RDV: “Un poema no debe significar sino ser” (p.103). Pues, así tal, LHV es.

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El poema tiene una estructura formal dividida en XIV Capítulos, cuyas temáticas concatenadas conforman una unidad y un solo gran poema por donde aparecen los diferentes destinatarios a los cuales el hablante apela, entre estos, el hermano, la esposa, y por supuesto, la insistente presencia de la hija.

El texto viene precedido por un epígrafe tomado del libro sagrado maya Popol-Vuh, el cual, adentra en una de las constantes del poema mismo, esto es, las figuras paradojales y antitéticas: “Matad ahora a un hombre, inmoladlo; pero que no muera; (…)” (p.17).

Este juego constante de contradicciones es una marca en la obra de HDC y, por supuesto, uno de los atractivos de su poesía, y que en LHV recobra con embriagadores grados colmados de sustancia estética en la experiencia lectora.

Sobre el estilo, este tiene un carácter sublime, una voz de tono mayor que entona cada uno de los XIV capítulos. Podríamos decir que como en la gran parte de la obra de HDC, esta escritura también se filia con la estética surrealista, al contemplar imágenes imposibles en el plano concreto de la realidad, a través de las cuales, el hablante nos sumerge, y luego, extrae esas visiones transformadas por el espejismo de la contemplación relativa, diluida en un espacio y tiempo expandido.

Del mismo modo, como ya decíamos, las figuras retóricas y tropos literarios privilegiados por el poeta son aquellos que operan principalmente sobre el pensamiento: imágenes (componente literal), metáforas (componente inferencial); así como figuras paradójicas y de contradicción, tales como la antítesis y el oxímoron. En particular, llama la atención el modo en que opera con la figura llamada germinación, cuyo procedimiento es la duplicación lexical y sintagmático en el texto poético.

De esta manera, la imagen en trance de la Hija y gesto del baile frente al espejo también se duplica y crece de la misma forma en que la versificación se prolonga y extiende por la página, cuyo efecto escritural adquiere también el movimiento expandido de la prosa y la narración. Es decir, una escritura a mano alzada que también tiende al baile, al ritmo y al movimiento que provoca el ejercicio y los movimientos corpóreo-mentales de la producción escritural.

Así, HDC registra caligráficamente la danza efectuada por la Hija, captada en el vértigo instantáneo de su baile girando sobre sí misma. El hablante situado frente a la duplicación misteriosa de la imagen en el espejo reflector capta el compás exterior del cuerpo y el movimiento interno de la mente también en expansión.

Citamos solo algunos ejemplos de las operaciones retóricas en el poema y sus notables efectos:

“La faz llena de vidrio oculto” (p.19)

“La banda vacía me pasea” (p. 23)

“¡qué sombra inmensa me está derramando blanco!” (p. 24)

“para llorar riendo” (p. 25)

“La invernal primavera donde pintan el velo carcomido” (p. 26)

“¡Me sostiene la amenaza del derrumbe!” (p. 26)

“más carne al alma” (p. 28)

Estas figuras (contradicción, paradoja, oxímoron y antítesis, metáforas e imágenes), cobran una especial función en la poética filosófica de HDC, las cuales se proyectan tanto nivel del significante como del significado. Es decir, a través de ellas, el verso no solo dice, sino que performativamente hace aquello que proyecta. De tal modo, pensamos que la implicancia fundamental de la confrontación antitética es acercarnos a la oposición existencial, en tanto, experiencia cúlmine de la condición humana. En otras palabras, la poesía y las palabras, paradójicamente, nos ayudan a expresar lo imposible del decir, nos acercan a lo insondable del abismo, nos permiten ver y palpar la muerte sin vivirla o sin morirla, contemplar la divinidad sobrenatural desencarnadamente humana, tal como el imperativo epígrafe del sagrado Popol-Vuh: saber morir sin morir.

Esta cualidad y capacidad poética, sin duda, es la posible y recortada respuesta humana frente a la invisibilidad del todo que se nos precipita con su peso total sobre sí, ante estas preguntas que no tienen ni tendrán respuestas definitivas, la palabra poética, al menos, puede ayudarnos a imaginar y recorrer una ruta en completa libertad de tránsito, por ejemplo, cuando el hablante frente a la Hija dirige tal interrogante:

Suspenso el tiempo ¿por qué así te veo

futura?

¿Pudiste acaso antes que nacieras solo cruzar por mí

lagrimeando de la vena que derramo hacia la noche sin

necesidad de que aparecieses de carne? (p. 21)

***

En el capítulo XI, la paternidad, la hija, la mujer, la esposa, la amante, el amor, el sexo, el erotismo, el hombre y todo en ello, está expresado. Poesía y energía creativa y de procreación. RDV plantea en su ensayo que el hombre de ciencia “desmaravilla lo maravilloso” (97). Persigue descubrir el misterio, mientras que la poesía se encarga de mantenerlo encubierto, resguardando el secreto compartido. La poesía está por el deslumbramiento en el mismo alumbramiento, es decir, se sitúa en una oposición siempre otra, más allá o acá, pero, siempre fuga dislocadamente oblicua, desbordando los límites de la realidad fija.

Es ese el gesto inaugural donde aparece duplicada la Hija en el vértigo producido por la doble irradiación de la imagen. El fulgor del movimiento de la danza que deslumbra los ojos del hablante y proyecta la visión extremada de belleza sublime ante tal aparición de este ser cuasi fabulosamente dinámico que gira sobre sí misma, ensimismada en el trance invisible de ser sobre el eje frágilmente invencible de sus pies:

Hija, baila, baila

Picotea el suelo hasta sacar la lombriz

Saca, saca al hombre en el pavor de crecer

Saca su alma

como un rayo de oro que siegan cuando comienza a unirse (…) (p. 55)

Dos dimensiones se aperturan en los versos anteriores: imagen y movimiento. Primeramente, la danza como un levantamiento, una insurrección frente al freno atractivo y posesivo de la gravedad: los diminutos pies descalzan de la tierra y se elevan por el aire en el breve espacio, en el breve lapsus temporeo, logrando triunfar frente a las fuerzas incomprensiblemente descomunales e imbatibles de la naturaleza. La Hija, la niña, la infanta al danzar es más fuerte que el olimpo junto, al moverse al ritmo de su propia emoción descalabra al tiempo, no sometiéndose, se desujeta y resuelta, flota su cuerpo, pervive en el movimiento impulsado de su propio motor-alma.

Pero también la danza de la Hija, su baile como una comunión ritual, como una conexión con los vestigios antepasados, aboliendo insurrectamente al tiempo, nos lleva hacia esos primeros aleteos del ave, cuando fuimos seres aéreos. Reminiscencia de esas imágenes supervivientes (Didi-Huberman) de una mariposa antes de serlo: un tránsito otro, una vida y existencia vitalmente nómade que despliega y despega al ser de ser siempre lo mismo: de oruga a mariposa y de mariposa al viento errante; asimismo y en torno a otro plano, de ser humano a ser otra cosa, “¿barro tal vez?” (Spinetta).

Finalmente, la imagen total que en el poema despliega HDC, es que pretende volcarlo todo sobre el remolino aéreo de esa danza alucinante de la hija. Más bien, es el hablante quien se proyecta en este ritmo vertiginoso por donde ve pasar la existencia completamente difuminada, como vista a la velocidad de la luz: la patermaternidad, el amor, el sexo y la muerte eternamente viva.

Así, nos preguntamos atónitos, si es a la Hija del reflejo o a la otra a quien el hablante se dirige al esbozar sus interrogaciones. Pensamos que una posible y tentativa respuesta está dada en la figura literaria que más profusamente emplea el poeta, esta es, la germinación, a través de la cual, puede trazar momentáneamente la línea fronteriza sobre el pasado, en tanto, principio y niñez, más la proyección hacia el futuro, en tanto, finalización y vejez que abre otro acceso al ser, es decir, al retorno y reencuentro de uno mismo devuelto en otro.

La palabra germinación, del latín germinare, está íntimamente relacionada con semilla y esta misma con sembrar. Cuando se siembra la semilla, el grano y vegetal en potencia, comienzan su proceso de germinación que con el tiempo brota transmutado en planta y florece: crecen sus raíces y sus hojas o frutos, alcanzan la faz del viento y este mismo vuelve a reconducir a las semillas hasta el vientre de la tierra para recomenzar otra vez el ciclo del nacimiento, crecimiento, desarrollo y final de un ser.

De esta manera, el poema total, pero, particularmente en el Capítulo XI, cuando la hija está en flor, abierta, girando al sol, a la luz del día, brillante en la danza de la niñez, en el tránsito de la adolescencia, en el curso y paso epocal hacia su desarrollo temprano, cuyas energías como rayos, impactan al hablante camino del fin, y es en esta visión cuasi extática frente de la hija desbordando vida, donde la existencia misma se revierte y le convierte en un velado espectador y testigo de la eternidad, a través de la palabra diseminada:

Nacer, renacer

¿Quién soy para quién?

Mi corazón esté mezclado de leche y sangre

He perdido la memoria de la leche

¡Oh, alma mía! ¡Aterradora nodriza!

Espanta mi bandada de cejas negras

Mis silbidos en ámbitos vacíos

Solo tú hija mía podrás concebir al padre una y mil veces

y en mí anticipar el secreto del origen que no cesa (…)

Qué veo en ti

Qué precoces plumas te arrancas

Cuerpo oculto que la luz torna innumerable

¡Cien hijas salen de mis ojos locos! (…)

¡Así eres lo que eres!

¡Entonces abrázame! ¡Ah, luz que acaba el mar! (p. 55)

Solo resta agradecer y recomendar totalmente esta nueva entrega de una obra poética que nos invita a abrazar un estremecimiento que nada más pretende colmar de belleza las experiencias afectivas entre seres humanos y el misterioso encuentro entre la poesía y los hechos cotidianos vistos y sentidos desde la suspensión sorpresiva de la escritura compenetrada.

Referencias bibliográficas

Díaz-Casanueva, H. (2019). La hija vertiginosa. La Serena, Bordelibre Ediciones.