La paradoja de lo no nacido como consumación del mal en Georg Trakl. Lectura de Grodek
The Paradox of the Unborn as the Consummation of Evil in Georg Trakl. Grodek Reading
Alejandro Peña Arroyave
Universidad del Salvador, Argentina
Universidad Nacional de La Matanza, Argentina
Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina
alejandropaister@gmail.com
Resumen: El escrito presenta un acercamiento al problema del mal en la poesía de Georg Trakl. Esto se realiza desde una lectura del poema Grodek. En primer lugar, se contextualiza la problemática general de la poesía de Trakl, ante todo como tensión entre culpa y amor. En un segundo momento, se analiza esta problemática en Grodek leída en clave histórica y filosófica, es decir, como la concreción del mal entendida como destrucción de la humanidad en la experiencia de la muerte de Dios. En un tercer momento, se retoma la figura paradigmática y paradójica de dicha consumación; el no nacido. Una imagen repetida en la obra de Trakl y con la que, de modo revelador, culmina Grodek, su último poema.
Palabras clave: mal - muerte de Dios - amor - ontología negativa - no nacido
Abstract: The article presents an approach to the problem of evil in the poetry of Georg Trakl. This is done from a reading of the Grodek poem. In the first place, the general problematic of Trakl’s poetry is contextualized, above all the tension between guilt and love. In a second moment, this problem is analyzed in Grodek read in historical and philosophical perspective, that is, the concretion of the evil understood as the destruction of humanity in the experience of the death of God. In a third moment, the paradigmatic and paradoxical figure of said consummation appears; the unborn, an image repeated in the work of Trakl and with which, revealingly, culminates Grodek, his last poem.
Keywords: evil - death of God - love - negative ontology - unborn
1. Acercamiento al poema
Grodek
En la tarde resuenan los bosques otoñales
De armas mortales, las áureas llanuras
y lagos azules, sobre ellos el sol
rueda más lóbrego; abraza la noche
murientes guerreros; la queja salvaje
de sus bocas destrozadas.
Pero silente se reúne en los prados del valle
roja nube, allí habita un Dios airado
la sangre derramada, frescura lunar;
todos los caminos desembocan en negra putrefacción.
Bajo el áureo ramaje de la noche y las estrellas
oscila la sombra de la hermana por la arboleda silenciosa
al saludar los fantasmas de los héroes, las cabezas sangrantes;
y suenan suave en el cañar las oscuras flautas del otoño.
¡Oh duelo tan orgulloso! Oh altares de bronce,
a la ardiente llama del espíritu nutre hoy un inmenso dolor,
los nietos no nacidos (Trakl, 1994, pp. 148-149).1
Grodek fue el último poema escrito por Georg Trakl. Es el nombre del sitio en que tuvo lugar la última batalla en la participó como enfermero en la primera de las grandes guerras europeas. Trakl quedó, tras la batalla, solo ante un espectáculo de compañeros muertos y heridos a los que tendría que atender, ayudar. Pero la escena de muertos y heridos, de sufrimiento extremo, le sumieron en la impotencia y desesperación. Más aun cuando ese mismo día Trakl tuvo que ver cómo uno de sus compañeros se suicidó frente a él. Otro de sus compañeros narra el episodio así: “vi que Trakl con los ojos abiertos de espanto se apoyó en la pared. El gorro se le cayó de las manos. Él no se dio cuenta y, sin escuchar las palabras de aliento dijo jadeante: ‘¿qué puedo hacer? ¿Cómo puedo ayudar? Es insoportable’” (Reina Palazón, 1994, p. 29). Tras este episodio, Trakl también intenta suicidarse, pero sus compañeros lo evitan y es trasladado al hospital de Cracovia donde lo mantienen bajo supervisión psiquiátrica. Durante esos días Trakl no duerme. Escribe dos poemas, Queja y Grodek como último testimonio de lo que vivió como agonía de la humanidad, antes de consumir una dosis de cocaína que le detuvo o estalló el corazón.
Poco antes de salir para la guerra, Trakl entregó un aforismo a su amigo y benefactor Ludwig von Ficker: “Sentimiento de un estado semejante a la muerte: todos los hombres son dignos de amor. Al despertar sientes la amargura del mundo; en ella está toda tu culpa irredenta; tu poesía una expiación imperfecta” (Trakl, 1994, p. 313). En este fragmento, se resumen los elementos que sostuvieron en tensión vida y obra de Trakl: el ideal del amor, la culpa y amargura del mundo —precisamente por su falta de amor— y la insuficiencia de la poesía. Cuando Trakl pregunta ante su compañero suicidado “¿qué puedo hacer?”, da su respuesta en forma de poema, pero siempre la consideró insuficiente para contrarrestar la amargura del mundo, la culpa. Trakl, a pesar de lo señalado por Heidegger en su célebre y controvertible interpretación (Heidegger, 1990, p. 70), es un poeta cristiano, que no solo se nutre de las imágenes heredadas de dicha tradición, sino que vive y escribe desde sus principios: amor y culpa. Trakl entiende al hombre como ser caído, como ser que tiene que ser redimido por el sufrimiento o por la gracia divina. Cristo vino al mundo para redimir del pecado, pero el hombre no le ha escuchado, no ha realizado la tarea de amar y redimirse. Queda la vía del sufrimiento. En Trakl, como en Dostoievski —escritor leído y más que admirado por Trakl— no hay lugar para la redención sin sufrimiento. Según Trakl, el mayor momento de luminosidad espiritual para el hombre lo marca Cristo. “Nunca ha caído la humanidad tan bajo como ahora, desde la aparición de Cristo” (Trakl, 1994, p. 10). ¿Qué es lo que hace que Trakl considere como signo de la más baja caída del hombre? En una carta escrita a Ludwig von Ficker Trakl afirma:
Demasiado poco amor, demasiada poca justicia y piedad, y siempre demasiado poco amor; demasiada dureza, orgullo y todo tipo de criminalidad (…) Anhelo el día en que el alma no podrá ni querrá vivir en este desalmado cuerpo apestado por la melancolía, en que abandonará esta figura ridícula de heces y podredumbre, que solo es el reflejo demasiado exacto de un siglo sin Dios y maldito. Dios, solo una chispa de alegría pura, y uno estaría salvado; amor, y uno estaría redimido (Trakl, 1994, p. 359).
Hay aquí un movimiento del amor no degenerado en deseo sino en alegría pura, valga decir, en confianza. Este amor que puede redimir es el de la alegría de reconocerse en la creación y en su dinámica sin la carga negativa de la culpa, sino desde el más grande amor que es, en este contexto, en del creador. Pero ello señala solo hacia el terreno de lo ideal. Ya al inicio del fragmento citado, Trakl da el testimonio de la realidad de su época. Sin embargo, el poeta intuye el amor como lo salvador. Pero este amor es un amor no manchado, es alegría pura, es decir, sin la negatividad necesaria del devenir.
Trakl ubica allí el mal como la mancha que implica habitar un cuerpo que no permite aparecer la luminosidad del alma, que la eclipsa. El cuerpo es visto aquí como la materia solo condenada y que al mismo tiempo condena a la corrupción. La materia conduce al alma a la caída, a la imperfección. Trakl dice de su época, que es un siglo sin Dios y maldito, es decir, un siglo sin amor. Por ello el cuerpo es maldito, porque no se ha convertido en lugar de brillo del amor y por ello mismo se convierte en recipiente de corrupción y por lo que afirma el poeta en Primavera serena: “¡Cómo parece enfermo todo lo que deviene!” (Trakl, 1994, p. 82). El hombre no ha podido cumplir la labor de amar, aun cuando Dios haya enviado a su hijo para dar la tarea y elevarlo en su naturaleza. Es el amor imposible para el hombre en tanto caído y en tanto incapaz de escuchar la palabra salvadora de Cristo. Para Trakl, Cristo es el máximo paradigma, no solo porque transmuta lo malo superando la muerte al apurar el cáliz de amargura, sino porque vino a entregar al hombre el logos sagrado: “¡es inaudito como Cristo con cada palabra sencilla solucionaba las cuestiones más profundas de la humanidad!” (Trakl, 1994, p. 11). Pero si la humanidad desde entonces no ha caído tan bajo como ahora, entonces Cristo, el hijo de Dios, ha venido en vano al mundo. El hombre no ha podido seguir ese logos sagrado y, al contrario, se ha perdido en la idolatría de la materia que conlleva a la muerte, al exilio del alma. Pero no es solo porque el alma sea totalmente ajena a la tierra, sino porque el hombre ha hecho de la tierra un lugar hostil para el alma. Por ello, que “un alguien extraño es el alma en la tierra” (Trakl, 1994, p. 133), significa ante todo que la tierra se ha hecho inhabitable para el alma porque se ha extraviado el principio salvador del amor.
Hay en la materia, en el nacimiento, algo que mancha, un principio oscuro que pone al hombre en camino, en la necesidad de redención. Llegamos al mundo en pérdida, pues como lo dice Trakl en Anif, “grande es la culpa del que ha nacido” (Trakl, 1994, p. 117). Tanto así que es el ángel caído el que saluda a los recién nacidos. Nacer implica estar ya en el combate de luz y sombra, de bien y de mal. Así, en Nacimiento, el niño es rozado por el golpe de ala nocturna y Lucifer está presente: “suspirando descubre su imagen el ángel caído” (Trakl, 1994, p. 118). Trakl atribuye participación en la materia a Lucifer, es decir, que no es pura la creación desde la Caída. Desde su nacimiento, el hombre está en obligación de redimirse. El mal se desata en y con la materia. Por lo tanto, el bien no es la negación del mal sino su superación, su transmutación por vía de la expiación de la culpa —antes del mal no puede tampoco hablarse, en sentido estricto, de bien—. Por ello para Trakl el supremo paradigma será Cristo en tanto que supera el mal como hombre. No evita apurar, como hombre, el cáliz de la muerte que transmuta. En ese sentido, Trakl no ve su época en un sentido meramente histórico sino como consumación de la lucha entre bien y mal, como el despliegue del tiempo entendido en su significado religioso, es decir, como la realización, o no, de un plan divino. El tiempo no es propiedad del hombre. Es el espacio que da Dios al hombre para su realización, y el amor enseñado por Cristo la clave para dicha redención. Pero el hombre se ha extraviado en la dureza y el orgullo, que derivan en poca piedad y poca justicia. La Caída ha sido un acto de soberbia y en ella, para Trakl, se ha mantenido el hombre, al punto de expulsar a Dios de la historia. De esa expulsión y de la consumación de la historia como hundimiento de la humanidad en la contracara del amor, dan cuenta las últimas palabras de Trakl, su poema Grodek.
2. Grodek como consumación del mal (anotaciones sobre ontología negativa)
En tanto Trakl, como señalamos, asume en su obra la cosmovisión cristiana, muchos de sus poemas tienen como fondo la lucha de figuras que encarnan el bien y el mal: Cristo, María, los monjes, pero también las alusiones a Lucifer y Caín son recurrentes. A lo largo de su obra asistimos al combate entre dichas figuras. La historia es el escenario en que ha acaecido ese combate. Es en el panorama de consumación de esa lucha que habría que leer Grodek. No se trata solo del último poema escrito por un poeta que habría de morir poco después, sino de un poema del fin del mundo como escenario de la lucha entre el bien y el mal. El poema inicia en la tarde, en un bosque otoñal. Pero la paz que pueda evocar esa imagen, es quebrada con el sonido de las armas. Es un poema de guerra. Pero mucho más que eso, es un poema del fin de los tiempos. La naturaleza es interrumpida por el sonido de las armas. Más aún, la invade por completo. El hecho de no se trate de un poema que solo describe un hecho más en la historia, sino que describe un combate entre bien y mal —el último—, lo indica el hecho de que tampoco el sol es indiferente, sino que es más lóbrego, pues acaso sea el último curso suyo sobre la tierra. La noche se cierra sobre los guerreros que mueren, es la muerte que los abraza y devora sus quejas. Una queja, en efecto, que ya no llegará a ningún oído humano. Grodek es el lugar de la consumación de lo que Occidente ha conocido como la muerte de Dios.
Que Dios haya muerto implica, como lo señala el loco que lo anuncia en La gaya ciencia de Nietzsche, que el hombre lo ha matado (Nietzsche, 1986, p. 155). Es decir, si como decíamos, para Trakl, Dios es ante todo identificable como amor, con la muerte de Dios se ha exiliado al amor de la historia y se ha puesto en su lugar la soberbia, el orgullo de la rebeldía. Siguiendo la tradición bíblica, Lucifer es el ángel caído, precisamente por rebelde, cuyo continuador habría sido, en la tierra, Caín. La primera imagen del poema, las armas resonando en un bosque otoñal, nos ponen, si se leen como el combate de bien y mal que ha alentado el camino del hombre en la tierra, en referencia al primer dualismo fruto de la Caída, es decir, ante lo que simbolizan Caín y Abel, esto es, el pastor, el que está en vínculo con la tierra, y el forjador de hierro que será el fundador de las primeras ciudades.2 En ese sentido, la historia ha sido alentada por Caín, que ha excluido al amor y a la obediencia de la historia.
La rebelión luciferina contra Dios logra su cometido cuando daña el oído del hombre en tanto creatura privilegiada y lo exila de Dios rompiendo la obediencia. Más aún, cuando se establece como principio. La realidad y la existencia toda es transformada en virtud de dicha interrupción. Por lo tanto, la voluntad de poder, como temple fundamental de la destrucción de la humanidad en su ocaso y decadencia, es la consumación de ese espíritu luciferino que enfrenta al hombre con Dios al considerarse como amo de la creación. Desde este punto de vista, todo vendría a ser constituido por ese espíritu luciferino en la historia. Su consumación no podría ser de otro modo que en la destrucción total del hombre y del mundo. En la medida que toda concepción del hombre estaría alentada por ese espíritu luciferino, la aparición de Dios no podría ser más que de modo negativo: desde su silencio cuando se busca —en el sentido en que el hombre es tensión y no completamente alentado por el mal, de lo contrario no habría ni queja, ni lucha, ni poema— o en su ira, cuando se enfrenta. Esta ontología negativa se fundamenta, como se vio antes, en una concepción del mal como algo presente en la creación, o más exacto, desatado con la Caída que hace que la materia sea destinada a la muerte. En la cosmovisión cristiana es Caín quien simboliza la entrada y la continuación de la muerte en el mundo. Caín no ha desaparecido y por ello a la par que hablamos de una cierta voluntad luciferina hay que hablar también de la presencia de Caín en tensión siempre con el amor. En un poema llamado El espanto, Trakl hace patente la presencia del mal como lo otro que nos asalta y que está en cada uno: “Desde el de un espejo falible vacío/ se levanta lento y como al albedrío/ de espanto y tinieblas un rostro: Caín” (Trakl, 1994, p. 186). Con la Caída entra la muerte, pero la finitud atravesada por la nada impulsa también a la creación, pues la nada también es productora, aunque desde el reverso del amor como principio fundamental.3 El mal no desaparece y en el contexto de la muerte de Dios, cuya consumación se alcanza en la guerra en el sentido absoluto que da Trakl a esta en Grodek, se impone como principio.
En efecto, por rebeldía el hombre ha creado un mundo propio donde no entre Dios. Esta es propiamente la experiencia del nihilismo, es decir, la afirmación de la nada que genera una voluntad de poder que consiste en oponerle a la creación divina, la creación humana, no en la transmutación del mal, sino en su afirmación.4 Es la afirmación ya no del ser, sino de la nada, donde todo estaría por hacerse (Sloterdijk, 2011, p. 253). La historia habría estado alentada por dicho principio negativo y por tanto la muerte de Dios sería el punto culminante de ese enfrentamiento. En ese desarrollo, puede verse que la consumación del primer asesinato por parte de Caín tendría su correlato en la guerra, y el hierro que empieza a forjar, tendría también su consumación en las armas, es decir, en el uso del dominio técnico para la destrucción. En la elección por la creación rebelde que no es amor sino confrontación con la naturaleza —entendida en su sentido más amplio—, “todos los caminos desembocan en negra putrefacción”. En su excelente ensayo sobre Grodek, el teólogo alemán Thomas Schreijäck hace una profunda indicación en ese sentido. Grodek sería el escenario de la ira de Dios ante su creatura. La furia de Dios que habita en roja nube, “es la respuesta a lo que el hombre ha hecho con el mundo y con el tiempo. Con la idea del Dios silencioso e iracundo, se presenta la ontología del tiempo final en su fin” (Schreijäck, 1988, p. 17). La ontología negativa que alcanza su culminación en el más alto desarrollo de la técnica y la adoración de sus artefactos, desemboca en los “altares de metal” en los que, en Grodek, se celebra el orgulloso duelo. La consumación de la ontología negativa es el artefacto creado para destruir. El altar es lugar de reunión y adoración, “y ese altar no es de piedra, es de hierro, hecho por el hombre, como todo en Grodek” (Schreijäck, 1988, p. 17). Pero dicha determinación destructiva es a su vez una consecuente finalidad impresa por el espíritu de su creador.
Así como la creación de la técnica pone, por así decir, una capa o velo ontológico entre el hombre y la creación, es decir, una creación postnatural surgida de una voluntad igualmente postnatural (Sloterdijk, 2011, p. 253), asimismo se crea una barrera mayor con respecto al amor como principio y sentido de todo cuanto es. Grodek es entonces la consumación del mal manifestado como principio, es decir, como fundamento que da una ontología, una voluntad luciferina de dominio y rebelión. Como bien lo señala Heidegger, en Grodek, “la maldad es espiritual en cuanto es sublevación llameante y enceguecida de lo aberrante, aquello que empuja todo a lo disperso de la perversidad y que amenaza abrasar el recogido florecer de la ternura” (Heidegger, 1990, p. 56). Por ello el espíritu llameante que sobrevuela no es el espíritu del inicio de los tiempos que sobrevolaba las aguas para dar orden al Caos (Génesis, 1, 2), sino un espíritu de confrontación que lleva todo a su destrucción (Schreijäck, 1988, p. 17). Se trata de la lucha entre el hombre y Dios, pues ese espíritu llameante en lucha “es la divinidad misma” (Schreijäck, 1988, p. 17). Por tratarse de confrontación entre hombre y Dios, ese duelo que es el final de los tiempos no puede ser sino un duelo orgulloso, pues se fundamenta precisamente en la rebeldía de una estirpe que ha preparado ese fin. En ese sentido, “los nietos no nacidos” representarían la humanidad que ya no podrá ser. Y el dolor que nutre a la llama del espíritu sería la imposibilidad de todo futuro “anunciado simbólicamente en los ‘nietos no nacidos’” (Schreijäck, 1988, p. 17). Sin embargo, con la figura de los nietos no nacidos parece que se dice más si nos atenemos a la concepción que tiene Trakl de la tensión entre bien y mal, entre culpa y amor.
3. La paradoja de lo no nacido
La figura del no nacido, a quien Trakl dedica su último esfuerzo y que es su última palabra, es tan recurrente como ambigua en su poesía. Según lo dicho sobre Grodek, a primera vista los nietos no nacidos serán el futuro utópico, la imposible e imposibilitada generación en la que acaso podría cumplirse lo que no puede la generación presente, una estirpe corrompida que, como se dice en La tarde, “prepara oscuro fin a sus nietos” (Trakl, 1994, p. 144). En Grodek la figura del no nacido aparece caracterizada como nieto. El nieto, o los nietos —imagen también recurrente en Trakl— representan la imposibilidad de futuro que refuerza la lectura de los nietos no nacidos de Grodek en el sentido sugerido.5 En efecto, por ejemplo en Helian, aparece el nieto que “solitario medita el más oscuro fin” (Trakl, 1994, p. 96), también los nietos blancos que en A Juana, “soñamos los espantos/ de nuestra sangre nocturna” (Trakl, 1994, p. 240). La estirpe que llega a su fin no ha podido concretar la tarea de transmutación del mal y, al contrario, lo ha afirmado, dejando sin futuro a una generación muy posterior que acaso podría lograrlo. De ese modo todo se hunde en negra putrefacción, y no cabe hablar de un nuevo comienzo.6 Teniendo presente que la visión de Trakl de la guerra es de absoluta destrucción y es el final de un proceso de afirmación del mal, la única esperanza queda puesta en la transmutación tras la muerte y ya no en la vida. En ese sentido, el no nacido es la aspiración a la pureza, al no ser absoluto pues no puede el hombre —cuya prueba es la estirpe decadente que se autodestruye—, transmutar lo malo en la existencia. Los no nacidos serían, como lo señala el poeta Hugo Mujica, “puros al precio de no tener un cuerpo, de no proyectar una sombra” (Mujica, 2009, p. 131). En ese sentido, el no nacido es lo que no ha perdido a Dios en el desgarramiento que implica nacer. El no nacido es puro por inenajenado, pero no representa el bien en la medida que está fuera de la lucha, del devenir, en el que el bien implica y significa luchar con y transmutar lo malo. Es lo que se preserva como lo dice Trakl en Primavera serena, “lo no nacido aún su propia calma cuida” (Trakl, 1994, p. 82). Si esa pureza de no ser absoluto es ideal —lo más deseable según Sófocles— ¿por qué se habla de dolor por los nietos no nacidos en Grodek? En La tormenta, un poema que resuena con el escenario de Grodek, dice Trakl: “El argénteo grito de guerra del muchacho/ y un algo aún no nacido/ suspirando desde ciegos ojos” (Trakl, 1994, p. 143). Lo no nacido aquí aparece reprimido, imposibilitado por el grito de guerra, es decir, por el espíritu de destrucción: este excluye a aquel. Sin embargo, con ello vemos que lo no nacido está presente. Más aún, como lo señala Reina Palazón, al no nacido es al único que Dios le habla (Reina Palazón, 1994, p. 49). En efecto, en la Canción de Kaspar Hauser, Dios habla al no nacido: “Dios dijo una suave llama a su corazón:/ ¡Hombre!” (Trakl, 1994, p. 108). Es decir, llama al no nacido a la existencia, en un hecho que recuerda la creación de Adán al insuflarle un alma, su esencia (Génesis, 2, 7).7 Lo no nacido sería entonces la pureza, el alma humana arrojada a la tierra y que ha sido acallada por la lógica de la voluntad de poder originada por el mal ontologizado. Según esto, lo no nacido no es algo totalmente extramundano, sino que “se refiere a algo humano, presente en la tierra” (Falk, 1963, p. 379), está pues en la tensión de ser algo del hombre, su parte más espiritual, su alma, y que al imponerse el mal es exiliada. El no nacido es arrebatado en su pureza por el mal que alienta el espíritu del hombre en su rebeldía.
La paradoja de lo no nacido se da en el hecho de no ser solo lo no nacido en el sentido de nunca sido, sino aquello a lo que la existencia misma acaba por negarle su ser, su esencia aun cuando es lo más permanente en el hombre. Es el errante entre los errantes, el que siempre mira desde ciegos ojos. En ese contexto, el no nacido es el que, como lo sugiere Reina Palazón, no puede morir, no puede transmutar en su muerte (Reina Palazón, 1994, p. 50). El que no puede siquiera aspirar a la muerte como fin de la culpa de estar vivo porque nunca lo estuvo. La estirpe maldita preparó a sus nietos oscuro fin porque les negó la teleología de la historia. Pero no solo eso, lo no nacido es lo que sin ser puede morir. Es lo negado y callado por la voluntad de poder. Lo no nacido es también lo que no puede morir o lo que muere sin meta alguna, lo trunco. Lo no nacido acaso sea también toda la estirpe decadente que no comporta ya su paso por la tierra, ninguna meta, lo que no tiene lugar porque se ha —o ha sido— enajenado de su propia esencia. Es el no nato el que, como el alma, es algo extraño sobre la tierra, pero cuyo paso no señala tampoco el tránsito hacia un más allá.8 La “esencia” del no nacido se sintetiza bien en el aforismo de Karl Kraus “el que en ninguna parte halla su meta;/ el que viene del origen y muere en el camino” (Kraus, 1912, p. 153).9 Lo no nacido es también lo extranjero en la tierra, lo que no puede ser acogido siquiera por el seno de la noche como entrada en la muerte. Es lo que, en cierto modo, aun pudiendo morir sin ser, tampoco puede morir, pues si bien los nietos no nacidos de Grodek señalan la imposibilidad del futuro, también indican la imposibilidad, el dolor de no poder morir como lo hacen los soldados. Esos nietos son también el presente del poema, en tanto algo humano, también son quienes viven en alma y carne la decadencia. El no nacido es el que no nace a la muerte para recibir por medio de esta la purificación y vaga entre la eternidad y la finitud sin ser acogido por ninguna de las dos. En ese sentido, los nietos no nacidos de Grodek no solo son el nosotros donde acaba la estirpe y los que aún no pueden morir, sino los que no se pueden purificar en el sufrimiento de la existencia y por tanto en la muerte. Los nietos no nacidos, son los testigos que, como el alma en exilio, sobrevuelan y sufren el duelo orgulloso de una creatura emancipada de su fundamento y que en su delirio vuelve todas sus armas contra sí misma.
Referencias bibliográficas
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Kraus, K. (1922). Die letzten Tage der Menschhenheit. Wien – Leipzig: Die Fackel.
Mujica, H. (2009). La pasión según Georg Trakl. Poesía y expiación. Madrid: Trotta,
Nietzsche, F. (1986). La gaya ciencia. Madrid: Espasa-Calpe.
Nietzsche, F. (2000). La voluntad de poder. Madrid: Edaf.
Schreijäck, Th. (1988). An die ungeborenen Enkel Deutungsversuche zu “Grodek” von Georg Trakl und Frederick Bunsen, (in Kooperation mit W. Schneider). En F. D. Bunsen (Ed.), Ohne Titel (pp. 10–18). Neue Orientierungen der Kunst, Würzburg: Echter.
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Sloterdijk, P. (2011). Sin salvación. Tras las huellas de Heidegger. Madrid: Akal.
Trakl, G. (1938). Die Dichtungen. Leipzig: Kurt Wolff.
Trakl, G. (1994). Obras completas. Madrid: Trotta.
Reina Palazón, J. L. (1994). Prólogo. En G.Trakl. Obras completas (pp. 9-58). Madrid: Trotta.
Notas
1. Esta es su versión en alemán. GRODEK/// Am Abend tönen die herbstlichen Wälder/ Von tödlichen Waffen, die goldnen Ebenen/ Und blauen Seen, darüber die Sonne/ Düstrer hinrollt; umfängt die Nacht/ Sterbende Krieger, die wilde Klage/ Ihrer zerbrochenen Münder./ Doch stille sammelt im Weidengrund/ Rotes Gewölk, darin ein zürnender Gott wohnt/ Das vergoßne Blut sich, mondne Kühle;/ Alle Straßen münden in schwarze Verwesung./ Unter goldnem Gezweig der Nacht und Sternen/ Es schwankt der Schwester Schatten durch den schweigenden Hain,/ Zu grüßen die Geister der Helden, die blutenden Häupter;/ Und leise tönen im Rohr die dunkeln Flöten des Herbstes./ O stolzere Trauert ihr ehernen Altäre/ Die heiße Flamme des Geistes nährt heute ein gewaltiger Schmerz,/ Die ungebornen Enkel (Trakl, 1938, p. 201).
2. Tras la expulsión del Edén Caín no cultiva más la tierra, se convierte en forjador de hierro, como se ve en Génesis 4, 22. Es de tener en cuenta, en este contexto, la visión negativa de la tradición bíblica sobre la ciudad, piénsese en lo ocurrido con Sodoma y Gomorra y en la imagen de Babilonia caracterizada como la gran prostituta.
3. Es la génesis del nihilismo que opta por una de las alternativas que planteara F. H. Jacobi en 1799 en una célebre carta dirigida a Fichte y que se ha leído precisamente como una temprana reflexión sobre el nihilismo: “el hombre tiene, pues, esta elección, la única: O la nada o un Dios. Elegir la nada le convierte en Dios; es decir, hace de Dios un fantasma” (Jacobi, 1995, p. 25).
4. En el sentido en que tan agudamente lo señala Nietzsche, “los intentos de escapar al nihilismo sin transmutar los valores aplicados hasta ahora: producen el efecto contrario, agudizan el problema” (Nietzsche, 2000, p. 48).
5. Lo que además tiene resonancia con los muertos jóvenes de que habla Rilke en sus Elegías, aquellos que casi niños desaparecen, acogen y son acogidos por la muerte (Rilke, 1968, p. 77).
6. Esto resulta evidente a pesar de algunas interpretaciones como la que representa por ejemplo la lectura esperanzadora que en general hace Heidegger de la poesía de Trakl. Según Heidegger, la poesía de Trakl apuntaría en su totalidad hacia el anuncio de un alba nueva para Occidente. El hecho de que se trate en Grodek de nietos, tendría que ver con una generación intermedia entre la generación decadente y la de la pureza prometida en esa nueva alba (Heidegger, 1990, p. 53).
7. Dios lo llama a la existencia porque el no nacido es, precisamente, el que “no pudo despertarse a la auténtica vida” (Buck, 1999, p. 118).
8. Como bien lo ha visto Theo Buck, la figura del extraño o de lo extraño, cara a la poesía de Trakl, “tendrá su adecuado complemento y posterior sustitución por el específico concepto trakleano de «lo no nacido»” (Buck, 1999, p. 117).
9. Kraus conocía la poesía de Trakl, por ello el citado aforismo parece desarrollar y sintetizar la potencia de ese concepto trakleano. Georg Trakl y Karl Kraus tuvieron una relación cercana. Las menciones a y la aparición de la figura de Kraus tienen cierta recurrencia en la poesía de Trakl. Así, por ejemplo, en el poema titulado precisamente Karl Kraus, le llama “Blanco sumo sacerdote de la verdad” (Trakl, 1994, p. 123). También el no nacido aparece en Kraus, pronunciando el poema que cierra el acto V de Los últimos días de la humanidad, en estrecha relación con Trakl (Kraus, 1992, p. 742).