Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura
2009, 19 (2) 56-73
La Educación y el problema del mundo
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Education and the problem of the world
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José Andrés Murillo Ua
a Doctor en filosofía política por las universidades Paris VII
Doctor Universidad de Chile.
Profesor de ética y epistemología de las ciencias en Universidad Alberto Hurtado y Universidad del Desarrollo
La educación no sólo transmite conocimientos acerca de cosas particulares que hay en el mundo, sino una imagen concreta de mundo. La imagen contemporánea del mundo occidental liberal es una herencia de la imagen científica de la modernidad del mundo, cuyo eje es la representación y la abstracción matemática. Esta abstracción crea una imagen de mundo más exacta y evaluable que el mundo en el que el ser humano se encuentra consigo mismo y con los otros. Se transforma el mundo en objeto y al ser humano en sujeto, términos inconciliable y violentamente opuestos. La imagen de esta oposición es el pizarrón de la sala de clases. La única posibilidad de integrar mundo y hombre es a través del coraje y el asombro ante el misterio del mundo, mundo siempre en construcción y siempre en riesgo.
Palabras clave: Educación, fenomenología, pizarrón, mundo, sujeto y objeto, seguridad, coraje
Education moves in the space of distance between those who are coming into the world and the world that they arrive. Since Modern Age, this distance formed by the opposing subject and object, has tended to be an impassable abyss. In this way, the world unfolds in two: the world whose image under investigation in the field of Education is the blackboard, and the world of everyday life. In front of the blackboard the student is installed, constituted as a subject, which should curtail the reality until it fits with the security and accuracy of mathematical world-object-blackboard. The world of ordinary life is there and education does not know what to deal with it, and have it for non-existent. The reality held by non-existent prevents people’s existential integration. But there’s another kind of Educations that integrates and includes subjective and objective world and needs the courage to accept and even demand the new perspectives of those who are coming to build a more complete and always risky world.
Keywords: Education, objectified world, blackboard, Modern Age, courage, natality
Si existe algo como la Educación, esto se debe fundamentalmente a que el mundo al que los seres humanos en algún momento dejó de sernos natural, y no ya podemos integrarnos en él sin la ayuda de algunas personas que nos acompañen y enseñen a comprenderlo y
orientarnos en él: padres, tutores, profesores.
Por alguna razón hay una distancia entre el ser humano y el mundo1 tanto como entre el ser humano y él mismo2. Esta distancia es fundamental para superar el mundo como hábitat inmediato, es decir, como conjunto de estímulos ciegos de instintos que obedecen ciegamente. La distancia transforma el mundo y la propia existencia en un “problema” con el que hay que vérselas durante toda la vida. Ese es el sello del nacimiento de la historia (Patočka, 1981) desde que rompió la antigua alianza con la naturaleza (Monod, 1970).
La educación se juega en el espacio de esta distancia, pues intenta introducir en el mundo a los que vienen llegando, a los que aún son extraños a él (Arendt, 1961) ya sea para intentar eliminar esta distancia, para hacerla definitiva y delirante o para enseñar a orientarse3 en y a partir de ella misma. (No hay orientación posible sin consciencia de límites y distancias).
La educación requiere de la distancia para conocer, problematizar, cuestionar el mundo y la propia existencia en él. Es un error cercano a la psicosis pensar que la educación se trata de conocer la verdad definitiva y absoluta del mundo. Sabemos que el mundo y la existencia sólo existen en un juego constante de perspectivas dinámicas. Sólo en ellas es possible
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1 Distancia que hace posible el conocimiento, la ciencia, la abstracción, la idea de mundo, incluso la política y la justicia, pero que también puede terminar en una escisión delirante. Es el platónico Korismos que permite tomar la distancia del mundo, dando lugar al dualismo, con todas sus con- secuencias y peligros de disociación. Una interpretación de que integra este separación como una distancia necesaria para comprender y orientarse está en el “Platonismo negativo” de Patočka.
2. Esta es la base del análisis heideggeriano en Ser y Tiempo acerca del Dasein, como un ser que tiene que ser su propio ser y que en esa tarea, puede ganarse para sí mismo, perderse y volver a hal- larse. (1927, § 9). Más allá del juicio de las críticas que puede despertar esta posibilidad de ganarse, perderse o hallarse para sí mismo, la claridad de Heidegger consiste en decir que el ser humano es un ser para quien su propio estar siendo no le es indiferente, sino que se juega a sí mismo en esta tarea. Su ser consiste en su tener-que-ser [zu-Sein] justamente porque no nace “ya hecho”, porque su existencia consiste en su ir haciéndose a sí mismo en el mundo.
3 El único que ha tomado en serio el problema de la orientación como fenómeno fundamental de la existencia humana, aunque aún de manera insuficiente, fue Jan Patočka sus lecciones sobre la cor- poreidad (1995). Patočka profundiza el concepto de Husserl del cuerpo como centro de orientación, como punto cero del mundo en Ideas I (1983).
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orientarse existencia y científicamente. También es un error -igualmente psicótico- pensar que la educación es una aproximación arbitraria a un mundo que depende exclusivamente de aquél que lo mira. Lo que hace la educación es moverse en la distancia entre el ser humano y el mundo y entre el ser humano y él mismo para aprender a orientarse a partir de esa distancia, sin eliminarla ni transformarla en un abismo absoluto.
El mundo no es el espacio físico con el que nos encontramos, sin más, a problemáticamente, que observamos y analizamos como un objeto que está ahí delante, sino que es el espacio en el que nos movemos, desde el que nos comprendemos y comprendemos todos. El mundo es y surge de una idea de mundo, es siempre una representación del mundo. Si no fuera así, no podríamos conocerlo como tal, ni llamarlo mundo, naturaleza, tierra. Es la distancia que el ser humano toma (o es) respecto del mundo lo que permite reconocerlo como un mundo.
Cada época tiene una idea de mundo, una representación de mundo, un marco de referencias, sistema de valores que permite a los seres humanos comprenderse y relacionarse entre sí, crear normas y leyes, sistemas políticos, económicos y de educación. Todas las ideologías, metafísicas, teorías científicas, epistemes, religiones, partidos políticos, tratados internacionales, convenciones y declaraciones universales, son una manifestación de una idea concreta de mundo.
La idea de mundo es distinta en cada época de la humanidad. El mundo griego, el Kosmos era una totalidad bella y ordenada, llena de dioses; el mundo medieval de la Cristiandad, la Creación, era todo un medio para alcanzar la salvación, el mundo moderno, la Naturaleza, es un gran libro abierto escrito en caracteres matemáticos, escenario infinito de progreso sin fin; el mundo del siglo XX es un mundo fraccionado e ideológicamente polarizado en básicamente dos ideas de mundo que se necesitan para destruirse y que tuvieron al mundo en las fronteras de su propia destrucción violenta; el mundo contemporáneo una consumación del mundo moderno, mundo que se desdobla informática y virtualmente, mundo en el que conviven infinidad de mundos cuyas fronteras se tocan y en algunos casos se confunden, de manera tal que se conforme en un problemático mundo globalizado, en riesgo de fragmentarse o en la posibilidad de constituirse en un mundo común, criterio totalmente nuevo de lo político (E. Tassin, 2003).
Cada mundo conforma también el hombre que lo habita. La educación, la religión, los mitos, hoy la publicidad, los discursos subterráneos crean al ser que habita el mundo. El mundo contemporáneo, consumación del mundo moderno, surge de una contraposición y casi violencia entre el sujeto y el objeto. Las acusaciones de subjetividad y objetividad no sorprenden a nadie, pero esa confrontación no tiene nada de natural.
Una de las experiencias más extrañas de la educación es la confrontación con el pizarrón. Experiencia que pasa inadvertida y que a nadie se le ocurriría llamar violenta. Sin embargo, guarda una violencia fundante. Para ilustrarla permítaseme una anécdota personal:
Yo tenía unos cinco o seis años. En casa habían comprado una enciclopedia del cuerpo humano y yo estaba muy impresionado por la forma que tenía el corazón, con sus venas, sus protuberancias y colores rarísimos. Al día siguiente fui al colegio y la profesora nos anunció, para mi sorpresa, que hablaríamos del corazón. Entusiasmado, recordé la forma de ese músculo extraño que llevaba dentro y comenzó a bombear más rápido. Mi sorpresa fue mayor aún cuando la profesora dibuja un corazón en el pizarrón muy diferente del que yo había visto fotografiado o dibujado en la flamante enciclopedia familiar. Este era un corazón chato, armónico como un círculo al que le había caído una punta pesada por encima y lo dejaba así, como los corazones de los dibujos. Entonces levanté la mano y protesté. Así no son los corazones, le dije a la profesora. ¿Ah no?, dijo ella, pues ¿cómo son? Son extraños, tienen una forma más complicada, le dije. A ver, entonces venga, pase al pizarrón y dibújelo. Nunca he sido capaz de dibujar. Menos aún cuando tenía cinco o seis años: hice un mamarracho que no se parecía a nada y que de ninguna manera podía competir con la simpleza, belleza y armonía
del corazón que ella misma había dibujado. Fui ejemplarmente ridiculizado por cuestionar las enseñanzas de la profesora y esa misma ridiculización sirvió para reforzar y certificar que el corazón era el que la profesora había dibujado, tan geométrico y bien calculado, tan cierto de sí mismo y bien localizado, en el centro y un poco hacia abajo, en ese nuevo mundo cuadrado que ahora tenía que ir memorizando y que constituía fuente de autoridad: el pizarrón.
El mundo devino pizarrón. Al menos el mundo válido, el que es evaluado en pruebas y exámenes, el que es presentado como verdadero, como objetivo, como argumento aceptable. Ahora bien, sólo puede suceder algo así si todo lo demás queda fuera de los claros y exactos márgenes del pizarrón, fuera de la razón válida, de la verdad, en una especie de todo caótico, fascinante e indeterminado. Al menos en apariencia. El cuadro geométrico del pizarrón, plano cartesiano, termina por reemplazar el mundo, pero
¿por qué? Porque el pizarrón es más claro y por lo tanto, más seguro. No tiene perspectivas, profundidad ni matices. Es luminoso, están totalmente contrastadas las figuras que se dibujan sobre él y su fondo; basta pasar un paño o incluso el dedo y todo desaparece, y ya no existe más. Es perfectamente rectangular y puede calcularse e identificarse cualquier posición dentro de él a partir de coordenadas muy simples de X e Y. Los límites son perfectamente claros y es claro también lo que queda fuera, lo que no pertenece a él, lo que no debe ser tenido en cuenta, lo que, en apariencia, no existe.
Lo que queda fuera del cuadro no requiere ser escuchado, y si en algún momento emerge, hay que acallarlo, negarlo, reprimirlo: hay que hacer como si no existiera. Claro que negar la realidad emergente no la hace desaparecer, sino al contrario, la fortalece y la hace omnipotente, puesto que no puede entrar en el diálogo de la realidad, no se la puede aplacar ni combatir. Sólo puede ser combatido aquello que se tiene por existente, lo demás aterroriza, angustia, asola con su sola presencia fantasmal. El mundo devenido en pizarrón no es sólo una anécdota en la educación sino que también es metafísica y política. Es idea de mundo, sólo que en este caso, es un mundo que se transforma en objeto a través del pizarrón. En efecto, el pizarrón permite la ob-jetivación del mundo, su representación, su puesta ahí delante para ser ob-servado. La objetivación permite desentenderse de todo
residuo subjetivo, ambiguo, inexacto, caótico, incontrolable. La objetividad da espacio a la exclusión en la sociedad y dejar fuera todo lo que no quiere ser visto, lo que no calza en las coordenadas exactas del plano cartesiano del pizarrón. La pobreza, la enfermedad, la locura, la ira, lo incalculable, el misterio, el amor, la sexualidad y la pasión.
Podríamos hablar de una política del pizarrón, como la que Patočka (1981) llama del día, la paz y la vida, en la que la modernidad necesita ocultar, eliminar, negar exactamente aquello que ob-jeta el día, la paz y la vida, es decir: la noche, el conflicto y la muerte, sabiendo que sólo hay día, paz y vida porque descansan en la noche, el conflicto y la muerte.
El pizarrón ob-jetiva, es decir, ob-jeta aquello que tiene sustratos subjetivos y para ello necesita la diferencia exacta entre sujeto y objeto, poniendo la verdad del lado del objeto y el delirio del lado del sujeto. Habrá que investigar brevemente de dónde nace esta ob-jeción moderna a todo lo subjetivo que ha permitido la disociación dualista que es llamada lo real. Lo importante de esta objeción es que lo objetivo es utilizado justamente para aquello que quiere evitar: el mundo como arbitrariedad y nihilismo, relativo a las puras ansias insaciables de poder y de control, de progreso ilimitado y devorante. La absolutización de la objetividad crea una parálisis en la capacidad de orientación y la necesidad de moverse en perspectivas. Se alimenta de la fantasía de una visión absoluta de la realidad, donde todo es objeto y el sujeto no es más que un correlato de aquel.
En 1938, Heidegger dicta una conferencia en la Sociedad de Bellas Artes, Ciencias Naturales y medicina de Friburgo que será publicada como “La época de la imagen del mundo”4 , donde profundiza en el la esencia de la ciencia moderna, como espíritu de una época fundamental de Occidente. Este es la época en que la ciencia hace posible la representación, abstracción
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4 Heidegger, Martin, “The Age of the World Picture” (1938), en Off the Beaten Track, versión en inglés de Julian Young y Kenneth Haynes, Cambridge University Press, 2002, (en adelante AGWP)
p. 57 – 85; también versión castellana de Helena Cortés y Arturo Leyte. Publicada en Heidegger, M., en Caminos de bosque, Madrid, Alianza, 1996.
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teórica del mundo gracias a la fusión cartesiana entre física y aritmética. La representación teórica del mundo, gracias a esta fusión y al desarrollo de las matemáticas, constituye una reconstrucción teórica, abstracta, ficticia de la Naturaleza. El mundo objetivado se valida como mundo real reemplazando al mundo con el que nos encontramos cotidianamente, mundo que no puede ser fácticamente abandonado. He ahí el origen de una disociación occidental moderna, que hará posible la cotidiana disociación entre el sujeto y el objeto, el mundo y el pizarrón, el mundo que se siente y el mundo que se valida científicamente. Disociación que no es sólo teórica, sino que se cuela también a los sentidos y a los ideales occidentales, configurando no sólo una teorización del mundo objetivado en naturaleza sino también los sentidos y el sujeto de ese objeto.
Heidegger remonta hasta la esencia de esta representación del mundo, en el nacimiento de la ciencia clásica, que lo hace ser matemático y calculable. Además de ser materialmente eficaz en su aplicación, la matematización del mundo es lo que hace posible, e incluso necesario, su objetivación a modo de Naturaleza.
En muchos textos escolares aún se habla de la época moderna como una época en la que los hombres levantaron la cabeza los libros y comenzaron a observar y experimentar la naturaleza, eliminando mitos y pensamientos mágicos. Sin embargo, se puede pensar lo contrario, puesto que la ciencia moderna se aproxima a la naturaleza no mediante observación sino la investigación, lo que constituye una cierta ruptura con la observación. Galileo, por ejemplo, para confirmar las teorías de Copérnico y de Kepler rompió con la observación natural mediante la utilización del telescopio, creando una observación derivada, asistida tanto por un instrumento como por una previa teorización que debe ser confirmada.
La esencia de la investigación no es la observación, sino el cálculo, que es una aproximación anticipadora de la realidad (Heidegger, 1938), es decir, una aproximación en la que se espera de la realidad una “obediencia” a ciertas leyes preestablecidas teóricamente, leyes que se ha obtenido del
plano matemático y que se aplican a la física con tendencia universal gracias su matematización, es decir, gracias a la unión cartesiana entre geometría y álgebra. Pero ¿Qué es esta matematización?
Heidegger asimila la matemática al cálculo, y a través de la figura del cálculo, al control. El cálculo es una manera de relacionarse con las cosas a partir del control. Según Salansky (2009), para Heidegger “el cálculo se identifica como la forma por excelencia de un actuar controlador, que es el actuar inspector, dominando el ente como Bestand en lugar de seguir la pendiente ontológicamente y fenomenológicamente buena del dejar ser. Calcular es controlar, y prohibir –en la ceguera de esta dominación y esta seguridad […]” (2009, p. 134).
El “punto de vista del cálculo” pervierte la función auténtica del lenguaje, puesto que impide el aparecer verdadero del mundo porque lo transforma en objeto y al lenguaje, en un medio para comerciarlo . Pero para Heidegger (1958) toda objetivación de la naturaleza es un cálculo que involucra a las matemáticas y entra así, en una lógica de la anticipación. La misma palabra matemáticas viene de la palabra griega ta mathémata, que significaba justamente aquello que ya se sabe. Es decir, “aquello que el hombre ya conoce por adelantado cuando contempla lo ente o entra en trato con las cosas” (Heidegger, 1938, p. 59), lo que no agrega nada estrictamente nuevo a aquello que se sabe. La física es conocimiento de la naturaleza, y de los cuerpos en movimiento. Pero cuando la física se matematizó, con Descartes y Galileo, entonces en este conocimiento de la naturaleza “algo se constituye como por adelantado, como lo ya conocido” (Heidegger, 1938, p. 59, yo subrayo).
Esta manera de ser de la física matematizada, junto a la geometrización del espacio (Koyré, 1966), va a crear una homogeneización de los lugares y de los movimientos, la que hará posible justamente la exactitud exigida por la ciencia moderna misma para ser la ciencia objetiva que quiere ser.
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5 Salansky, 2009, p. 134: “ Le ‘point de vue du calcul’, lorsqu’il s’applique au langage, convertit ce dernier en un ensemble de relations vides et formelles qui n’ont de sens que par rapport à un commerce entre les hommes, et qui pervertissent ou même interdissent la fonction authentique
du langage : l’accomplissement du Es gibt, la mise en chemin du monde. Le calcul emporte donc le langage dans une économie mauvaise venant à la place du décèlement, de l’apparition-de-monde ”.
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Todo movimiento puede ser medido con exactitud porque el espacio en el que tiene lugar ha sido sometido a la geometrización. Ahora bien, la investigación matemática de la ciencia moderna no es exacta porque calcule con absoluta precisión, sino que calcula de esta manera porque el ámbito en el que descansan los objeto que investiga están así unidos y homologados, con el carácter de exactitud6 .
La rigurosa y exacta calculabilidad del mundo objetivado, entonces, se hace no sólo posible, sino necesaria y comienza a despertar en el hombre una posibilidadqueleeravedadaentodoslosotrosámbitos: seguridad, exactitud, calculabilidad, control, etc. –Claro que esta calculabilidad moderna va de la mano de la objetivación del mundo, es decir, de la transformación de lo real en un ente más comprensible, calculable, previsible y, por lo tanto, controlable que la realidad misma. Vemos configurarse poco a poco algo como un pizarrón.
La ciencia moderna cuenta con fijeza de los entes, su comportamiento uniforme y obediente a una ley universal para poder trabajar sobre ellos, calcularlos en el plano abstracto. “La investigación científica dispone de lo ente cuando consigue calcularlo por adelantado en su futuro transcurso” (Heidegger, 1938, p. 66). Es gracias a este cálculo que la representación del mundo se vuelve objetivación. Y a la vez esta objetivación confirma una concepción de verdad que no es más que la adecuación de la representación con el objeto fijado en el plano geométrico de la realidad. La verdad adquiere la necesidad de la exactitud que sólo el cálculo hace posible, cálculo en un plano abstracto de la realidad. A la exactitud se le agrega la certeza y la seguridad de un objeto calculable y dominable, se constituyen como valores supremos en la relación del hombre con el mundo, y que están en la base de la evaluación de la educación a través del plano de representación calculable del pizarrón.
La ventaja de la representación geométrica de la realidad (y del pizarrón)
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6 Heidegger, 1938, p. 60: “Mathematical research into nature is not, however, exact because it calculates precisely; rather, it must calculate precisely because the way it is bound to its domain of objects has the character of exactness”.
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es que logra fijar el mundo: fija los hechos y las cosas de manera tal que se vuelvan comprensibles y dominables en su obediente invariabilidad a partir de una ley universal. La fijación de los hechos en su invariabilidad constituye la regla de esta aproximación de la ciencia moderna a la naturaleza, y la constancia en el cambio de estos hechos, es la ley. Gracias a esta regla y esta ley, entonces, por la que los hechos de la naturaleza son fijados y constantes en su variabilidad, es que los hechos mismos pueden ser objeto de la ciencia moderna, es decir, objetivados7 . Esta fijación e invariabilidad, regla y ley, es decir, la objetivación científica de los hechos le da la seguridad y claridad necesarias para la exigencia de exactitud de una ciencia que sostiene la visión de todo un mundo, configurado durante la Época Moderna. Esta claridad y seguridad constituye un ámbito desconocido que se obtiene de uno conocido. Es aquí donde cobra la importancia que tiene para la ciencia moderna el experimento.
Elmundodela Greciaantigua, el Cosmos, noeraunarepresentaciónabstracta de la naturaleza sino una manifestación que hace posible su contemplación8. En efecto, representar, comprensión propia del mundo moderno, consiste en traer ante sí aquello que está ahí delante, como algo distinto, instalado de manera opuesta a sí, ob-ligándolo, mediante la representación, a establecerse en un dominio que obedezca a las leyes mismas de esta representación. El hombre, ob-servador se instala a sí mismo, en cuanto sujeto, ante, contra el mundo representado, es decir, como ob-jeto.
La objetivación, conversión del mundo en objeto que se lleva a cabo junto a la representación del mundo en imagen en la época moderna, como una imagen que obedece (y efectivamente obedece) a leyes universales, corresponde al mismo proceso por el cual el hombre se convierte a sí mismo en sujeto
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7 Heidegger (1938), p. 61: “The fixedness of the facts and the constancy of their change as such is the rule. The constancy of change in the necessity of its course is the law. Only from the perspective of rule and law do facts become clear as what they are”.
8 No puede ser identificada la contemplación griega (theôria) con el concepto moderno de teori- zación, que es una representación abstracta, reconstrucción ficticia del mundo que se manifiesta, para poder calcularlo y dominarlo.
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dentro de lo ente. Esta será la nueva “posición” del hombre en el mundo. No será más es el ser humano quien se expone al ente, sino que se instala ante el mundo en cuanto objeto y le exige su exposición, su presentación, la revelación de sus secretos y re-presentación objetiva delante de él, ante un sujeto (res cogitans) totalmente separado del objeto (res extensa).
Esto no constituye sólo un cambio de enfoque o de posición del ser humano respecto de la naturaleza. Lo decisivo es que durante la modernidad el ser humano se asegura por sí mismo un lugar desde el que investiga el mundo, en un plano de representación también asegurado desde el que hace posible un determinado desarrollo o progreso de la humanidad9.
La transformación del mundo en objeto requiere su correlativo: el sujeto que lo investiga, lo calcula, lo domina, así como un pizarrón requiere de alumnos opuestos a él.
Sub-jectum, (hypo-keimenon) es “aquello que yace ahí delante de nosotros, por sí mismo, que yace como fundamento tanto de sus características propias, permanentes, así como de sus circunstancias cambiantes” (Heidegger, 1938,
p. 81). Es a partir de Descartes que el ser humano, considerando al mundo como mundo externo y objetivo, res extensa, se considerará a sí mismo como el sujeto correlativo de este ser-objeto (mundo), es decir, correlato interno de todo lo externo.
El Sub-jectum permanece como fundamento absoluto de la verdad, liberándose de la tradición y de la autoridad. Pero esta liberación exige una nueva manera de validarse, de verificar la certeza de su correlato: mundo como objeto. Esta verificación debe referir necesariamente a una nueva
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9 Heidegger (1938), p. 69: “Man makes depend on himself the way he is to stand to beings as the objective. What begins is that mode of human being which occupies the realm of human capacity as the domain of measuring and execution for the purpose of the mastery of beings as a whole. The age that is determined by this event is not only new in retrospec- tive comparison with what had preceded it. It is new, rather, in that it explicitly sets itself up as the new. To be “new” belongs to a world that has become picture”.
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autoridad vinculante. En adelante será vinculante y definirá la esencia del hombre moderno la razón y su ley matemática: “lo ente dispuesto y ordenado de manera objetiva a partir de dicha razón o aquel caos aún no ordenado que, como todavía tiene que ser dominado por la objetivación, exige serlo de hecho en una época” (Ibid).
La configuración del ser humano como a modo de sujeto constituyó también una liberación de aquello que le aseguraba, condicionaba y le daba sentido existencial: su alma anhelante de redención eterna. Esta liberación requiere, entonces, la creación de un nuevo fundamento metafísico que venga a reemplazar el sentido cierto de la búsqueda de la salvación del alma que obtenía al sujetarse de las verdades reveladas y los ritos que de ahí se desprendían10 . Descartes crea un nuevo fundamento metafísico para liberación moderna del sujeto: la autocerteza. Crea un pivote a partir del cual puede moverse todo el universo una vez que éste ha sido objetivado: el ego cogitum (ergo) sum. Entonces, este pensar, este cogitare, no es otra cosa que re-presentar, situar el mundo en una imagen plana, segura, plano cartesiano, “pizarrón”.
Representar consiste en “situar algo ante sí a partir de sí mismo y asegurarlo como tal situado de este modo” (Heidegger, 1938, p. 88). La representación del mundo objetivado fue naciendo como una manera de asegurar aquello que había sido librado a sí mismo. La representación es un seguro, una garantía de objetividad del mundo. Pero para que esta representación sea
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10 Para la ruptura con la antigüedad por parte de Descartes y el nacimiento de la Moder- nidad, ver Couze Venn, Occidentalism, Modernity and Subjectivity, Sage, London, 1990, sobre todo capítulo 3 “On the emergence of modernity and the birth of the subject”, p. 107 ss. Descartes hizo tabula rasa con los fundamentos de verificación anteriores a él: “Descartes’s gesture at once erases this whole tradition, breaking with the deference to the past, announcing the futurity of truth: knowledge is the yet unknown or uncertified truth awaiting proof and confirmation in the future. This is supposed to be achieved by means of a general method, based on the rational examination of the empirical evidence and the arguments, without respect for any authority save that of Reason and the objec- tivity of the process. Opinion, from whatever authority, counted for nothing by itself. The knowing subject had to rely on `his’ own intellectual work”
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realmente una garantía, tiene que cumplir con ciertas condiciones que la asegure. Estas condiciones son el funcionamiento del cálculo. En efecto, “este asegurar tiene que ser una forma de cálculo, porque sólo la calculabilidad es capaz de garantizarle por adelantado y constantemente su certeza al elemento representador” (Heidegger, 1938, p. 88). Representar constituye una transformación de aquello que aparece en lo que se representa, transformando también el acto por el que se aprehende lo que aparece (por lo representado), y aquel que capta lo representado también sufre de una transformación.
La transformación del acto de captar el mundo en el representar significa que el representar “ya no es el desencubrirse para... sino la aprehensión y comprensión de... Ya no reina el elemento presente, sino que domina la aprehensión” (Ibid). El sujeto que representa y se representa el mundo, de alguna manera se libera de lo presente, transformándolo en aquello que resulta en la representación. El presente se anticipa y se transforma en re-presentación del presente, pero con ello, al mismo tiempo, en un acto que lo asegura: “El representar es, ahora, en virtud de la nueva libertad, un proceder anticipador que parte de sí mismo dentro del ámbito de lo asegurado que previamente hay que asegurar” (Ibid). Pero para que tenga lugar este asegurar, el mundo que aparece, el mundo presente, tiene que ser ocultado y reemplazado por una representación aún más segura que lo presente, pero en otro lugar, en un lugar opuesto del que capta, es decir, del sujeto: “Lo ente ya no es lo presente, sino aquello situado en el frente opuesto en el representar, esto es, lo que está enfrente” (Ibid, yo subrayo). Así es como se transforma lo presente en objeto, es decir, en mundo representado. Entonces, representado, objetivado, el mundo deviene algo más seguro no en sí, sino en su (aparente) control anticipador. Anticipándolo, el objeto es sometido a esa anticipación. En efecto, “el representar es una objetivación dominadora que rige por adelantado” (Ibid). Pero para que esta dominación sea efectiva, tiene que haber también un acto unificador del mundo en el representar. Así, “el representar empuja todo dentro de la unidad de aquello así objetivado. [Por este motivo] representar es coagitatio” (Ibid).
La relación con el mundo, la experiencia, tendrá que ser transformada o reducida al acto de representar, teorizar, calcular, abstraer, reconstruir el
mundo en el plano cartesiano del pizarrón, más exacto, más seguro que el mundoqueseveporsuslados. Todosentir, querer, enfocar, orientarse, deberá ser reducido a un pensar representativo y unificador de lo real, coagitatio. De este modo, la experiencia del mundo es reemplazada por la observación del pizarrón y la reconstrucción de todo lo aparentemente caótico del mundo y su incierta belleza, se transforma en formas geométricas, calculables y, sobre todo, evaluables a través de la prueba, el examen y todas sus calificaciones exactamente calculables.
A este proceso se ve enfrentada la humanidad cuando se transforma en alumnaje. Y no se trata de un problema epistemológico sino, hay que insistir, en una ética, una política y una metafísica. Es una ética porque la ética siempre es un espacio creado por límites y el pizarrón no es más que límites, es la transformación del mundo en un plano al que se le pueden aplicar todas las leyes y coordenadas del plano cartesiano. Es una política porque la política trata del mundo y su reconstrucción histórica y humana. Podríamos hablar de una política del pizarrón cuando todo se reduce a la razón securitaria, es decir, cuando la ilusión de la seguridad total se vuelve totalitarismo. Y es también una metafísica, porque es la realidad entera la que es transformada por la pizarra, constituyendo una visión completa, un sistema de valores, una imagen de mundo.
La lógica de la pizarra se transmite sutil y efectivamente a la llegada de niños y niñas, ansiosas por integrarse en el mundo, a la sala de clases. Se ven enfrentados al pizarrón y se transforman poco a poco en ese alumnaje pasivo sujetado al objeto mágico e hipnotizante que es el pizarrón.
La confrontación con un mundo reconstruido en objeto-pizarrón es una manera de transformar y los sentidos, puesto que también los desdobla. No es posible orientarse en el plano cartesiano a través de coordenadas absolutas y fijas: a lo sumo es posible la instalación y la ubicación. La orientación propiamente tal requiere de sentidos, lucidez, historia, es una búsqueda, es decir, pregunta, cuestionamiento constante. La lógica aseguradora del pizarrón es de la respuesta y no de la pregunta, y cuando hay preguntas sólo
existen como una manera de asegurar las respuestas.
Durante mucho tiempo, la lógica del pizarrón ha servido para educar seres humanos poco integrados, afectivamente miopes preparados para habitar un mundo cartesiano, cuando en realidad tienen que seguir viviendo al mismo tiempo en un mundo que no responde verdaderamente a esa lógica. La educación entrega herramientas muy útiles para moverse en un mundo cuadriculado, pero no para orientarse en el mundo de la vida y de la experiencia. Es una pedagogía cruel, puesto que en muchos casos obliga a pensar que las herramientas del pizarrón unidimensional sirven para orientarse en un mundo pluridimensional. Es posible incluso pensar que de ahí surge algo así como lo que algunos han llamado la “pedagogía negra” (Miller, 1980) que profundiza el abismo entre el ser humano y el mundo, y entre el ser humano y él mismo.
La educación, sin embargo, también puede constituir una integración apropiada de los seres humanos con el mundo y con ellos mismos, pero este tipo de educación requiere de un coraje capaz de enfrentar la lógica seguradora del pizarrón. Coraje sobre todo de los educadores para dejarse interpelar por las nuevas miradas de los que vienen llegando. Estas nuevas miradas son nuevas miradas del mundo que crean y constituyen nuevas perspectivas y dimensiones del mundo. Podríamos llamarla una educación desde la lógica de la natalidad, puesto que los seres humanos que nacen portan en ellos nuevas maneras de mirar y de ser, que echan sobre el mundo, creando nuevas dimensiones del mundo mismo. La tentación de la educación, desde el miedo y la lógica securitaria del pizarrón, consiste en someter estas nuevas miradas a las dimensiones ya existentes. Dicho de otro modo: eliminar las nuevas preguntas con viejas respuestas.
No se trata de dejar el mundo al arbitrio infantil de los que vienen llegando, sino de tomar en serio la natalidad de los que nacen y llegan al mundo renovarlo. La mejor enseñanza que puede ser imaginada es la del arte de preguntar, formular una verdadera pregunta. Dejar aparecer una pregunta es cuestionar el mundo, es asumir que el lugar en el que cada uno está
situado es el centro de las perspectivas, pero que el tú también constituye un centro de perspectivas y ese juego de perspectivas es lo que hace posible la orientación del mundo.
La educación, si es algo más que transmisión de datos, si se trata de enseñar y aprender a orientarse en un mundo que siempre es nuevo, que siempre está en construcción y siempre está en peligro, debe considerar las perspectivas, la distancia y los límites como puntos centrales del conocimiento. Aprender rigurosamente implica necesariamente saber que todo aprendizaje se realiza a partir de un punto de vista que es también un punto ciego, y entonces debe ser capaz de exigir por parte de los estudiantes, el coraje de iluminar su propio punto de vista, nuevo, porque cada nueva mirada echa una nueva luz sobre el mundo y constituye una mejor posibilidad de orientación.
Es de esperar que los profesores tengamos miedo de las nuevas miradas y que los estudiantes tengan miedo de sus propias miradas nacientes. Ahí está la sabiduría del coraje, que no consiste en eliminar el miedo sino en la capacidad de hacerle frente, asumirlo y arriesgarse en la construcción de un mundo que necesita de las perspectivas para integrarse dinámicamente.
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