La afirmación del “Yo” en la locura del Quijote de Unamuno: una mirada desde ortodoxia de Chesterton

The Affirmation Of The “Self” In The Madness Of Unamuno’s Don Quixote: A Look From Chesterton’s Orthodoxy

Federico José García Larrain

Universidad San Sebastián, Chile

federico.garcia@uss.cl

Recibido: Abril 2019 Aceptado: Noviembre 2019 Publicado: Junio 2020

Citación: García Larrain, F. J. (2020). La afirmación del “Yo” en la locura del Quijote de Unamuno: una mirada desde ortodoxia de Chesterton. Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura, 30(1), 119-126. DOI: 10.15443/RL3010

Dirección Postal: Universidad San Sebastián, Lientur 1457, Concepción, Chile

DOI: doi.org/10.15443/RL3010

Resumen: Miguel de Unamuno celebra la locura del Quijote como una afirmación del “yo” en su Vida de don Quijote y Sancho. Para G.K. Chesterton la afirmación radical del “yo” es el elemento fundamental de la locura, pero no algo para ser celebrado. Para Chesterton la locura del Quijote no está tanto en la afirmación de su propio “yo” sino en la afirmación de una realidad olvidada, invisible para quienes se han acostumbrado a vivir en un mundo que ha perdido el juicio: es el único cuerdo en un mundo de locos. Elementos de esta lectura del Quijote pueden encontrarse, a pesar de Unamuno, en la Vida de don Quijote y Sancho; es Unamuno, más que el Quijote, quien afirma su “yo” a costa de la realidad.

Palabras clave: Miguel de Unamuno - G.K. Chesterton - don Quijote - locura - Ortodoxia

Abstract: Miguel de Unamuno celebrates Don Quixote’s madness as an affirmation of the “self”, in his Vida de don Quijote y Sancho. For G.K. Chesterton, the radical affirmation of the “self” is the main element in madness, but it is not something to be celebrated. For Chesterton, Don Quixote’s madness is not so much in the affirmation of the “self” but in the affirmation of a forgotten reality, invisible for those who have become accustomed to live in a world gone mad: he is the only sane man in a crazy world. Elements of this reading of Don Quixote can be found, in spite of Unamuno, in his Vida de don Quijote y Sancho; it is Unamuno, more than Don Quixote who affirms his own “self” against reality.

Keywords: Miguel de Unamuno - G.K. Chesterton - Don Quixote - madness - Orthodoxy

1. Miguel de Unamuno, G.K. Chesterton y don Quijote

Hacer una relación entre dos escritores tan diferentes como Miguel de Unamuno y G.K. Chesterton puede parecer arbitrario a primera vista: uno, siendo oriundo de un país católico era escéptico mientras que el otro, en un país protestante, comenzó su vida siendo agnóstico para más tarde convertirse al catolicismo y llegar a ser un apologista de fe. Sin embargo, una mirada a la vida y obra de ambos autores muestra que hay vínculos suficientes como para establecer un diálogo. Además de ser contemporáneos –Chesterton nació diez años después de Unamuno, pero ambos murieron en 1936– hay cierta afinidad de espíritu entre los dos que, aunque no inmediatamente evidente, ha sido notada por varios estudiosos como Del Prado (1961, pp. 8-10) y Savater (1997, pp. 17; 2005, p. 322). Ambos escritores se oponían a la generalización y al naturalismo científico (del Prado, p. 9) y en ambos existía el espíritu de lucha; en Unamuno la lucha tomó un cariz trágico mientras que en Chesterton predominó la alegría del combate. En el prólogo al libro Sobre el concepto de barbarie de Chesterton, escribe Unamuno sobre su autor: “es sobre todo un hombre que escribe más bien que un escritor. Con lo cual creo haber dicho que es un hombre de pelea” (2012, p. 32). De la pluma de Unamuno esto es un elogio.

Uno de los vínculos entre ambos escritores está en la admiración que ambos le tienen al personaje don Quijote de la Mancha y al quijotismo. La admiración de Unamuno por el Quijote está plasmada en su Vida de don Quijote y Sancho y la de Chesterton se ve –entre otros lugares– en la alusión a Cervantes que hace al final de su poema “Lepanto” (el poeta, tras la batalla, ve a un flaco y loco caballero que, eternamente, vaga en vano por los caminos de España) y también en su última novela, The Return of don Quixote (El regreso de don Quijote). Esta admiración por la figura del Loco de la Mancha no es tan sencilla como aparece a primera vista. Por una parte, Unamuno construye un Quijote algo distinto del de Cervantes a partir de ciertas ideas propias, y esas mismas ideas son, en parte, criticadas por Chesterton en la que es quizás su obra más famosa, Orthodoxy (Ortodoxia).

Se puede notar, también, que en la primera parte de la Vida de don Quijote y Sancho Unamuno se refiere al sepulcro de don Quijote: es un sepulcro vacío porque don Quijote no ha muerto, él lo ha resucitado (a pesar de que don Quijote murió, no es posible encontrar su sepultura en ningún lugar de La Mancha). Sin proclamarlo de manera tan explícita, Chesterton también fue uno de los que hizo resucitar al Quijote, llevándolo “desfacer agravios y enderezar entuertos” a la Inglaterra de su tiempo en The Return of don Quixote. Más allá de eso, incluso el mismo Chesterton puede ser interpretado como el cumplimiento del deseo unamuniano de que el Quijote y Sancho se fundan en uno:

Cuando tú, fiel Sancho, noble Caballero montes en tu Rocinante revestido de tus armas y embrazando tu lanza, entonces resucitarás en él, y entonces se realizará tu ensueño. Dulcinea os cogerá a los dos, y estrechándoos con sus brazos contra su pecho, os hará uno solo (Unamuno, 1961, pp. 220-221).

En G.K. Chesterton encontramos la altura del Caballero y la gordura del Escudero, el idealismo del Quijote y el amor por la buena mesa de Sancho, el agudo ingenio de uno y el apego al sentido común popular del otro, infundido con el espíritu de lucha –pluma en ristre– que Unamuno supo reconocer.

Tal como Unamuno fue un hombre de paradojas y contrastes (García Mateo, 1987, p. 3; Escobar, 2013, p. 519 y Posada, 2013, p. 98), también lo fue Chesterton (que alude a sí mismo al hablar de la paradoja en Orthodoxy, pp. 16-17). Si Unamuno puede ser comparado al Quijote (Balseiro, 1934, p. 645; Fagan, 2009, p. 292), como también Chesterton, ambos escritores se unen en la figura combativa y paradójica del Ingenioso Hidalgo, que del mismo modo junto a su escudero forma un binomio de paradoja y contraste.

2. El problema de don Quijote de la Mancha en Miguel de Unamuno

Antes de examinar la locura del Hidalgo en la obra unamuniana a la luz de Chesterton es necesario aclarar el problema de la figura del Quijote en Unamuno. Al respecto es iluminador este pasaje del último ensayo de Del Sentimiento Trágico de la Vida:

Escribí aquel libro para repensar el Quijote contra cervantistas y eruditos, para hacer obra de vida de lo que era y sigue siendo para los más, letra muerta. ¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo que yo allí descubro, pusiéralo o no Cervantes, lo que yo allí pongo y sobrepongo y sotopongo, y lo que ponemos allí todos. Quise allí rastrear nuestra filosofía. (1997, pp. 310-311).

Unamuno no comenta la obra de Cervantes, sino la figura del Quijote como personaje histórico. No es cervantista (García Mateo, 1999, p. 127), y esto queda aún más claro en prólogo del mismo Unamuno a la tercera edición de la Vida (1997, pp. 9-10). Dice allí que él se encuentra en posesión del manuscrito original de la historia de don Quijote, el de Cide Hamete Benengeli, y que en cuanto a cierta imprecisión que le imputa un erudito, es él, Unamuno, el que tiene la razón y no Cervantes, que leyó mal del manuscrito árabe. Se pone al mismo nivel de Cervantes como historiador del Quijote y por encima de él como intérprete. Argumenta a favor del Quijote y en contra de Cervantes que, al menos superficialmente, se burla de su personaje (la independencia del personaje respecto del autor es un tema que Unamuno también explora en Niebla). Rescata al Quijote del mismo Cervantes (Palmer, p. 1971, p. 243) y es más quijotista que Cervantes (Trapanese, 2010, p. 353). En cierto sentido, el no someterse al genio de Cervantes como creador del Quijote es una afirmación de su propio “yo”, característica principal del Quijote unamuniano y principio de la locura, según Chesterton (1908, p. 7).

3. La admiración de Unamuno por don Quijote

Esta manera de comentar, no el texto, sino la persona del Quijote, deja a Unamuno mucha libertad, incluso hasta para cambiar la misma historia, afirmando, por ejemplo, que Alonso Quijano sí había visto a Aldonza Lorenzo, como observa Trapanese (2010, p. 354). De este modo Unamuno puede admirar al Quijote, sin que su locura –que es la causa de las burlas de todo el mundo– sea un inconveniente, al contrario, esa característica fundamental del Quijote pasa a ser precisamente la base sobre la cual Unamuno construye el nuevo Hidalgo.

La re-creación del Quijote, como notamos arriba, comienza por el final: como no hay un sepulcro de don Quijote, a pesar de haber un epitafio, Unamuno lo resucita. La lectura religiosa es patente, y no es extraña, porque Unamuno es un pensador religioso (Cerezo Galán, 1984, p. 102; Posada, 2013, p. 98, etc.). Don Quijote, además de ser comparado con Cristo en su sepulcro vacío, es también comparado con Íñigo de Loyola –San Ignacio– y con Teresa de Ahumada –Santa Teresa de Ávila– a lo largo de la Vida de don Quijote y Sancho: ambos son santos españoles de la época de Cervantes e influidos por la lectura de libros de caballería. La santidad conlleva el rechazo del mundo y por eso es cercana a la locura. Pero don Quijote no es un santo: él prefiere, aun siendo un “Caballero de la Fe”, el camino de las armas antes que el de la religión. (Cervantes, 2004, p. 605-608). Por esto mismo, don Quijote, objeto de las burlas de muchos de sus interlocutores y del mismo Cervantes, que lo hace sufrir palos y más palos, es admirado por Unamuno.

Las razones de la admiración que suscita el Hidalgo son similares a las que suscita la santidad: la búsqueda de un ideal, en contraste con el pedestre mundo de la mayoría, que no sólo no deja tranquilo al idealista, sino que, más encima, se burla de él (Unamuno, 1997, p. 305). Que ese ideal sea imposible lo hace aún más admirable. Es una admiración de lo trágico, en el caso de Unamuno, de lo magnánimo, en el caso de Chesterton. El Quijote idealizado de Unamuno llega a ser un reflejo de sus propios ideales e ideas: a pesar de ser un personaje real, es también criatura de Unamuno. Si Unamuno es como don Quijote, como ya se ha indicado, el Quijote es como Unamuno. La idea central en Unamuno es el anhelo de inmortalidad (Escobar, 2013, p. 524; Ugarte, 1951, p. 18). Lo declara él mismo:

No quiero morirme, no, no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia. (1997, p. 64).

Este anhelo de inmortalidad se resuelve en una afirmación, un regodeo, del propio “yo” (Savater, 1997, p. 11), y al ser imposible de lograr, se vuelve trágico, como el Quijote (Savater, 1997, p. 18).

4. La locura del Quijote y el loco de Chesterton

Se puede observar cómo algunas características fundamentales del Quijote unamuniano se aplican a la descripción que hace Chesterton de la locura. No interesa aquí hacer un diagnóstico clínico de la locura del Quijote, como lo hace Palmer (1971, pp. 243-249), porque la locura del Hidalgo no es un asunto médico, al menos no para Unamuno. De hecho, ninguno de los personajes de la obra puede comprender cómo puede haber un loco tan cuerdo o un cuerdo tan loco. Si bien Cervantes dice que de tanto leer y poco dormir se le secó el cerebro y vino a perder el juicio (Cervantes, 2004, p. 30), para Unamuno la locura del Quijote es precisamente una afirmación de ese “yo”, que crea la realidad, y es por tanto una locura admirable. Esto se ve ilustrado en, entre otros episodios, los capítulos XLV y XLVI de la primera parte de la Vida de don Quijote y Sancho (1961, pp. 101- 107). Aquí, don Quijote defiende violentamente su visión de la realidad contra quienes lo contradicen y acaba por imponerla: dice que la bacía de barbero que ha conquistado es el Yelmo de Mambrino. Es tanta su fe (en sí mismo), que impone su realidad a la realidad de los demás con la fuerza de su brazo y de su mismo convencimiento. Es una “locura de la voluntad” (Trapanese, 2010, p. 356.). Pero la cuestión del “yo” está desde el comienzo en la comprensión unamuniana del Quijote: en el primer retorno a su aldea de la Mancha, al ser recogido por su vecino Pedro Alonso, dice don Quijote “yo sé quién soy”. Sólo el héroe puede decir eso porque sabe también quién quiere ser, para superarse a sí mismo (Unamuno, 1961, pp. 38-39), es decir, para afirmar su “yo”.

Habiendo establecido esto, podemos contrastar la locura de don Quijote con la del loco de Chesterton. Tampoco es la locura, para Chesterton, un asunto puramente médico (Kirk, 1971, p. 6). Dice Chesterton en el segundo capítulo de Orthodoxy (1908, pp. 7-17) que si alguien que cree en sí mismo, es el loco o el maníaco, y don Quijote es maníaco (Cruz Giráldez, 2008, p. 67). El loco crea su realidad y dentro de ella todo tiene explicación. Si el loco afirma que es el rey destronado de Inglaterra, por ejemplo, es lógico que el poder establecido al servicio del impostor haga todo lo posible por alejarlo del trono. Si el loco afirma que todos conspiran contra él, es lógico también que todos lo nieguen. De hecho, no hay nadie más lógico que un loco: ha perdido la realidad, no la razón (Chesterton, 1908, p. 10), su razón es universal, en el sentido que explica todo lo que hay dentro de ella, pero es estrecha y circular (p. 11) pues no concibe que haya algo que no pueda explicar.

Del mismo modo, en la locura del Quijote todo problema y choque con la realidad puede ser explicado recurriendo a las artes de los malos encantadores. Por lo mismo, no se puede razonar con el loco, porque la enfermedad está en el mismo órgano del razonamiento. Eso no es contradictorio con la locura de la voluntad del Hidalgo, puesto que, como afirma Chesterton, al fin y al cabo, todo acto de razón comienza con un acto de voluntad: un acto de fe en la razón misma (1908, p. 20). Con un acto de voluntad se ha dañado la razón y por eso sólo la voluntad puede sanarla.

La locura es interesante, y hasta bella, siempre que sea ajena (Chesterton, 1908. p 8). Este es un problema de la locura: sólo el cuerdo la aprecia porque es capaz de ver su anormalidad. Para el loco su locura es normal y, por lo tanto, no tiene nada de extraordinario. Es por eso que el Quijote aparece como un hombre extraordinario y admirable a Unamuno, pero no tanto ante sí mismo: él no se da cuenta de lo que implica la afirmación radical del propio “yo”. Si la locura, la afirmación del “yo” se vuelve consciente como lo es en Unamuno, pero no en el Quijote, deja de ser locura. Unamuno sabe que el Hidalgo crea la realidad, pero don Quijote no lo sabe, para él es simplemente la realidad. En algunos episodios, como los ocurridos en casa de los Duques (Cervantes, 2004, pp. 778-916), ni siquiera él crea la realidad: otros lo hacen por él sin que él se dé cuenta de que se trata de un artificio.

Como la locura chestertoniana-quijotesca es problema de voluntad, su curación también es problema de voluntad. No se puede romper la locura desde fuera mediante el razonamiento o la percepción; sólo desde dentro de la locura se puede convencer al loco de que viva como cuerdo, y así llegue a serlo. Si el maníaco alega que todos conspiran contra él, no se puede probar lo contrario, pero puede decírsele que simplemente es mejor vivir ignorando la conspiración, dejando de estar al centro, afirmando menos el propio “yo” y otorgando a los demás su propio “yo” (Chesterton, 1908, p. 12). Es lo que hace el loco que se cree un dios griego en el cuento del Barbero (Cervantes, 2004, pp. 552-555) y es lo que hace el bachiller Sansón Carrasco: entra en la locura, pero no prueba nada en su contra, al contrario, la afirma: se hace caballero andante, en un mundo donde ya no los hay, para que el caballero andante deje de serlo.

V. El mundo y el loco

A pesar de que la descripción chestertoniana del maníaco parece calzar con el Quijote, Chesterton lo admira y hasta lo encarna. Si la marca de la locura es la razón en el vacío, don Quijote, al parecer autosuficiente en su afirmación del “yo”, no lo es tanto y eso lo sabe también Unamuno: Sancho lo completa y es Sancho, el hombre común, quien de alguna manera relativiza el “yo” de don Quijote, rompe su individualidad (Fagan, 2006, p. 36). Sin su discípulo, don Quijote pierde el sentido (García Mateo, 1999, p. 137). Esto lo muestra claramente Unamuno al comentar el pasaje en el que el Hidalgo se queda solo en la casa de los Duques al ir Sancho a gobernar su ínsula (1961, p. 162). El “yo” de don Quijote, que crea realidad, no puede crear un Sancho cuando le falta el Sancho real. De alguna manera, Unamuno quiere que don Quijote sea más loco, y más aferrado a su “yo”, de lo que realmente es. El personaje ficticio tiene una realidad demasiado firme como para ser moldeada completamente por Unamuno.

Pero la sensatez de un Quijote chestertoniano tiene además otro asidero. Dice Chesterton que el hombre común mantiene la sensatez por mantener el misterio. El materialista –que es un tipo de loco– es loco porque explica toda su realidad a partir de sus principios materiales, pero es cerrado a lo que no sea materia. El idealista –que es otro tipo de loco– es loco porque no le cree a sus sentidos y puede explicar todas sus sensaciones sin aceptarlas. El loco es loco no por lo que explica o entiende, sino porque no es capaz de aceptar (o entender) que haya algo que no quepa en su razón. El hombre común, en cambio, frente al materialista y al idealista, le cree a sus sentidos, pero a la vez es libre de creer que sus sentidos no le muestran todo lo que hay (1908, p. 16). Don Quijote es caracterizado como un hombre de ideales (García Mateo, 1999, p. 130) en un mundo que los ha perdido: se puede decir que el mundo es el loco, porque no acepta la existencia, validez y grandeza de los ideales, y no don Quijote. Es el mundo el que se ha ido a un extremo, aunque sea un extremo de pretendida cordura, y don Quijote evita precisamente esa forma de locura, que es locura al fin, aunque no sea llamativa. De alguna manera la locura del Quijote recuerda a Vicente Huidobro cuando dice “Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco” (2004, p. 65). La sensatez de don Quijote está un plano superior a la sensatez del mundo que lo rechaza por loco.

El tema del rechazo del mundo es otro argumento para la sensatez final del Quijote. En un mundo loco, un cuerdo será tenido por loco (Kirk, 1971, p. 6). Es claro que Chesterton (1987) pensaba que el mundo moderno era presa de profundos errores, que detalla en su libro What’s wrong with the World (Lo que está mal en el mundo). Esta idea está presente en autores contemporáneos como Alasdair MacIntyre (Clayton, 2018), quien en su libro más reciente se refiere a Chesterton como un autor en el que se puede encontrar una aguda crítica social (MacIntyre, 2016, p. 111). La reivindicación del Quijote chestertoniano en The Return of Don Quixote se basa en la lucha que sostiene el personaje principal contra el mundo moderno (entre otras cosas la deshumanización causada por la maquinaria –por eso era importante atacar los molinos), que es de los pocos cuerdos que logran darse cuenta de lo que está mal, porque los otros ya se han acostumbrado a la locura del mundo (Chesterton, 2008, pp. 122, 213). Su percibida locura no es la radical afirmación del “yo”, sino la radical afirmación de una realidad que pocos ven. El mismo Quijote de Cervantes es consciente de que en un mundo perverso la virtud será perseguida: es natural que pocos comprendan sus acciones (Cervantes, 2004, p. 564).

5. La salvación de don Quijote

Ahora bien, una mera oposición entre el mundo loco y el Quijote sensato, o un mundo sensato y un Quijote loco, no lleva a ninguna parte. Es una mera confrontación de voluntades, una lucha de poder. Pero una voluntad sin contenido no tiene sentido. Observa Chesterton (1908, p. 24) que los grandes adoradores de la voluntad, como Nietzsche no tenían voluntad en absoluto, y Unamuno tenía cierta afinidad con ellos (Savater, 1997, p. 9). Ensalzar sólo la capacidad de elegir equivale a abandonar esa misma facultad, puesto que, si se elige algo porque es mejor, entonces la voluntad queda justificada desde fuera y no por sí misma. Es por eso que una postura así, dice Chesterton (1908, p. 24) es insostenible y contradictoria.

En el caso del Quijote unamuniano, el Hidalgo no puede ser movido a salir sólo por una afirmación de su “yo” y su fe en sí mismo: de ser así no le haría ninguna falta salir de su aldea. Es la bondad de su ideal lo que lo mueve y lo salva. Este ideal lo impulsa a llevar a cabo variadas acciones, desde la liberación del mozo Andrés, en su primera salida, hasta el descenso a la Cueva de Montesinos. Pero el ideal se encarna en una persona de carne y hueso que, al igual que la compañía de Sancho, muestra la insuficiencia del propio “yo” quijotesco: ese ideal es Dulcinea (Trapanese, 2010, p. 365). El ideal de la dama no está ausente en Chesterton: cada uno de los personajes quijotizados en el The Return of Don Quixote tres –muy distintos entre sí– encuentra a su amada y debe luchar por ella.

6. Conclusión

Miguel de Unamuno hace eco a lo que dice el mundo de don Quijote, afirmando su locura, pero la aprueba como algo bueno, porque esa oposición al mundo la toma como una afirmación de un “yo” que se opone a la muerte. Sin embargo, don Quijote no estaba tan loco como pensó Unamuno, porque su “yo” no se auto-afirmaba completamente, sino que se apoyaba en la realidad que le brindaba Sancho y en el ideal que le inspiraba Dulcinea. Su locura trágica estaba dada por la imposibilidad de cumplir el ideal de re-vivir la Caballería Andante en un mundo moderno y no sólo por la mera oposición a ese mundo. Es por eso que al final de su vida don Quijote puede tomar distancia de su propio “yo” y dejar ser loco sin dejar de ser Alonso Quijano el bueno. Se da cuenta de quién es en realidad (puesto que sin un Alonso Quijano no podría haber habido un don Quijote) y acepta esa realidad. Su muerte es triste, pero muere esperando la resurrección, que ha recibido de Unamuno, Chesterton y otros. Es el mismo Unamuno, aferrado a su propio “yo” hasta el punto de no aceptar no ser causa de sí mismo (no aceptar la muerte), quien parece al final más loco que el mismo don Quijote, al menos a la luz de la obra de ese otro Quijote-Sanchificado o Sancho-Quijotizado que fue G.K. Chesterton.

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