Flora Abasolo: Cartas inéditas a Miguel de Unamuno

Flora Abasolo: Unpublished Letters to Miguel de Unamuno

Francisco Javier Cordero Morales

Universidad Tecnológica de Chile-Inacap, Chile

fjcorderomorales@gmail.com

Pablo Rodrigo Martínez Becerra

Universidad de Playa Ancha, Chile

pablo.martinez@upla.cl

Resumen: El artículo trata sobre las Cartas inéditas enviadas por la escritora chilena Flora Abasolo al filósofo vasco Miguel de Unamuno. Se da cuenta, primero, de la producción literaria de la escritora dado el evidente desconocimiento que de ella existe dentro del ámbito intelectual nacional. Luego se hace referencia a las Cartas en tanto forman parte de la iniciativa comunicacional y editorial emprendida por Flora en pro del reconocimiento del nombre de su padre, el filósofo Jenaro Abasolo, y de su obra póstuma, La personalidad política y la América del porvenir (1907). Conforme a esto, se explicita el contexto de las Cartas, sus fechas, número y finalidad, y se lleva a cabo una hermenéutica crítica de parte de su contenido con el objetivo de incorporar nuevos antecedentes biográficos y literarios de la escritora y de su progenitor. Se indaga, a su vez, en las razones que pudo tener Unamuno para dejar incumplido el compromiso de reseñar la obra de Abasolo, atendiendo a las circunstancias, a las estrategias seguidas por Flora y a su talante, diferente al de su padre en la búsqueda de reconocimiento. Este trabajo es parte de una investigación mayor que venimos desarrollando desde el año 2008 sobre Abasolo. Sumamos las Cartas a esta labor como un nuevo documento que sobrepasa las expectativas respecto del valor que tienen para la reconstrucción de la vida y obra del filósofo santiaguino, y para la evaluación que de la misma escritora chilena se pueda hacer. Destacamos por tanto la conveniencia de incorporar a las investigaciones de la filosofía en Chile esta clase de documentos que evitan, más allá de su inicial apariencia intrascendente, recorrer caminos que hay que desandar cuando el peso de la evidencia documental vuelve erróneo parte de lo que la especulación sin antecedentes había establecido.

Palabras clave: Flora Abasolo - Miguel de Unamuno - Cartas inéditas - Jenaro Abasolo

Abstract: The article addresses the unpublished letters sent by the Chilean writer Flora Abasolo to the Basque philosopher Miguel de Unamuno. First, it accounts for the literary production of the writer, given the evident ignorance that exists of her within the national intellectual scope. Then, it makes reference to the letters as they are part of the communication and editorial initiative undertaken by Flora in favor of the recognition of her father’s name, the philosopher Jenaro Abasolo, and of his posthumous work, The Political Personality and the America of the Future (1907). Accordingly, the context of the letters is made explicit: their dates, number and purpose; and a critical hermeneutics of part of their content is carried out with the aim of incorporating new biographical and literary backgrounds of the writer and her progenitor. It inquires, in turn, the reasons that Unamuno could have had to leave unfulfilled the commitment to review Abasolo’s work, heeding the circumstances, the strategies followed by Flora and her frame of mind, different from her father’s in the search for recognition. This work is part of a larger research that we have been developing since 2008 on Abasolo. We add the letters to this task as a new document that surpasses the expectations regarding the value that they have for the reconstruction of the life and work of the philosopher from Santiago, and for the evaluation that can be done of the Chilean writer herself. We emphasize, therefore, the convenience of incorporating to the investigations of the philosophy in Chile this class of documents that avoid, beyond its initial inconsequential appearance, to travel paths that must be retraced when the weight of the documentary evidence turns erroneous a part of what speculation had established without background.

Keywords: Flora Abasolo - Miguel de Unamuno - unpublished letters - Jenaro Abasolo

1. Introducción

Es conocido el contacto epistolar que Miguel de Unamuno y Jugo mantuvo con destacadas figuras de Hispanoamérica. En el caso de chilenos que tuvieron una comunicación asidua a través de cartas con quien fuera rector de la Universidad de Salamanca, sobresale con creces el nombre de Luis Ross Múgica (Fernández, 1965), autor, entre otros textos, de Más allá del Atlántico (Ross, 1909), prologado precisamente por Unamuno. Sin embargo, aquí no nos interesa remarcar un vínculo constante y evidente, sino dar cuenta de una relación epistolar a primera vista irrelevante que se dio entre la olvidada escritora chilena Flora Abasolo, y el filósofo vasco.

Decimos a primera vista irrelevante, porque habiendo despertado dicha relación epistolar escaso interés, reparamos en que actualmente se presenta —gracias a un trabajo más documentado— poseyendo una importancia basal en la reconstrucción de un capítulo descuidado de la historia del pensamiento chileno. En este sentido, parece lógico que sin contar con los antecedentes adecuados para aquilatar su importancia, el intercambio de misivas en cuestión haya generado, por ejemplo, en nuestro país, sólo una mención estadística, como sucede en el artículo de la historiadora nacional Patricia Arancibia titulado Unamuno y Chile (1985, p. 114). En éste texto el trato por escrito entre Flora Abasolo y el literato español no es más que parte de un listado, muy útil por cierto, de la “correspondencia de chilenos a Unamuno”. También podemos mencionar, como segunda y, que se sepa, última evidencia del poco abundamiento en la relación establecida entre la autora y el pensador peninsular, el trabajo realizado por la escritora española Paloma Castañeda, quien, en Unamuno y las mujeres (2008, pp. 163-164), y disintiendo de Arancibia en cuanto a la fechación del comienzo del envío de las Cartas de Flora a don Miguel, únicamente suma algunos datos vagos y en ocasiones errados, sin avanzar en el contenido de las misivas.

Hoy podemos dar cuenta que no se puede seguir soslayando la posibilidad de indagar y hacer pública —más que sólo al pasar— la relación epistolar de Flora Abasolo con Unamuno, por ser una fuente concreta de información valiosa para el estudio del pensamiento en Chile. Sobre todo si se tiene en consideración que, entre quienes investigan actualmente respecto de las mujeres intelectuales en la escena nacional, el nombre de la escritora en cuestión no significa relación alguna. Por lo mismo, y sin duda, las Cartas de Flora tienen un valor muy apreciable para la reconstrucción del legado literario de las mujeres en nuestro país, pero, además, las palabras de la prosista y poetisa chilena contenidas en ellas nos dan una información de primera fuente acerca de su padre, el filósofo Jenaro Abasolo Navarrete (Santiago, 1833-1884), y de aspectos hasta ahora desconocidos de la configuración de la obra póstuma de éste, La personalidad política y la América del porvenir (1907). Como hemos señalado en más de un escrito (Martínez & Cordero, 2013; Cordero & Martínez, 2015), si la desprolijidad en el tratamiento de nuestros próceres intelectuales ha tenido un indefenso blanco, ese ha sido Abasolo y su obra.

Ahora bien, lo que haremos a continuación será, primero, referirnos a Flora Abasolo en cuanto escritora, aunque sin realizar un análisis de su producción literaria —pues esto escapa a nuestra presente intención— sino despejando, por una parte, las pobres alusiones que se han hecho en Chile a su nombre y obra, y, por otra, las noticias que de ella y sus creaciones existen en Argentina y España. Después hablaremos de las Cartas, de su contexto y finalidad, exponiendo su número exacto, la fecha de envío de cada una de ellas, las circunstancias en que se generaron y el motivo de las mismas. Luego trataremos sobre La personalidad política en América, nombre primitivo de la obra póstuma de Jenaro Abasolo La personalidad política y la América del porvenir. Aquí daremos noticia, a partir de la promesa que hiciera Unamuno de reseñar el libro cuando fuera publicado, de ciertos aspectos de la gestación de la obra póstuma, planteando unas tantas inquietudes y aclarando cuestiones relativas a la presentación de algunos de sus capítulos. Por último, expondremos las vicisitudes con que Flora se topó en su intento de hacer que Unamuno cumpliera la promesa de reseñar la obra de su padre y la distinguiera. De donde haremos presente en este apartado, entre otras cosas, los recursos a que apeló la escritora chilena para que se hiciera efectiva la palabra del filósofo vasco, develando con ello —a la vez— su ignorancia en materias filosóficas, así como el talante diferente del de su progenitor, Jenaro Abasolo, en la búsqueda de reconocimiento.

2. La escritora Flora Abasolo

Entre la abundante investigación que se ha desarrollado últimamente sobre la mujer en la historia de Chile, y en particular en lo que atañe a la producción intelectual femenina desde los comienzos de la República, el nombre de Flora Abasolo es ignorado. Pero, mientras vivió, la reputación de la prosista y poetisa tuvo cierta resonancia, aunque no destacada, sino de bajo tono.

Muy probablemente, el primer dato público —en nuestro país— de Flora Abasolo en cuanto escritora, se debe a su aparición como firmante de la “Breve Reseña Biográfica, Homenaje Filial”, que precede a la obra póstuma de su padre, La personalidad política y la América del porvenir (Abasolo, 1907, pp. V-XIII), libro al cual aludiremos más abajo. Un año más tarde se le reconoce a Flora su condición de cultora de las ciencias y las letras, en una suerte de apéndice del texto de Pedro Pablo Figueroa Prosistas y poetas contemporáneos: la intelectualidad en Chile (1908), titulado “Nueva Antología Chilena. Segunda Serie”, firmado por los hijos del autor (Figueroa, 1908, pp. 405-407). En dicho apéndice, de marcado tinte recopilatorio, y entre nombres como los de Luis Orrego Luco, Roberto Huneeus Gana, Benjamín Vicuña Subercaseaux, Baldomero Lillo, Amanda Labarca, Victoria Cueto y otros, se menciona a Flora Abasolo en tanto integrante de los “intelectuales de la presente generación” (Figueroa, 1908, p. 407), aunque sin dar cuenta de su producción literaria.

El investigador José Toribio Medina es quien aparece luego, mediante su obra La literatura femenina en Chile, destacando, en la sección “333. Periodismo”, a Flora Abasolo en el ámbito de las letras, pero, simplemente como “colaboradora, hasta el n° 1 del tercer año de su publicación, el 15 de enero de 1899”, del periódico literario La Mujer (Curicó, 1897-1899), editado por las Socias de la Academia (Medina, 1923, p. 221).

Una tercera referencia nacional que vincula el nombre de Flora Abasolo con el quehacer intelectual, es la que realiza el historiador Virgilio Figueroa en su Diccionario Histórico y Biográfico de Chile, 1800-1925. Aunque de forma vaga, Virgilio Figueroa es quien más ha dado noticias sobre la autora mentada, afirmando que Flora Abasolo “cultivó la prosa y la poesía” (Figueroa, 1925, p. 51), y repitiendo lo sostenido por Medina en cuanto a que la escritora trabajó en la publicación quincenal de la revista literaria La Mujer, empresa de las socias de la Academia Mercedes Marín del Solar, dirigida por Leonor Urzúa Cruzat (Poblete, 2003). Junto con lo anterior, Virgilio Figueroa testimonia el trabajo intelectual poético de Flora Abasolo mediante la publicación de tres de sus obras fechadas en 1896, tituladas: Al autor de La Personnalité, A una cabeza de Apolo, y La flor victoriosa (Figueroa, 1925). Añade, además, Virgilio Figueroa algunos nombres de revistas y periódicos, de Argentina y de España, en que Flora Abasolo dio a conocer sus creaciones poéticas y en prosa. Sin embargo, Virgilio Figueroa en ningún caso aclara los títulos, ni la ubicación y fechas exactas de las obras de la autora nacional publicados fuera de nuestras fronteras, a excepción de Mitre, una biografía del general argentino que —según dice el historiador chileno vagamente— se publicó en el periódico La Nación, de Buenos Aires (Figueroa, 1925, p. 51).

Por último, la autora Sara Guerin, destacada promotora de los derechos de la mujer, en su texto Actividades femeninas en Chile, nombra también —aunque muy a la pasada y sin especificar el tipo de trabajo que habría realizado— a “doña Flora Abasolo” entre las “mujeres escritoras que con más o menos frecuencia han colaborado y colaboran en la prensa” nacional (Guerin, 1928, p. 747).

El casi nulo conocimiento y la falta superlativa de referencias que existe en Chile de Flora Abasolo —tanto mientras vivió como hoy— es, quizás, y entre otras cosas, efecto de que su producción intelectual la publicó sobre todo en la capital de Argentina. Desconocemos las razones por las que Flora no habría presentado —por lo menos hasta lo que sabemos— sus trabajos literarios en Santiago, aun entendiendo que Buenos Aires era en su época una capital con mucha mayor resonancia y discusión cultural, y por lo mismo más llana a la producción y recepción de autores incipientes en el arte de la expresión verbal escrita.

Lo cierto es que el nombre de Flora Abasolo resulta ser meridianamente fácil de hallar cuando se investiga acerca de quiénes, en Buenos Aires, y en las primeras décadas del siglo XX, se dedicaron a las letras. De hecho, en la prestigiosa Revista Nacional que se publicara en la capital trasandina, la escritora chilena dio a conocer tres poesías y dos trabajos en prosa. Néstor Tomás Auza (1968), en su Estudio e Índice general de la Revista Nacional: 1886-1908, enlista las poesías de Flora Abasolo: A una cabeza de Apolo, 1904, t. XXXVII, p. 56; De una paloma, 1904, t. XXXVII, pp. 189-191; y Luctuosa, 1905, t. XXXIX, pp. 173-174.

En cuanto a los trabajos en prosa de la autora chilena, aparece —como ya lo mencionamos— en la misma Revista Nacional primero el escrito titulado Mitre, 1906, t. XLI, pp. 160-165. Esta obra de Flora Abasolo fue rescatada años más tarde por la Academia Nacional de la Historia de Argentina en su Investigaciones y Ensayos, 11 (1971), como parte del texto Mitre, Homenajeado por los intelectuales. Discursos, Conferencias, Opiniones y Juicios, con lo que adquiere un valor no menor dentro del contexto literario e histórico argentino y latinoamericano. El segundo trabajo en prosa de Flora Abasolo que forma parte de la Revista Nacional, lleva por nombre Confraternidad latino-americana, junio 1907, t. XLIII, pp. 12-19. Este texto, aparecido en la Revista argentina, cuenta con un epígrafe y recoge varias de las ideas que forman parte del libro póstumo del padre de Flora, publicado a fines del mismo año; hablamos específicamente del capítulo XL de La personalidad política y la América del porvenir, titulado El Congreso de Panamá (Abasolo, 1907, pp. 540-552).

También —como lo sostuviera superficialmente Virgilio Figueroa— algunos trabajos de Flora Abasolo se dan a conocer en España, pero, todo indica que como un efecto de sus publicaciones aparecidas en Argentina. Así, por ejemplo, en la revista Vida Masónica (1928, pp. 42-43), se publica un pequeño cuento suyo titulado El niño y su hacha, tomado, tal como se señala infra texto, de la revista Atlántida, Buenos Aires, respecto de la cual no tenemos mayores noticias. Además, años antes el nombre de Flora Abasolo aparece comúnmente inscrito en los catálogos madrileños de autores y publicaciones de revistas editadas en Buenos Aires en la época. Un testimonio de lo dicho puede verse en la revista Archivos, Bibliotecas y Museos, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid (1904, p. 237), en que se menciona a la escritora chilena como autora del texto De una paloma (poesía). Más adelante, en la misma revista Archivos, dice literal: “Colaboradores de la Revista Nacional: D. Jenaro Abásolo, por Flora Abásolo” (1904, p. 326), texto de la escritora que representaría un dato novedoso y aún no comprobado. Por otra parte, en La Lectura, prestigiosa Revista de Ciencias y de Artes (1906, p. 99), se vuelve a nombrar a Flora Abasolo, como colaboradora de la Revista Nacional (Buenos Aires), con su texto Mitre. Puede decirse, por tanto, que el conocimiento que de la obra y nombre de la escritora chilena se tuvo en España fue relativo, y sujeto en gran medida a la publicación de sus creaciones en la capital Argentina.

3. De las Cartas, su contexto y finalidad

Siete son las Cartas inéditas —de que hay registro— enviadas por Flora Abasolo a Miguel de Unamuno. Como lo pudimos constatar, los manuscritos originales de las Cartas se hallan en España, en la Biblioteca de la Casa Museo Unamuno, Universidad de Salamanca, Sección Archivo, Fondo: Correspondencia, Signatura 1/9.

La fechación de las Cartas, con la numeración antecedente que añadimos y que en adelante usamos como referencia, es la siguiente: Carta n°1, “Santiago de Chile 4 de febrero de 1907”; Carta n°2, “Santiago de Chile, 30 de abril 1907”; Carta n°3, “Santiago de Chile, noviembre 2 de 1907”; Carta n°4, “Santiago de Chile, enero 9 de 1908”; Carta n°5, “Santiago de Chile, 8 de febrero 1908”; Carta n°6, “Santiago de Chile, enero 9 de 1909”; y Carta n°7, “Santiago, 25 de enero, 1911”. Conforme a esto, el período en que se desarrolla la muy intermitente relación epistolar entre Flora Abasolo y Unamuno, abarca prácticamente cuatro años (febrero 4 de 1907 a enero 25 de 1911), y no siete, como señala la autora Paloma Castañeda (2008). Por otra parte, resulta ser llamativa, dada la distancia física entre Chile y España, y los medios de comunicación de la época, la cercanía en la fechación de las Cartas n°4 (09/01/1908) y n°5 (08/02/1908), separadas en tiempo por treinta días. La explicación de este hecho se asentaría en que la Carta n°5 es una respuesta quizás si inmediata de Flora a las líneas que el literato español le escribiera el día “16 de diciembre” de 1907 —según testimonia la autora en la misma Carta n°5—, y muy probablemente recibidas en Santiago en días cercanos al ocho de febrero de 1908.

En cuanto a la extensión de cada una de las Cartas, es variable. Pues, la Carta n°1 consta de siete planas; la Carta n°2, está constituida por cuatro planas; las Cartas n°3 y n°4, se componen de cinco planas respectivamente; la Carta n°5, alcanza las tres planas; la Carta n°6, la más extensa, llega a las ocho planas; y la última Carta, n°7, está integrada sólo por dos planas. Se trata, por tanto, de un total de treinta y cuatro páginas escritas por la poetisa chilena al literato español. La extensión en planas de cada una de las Cartas da cuenta, además, aunque de modo indirecto, del desarrollo de la relación epistolar entre la autora y Unamuno.

Ahora bien, importa destacar el conjunto de circunstancias que rodearon el envío de las Cartas por parte de Flora a don Miguel, toda vez que no fue un hecho aleatorio sino que respondió a un proceder muy propio sobre todo de quienes buscaban —en Chile y en la América hispana en general— reconocimiento en el mundo de las letras por medio de la aprobación de autores —para el caso representados por el filósofo vasco— ya consagrados.

Al respecto podemos decir que la escritora chilena fue una más de entre una cantidad no menor de compatriotas —cerca de un centenar, la mayor parte anónimos— que le envió cartas a Unamuno con la finalidad que éste les dedicara alguna obra, diera su parecer sobre una creación, enviara una foto suya o simplemente les firmara un autógrafo. Miguel Luis Amunátegui, Matilde Brandau de Ross, Armando Donoso, Joaquín Edwards Bello, Juan Enrique Lagarrigue, Baldomero Lillo, Gabriela Mistral, Víctor Domingo Silva, se cuentan entre los conocidos autores nacionales que le hicieron llegar, con fines diversos, al menos una carta al literato peninsular entre los años 1904 y 1935 (Arancibia, 1985).

De hecho, según testimonio de Roberto Huneeus en carta a Unamuno (16/11/1904), dado a conocer por Patricia Arancibia (1985), en Santiago a partir de 1904 se comenzó a vivir una suerte de clima de efervescencia unamuniana entre los historiadores, periodistas, poetas y literatos nacionales, por la promesa que hiciera el filósofo vasco de escribir un cuadro general del país —y que en efecto comenzó a realizar mediante artículos no siempre pacíficos— basándose en lo que leyera de sus autores. Cuestión que explica el aumento superlativo de correspondencia de chilenos a Unamuno sobre todo a fines de la primera década del 1900, y la figuración de su nombre de continuo en periódicos como, por ejemplo, El Mercurio y Las Últimas Noticias, y en publicaciones nacionales como la pasajera Revista Nacional (Santiago, 1906-1907).

En lo que toca a Flora Abasolo, ella misma confiesa que se aventuró a escribirle al literato español en primera instancia motivada por conocer su “ilustrada opinión” sobre “unos cuantos capítulos” de “una obra que se publica actualmente aquí, de mi señor padre”, titulada “«La personalidad política en América»” (Abasolo, Carta n°1, 04/02/1907). Es decir, la finalidad del contacto inicial de Flora con Unamuno, no fue otra que simplemente darle a conocer las líneas de unos cuantos apartados de una obra. Pero, la respuesta del pensador español habría generado un muy positivo cambio de ánimo en ella, pues según sostiene la poetisa en Carta n°2 (30/04/1907), el filósofo vasco le habría manifestado, ha de suponerse alentado por “los favorables conceptos que le han merecido los pocos capítulos que leyó”, su “deseo de hacer comentarios, cuando aparezca, del libro [...] en «La Nación» de Buenos Aires”.

Cabe señalar, además, que la poetisa desliza ciertas palabras en la Carta n°6 (09/01/1909), que llevan a pensar en una motivación más profunda aún, que la arriba mencionada, en la empresa de reivindicar el nombre y la obra de Abasolo en el ámbito del pensamiento chileno y latinoamericano; motivación que estaría relacionada con una deuda filial, pues, sostiene la prosista en la epístola aludida: “mi vida ha sido un gran desconsuelo al ver sólo después de muerto al hombre superior que había sido mi padre”.

A fines de 1907 apareció el libro, y ya con su título resuelto: La personalidad política y la América del porvenir. En Carta n°3 (02/11/1907), Flora escribe: “Con esta tengo el gusto de enviarle un ejemplar de la obra de mi señor padre”. Y agrega la escritora, nuevamente refiriéndose a las líneas que con anterioridad a la fecha señalada le habría escrito Unamuno: “Tuvo la bondad de contestarme que haría comentarios del libro cuando apareciera, en «La Nación» de Buenos Aires”.

Lamentablemente, no contamos con las respuestas originales de Unamuno a Flora, sino sólo con el testimonio reactivo de ésta a las palabras que el pensador español le habría proferido en dos cartas el año 1907 (la primera, muy probablemente, en el mes de marzo). Sucedió que “no siempre los destinatarios” de las epístolas de Unamuno “pensaron o creyeron necesario darlas a la publicidad” (Arancibia, 1985, p. 113), como en efecto pasó con Flora, por lo que seguramente las cartas se perdieron. Con todo, se infiere de las líneas escritas por la poetisa chilena en Carta n°5 (08/02/1908), que el pensador español volvió a animarla en sus deseos señalándole que haría la reseña prometida. Escribe Flora:

Doy a U. las gracias por su atenta fecha 16 de diciembre último pasado y por la esperanza que me da de ocuparse del libro de mi querido y venerado papá en La Nación de Buenos Aires, lo cual agradeceré a U. infinito, señor (Abasolo, Carta n°5, 08/02/1908).

Según las líneas de la escritora chilena citadas, Unamuno a la fecha (diciembre de 1907) ya tenía en sus manos la obra de Jenaro Abasolo. Pero, no podemos afirmar que el filósofo vasco haya leído de la obra algo más que los capítulos enviados con antelación por Flora. Pues, revisando los ejemplares de autores chilenos en la Biblioteca de la Casa Museo Unamuno, constatamos que el único ejemplar de La personalidad política y la América del porvenir en existencia (Fondo M. de Unamuno, Signatura U/3002, Registro 2867), está dedicado por la escritora chilena no a don Miguel, sino al historiador Pedro Pablo Figueroa. Dice la dedicatoria firmada por Flora: Al popular y prestigioso escritor D. Pedro Pablo Figueroa, como una prueba de sincera estimación. Además, si bien en el texto se hallan marcas y frases que dan indicios de lectura, esas marcas y la caligrafía de las frases no se avienen con las características de Unamuno.

En fin, las muy distanciadas dos últimas Cartas enviadas por Flora al literato español, n°6 (09/01/1909) y n°7 (25/01/1911), se convierten casi en un insistente recordatorio —y ruego de cumplimiento— de la promesa que éste le hiciera, así como en una fuente tanto de evidencia de la buena recepción de la obra por otros autores, cuanto de excusas por los epítetos zahirientes pronunciados por su padre sobre España y los españoles en el libro.

4. La personalidad política en América

Si bien Flora Abasolo en Carta n°1 (04/02/1907) le habría escrito a Unamuno sólo para saber su “culto parecer” respecto de unos cuantos capítulos de una obra de su padre que “ha permanecido inédita”, no es descabellado pensar que su objetivo último haya sido que el filósofo vasco apadrinara la obra cuando se hiciera pública. Por tanto, la espontánea promesa de Unamuno de realizar una reseña del libro cuando saliera a la luz (Abasolo, Carta n°2, 30/04/1907), se habría convertido en un poderoso y esperado aditamento para concretar los deseos suyos y los de Simón, su “único hermano” (Abasolo, Carta n°3, 02/11/1907).

El nombre de la obra a la que se refiere la escritora chilena, según ella misma señala (Abasolo, Carta n°1, 04/02/1907) y que ya dimos a conocer arriba, es La personalidad política en América.

De primera fuente nos enteramos, entonces, de cuestiones importantes que propician interrogantes y dicen relación con la gestación del libro que —en definitiva— se publicó bajo el título La personalidad política y la América del porvenir.

Para empezar se abre el suspenso respecto de quién selló el título de la obra. ¿Fue el autor, Jenaro Abasolo, el responsable del nombre primitivo, es decir, La personalidad política en América? ¿Sugirió de algún modo el filósofo santiaguino, antes de su muerte (1884), y como posibilidad o alternativa, el segundo título, o sea La personalidad política y la América del porvenir? ¿Flora y su hermano decidieron el título? ¿Qué participación tuvieron los impresores en ello? Y aun, ¿se le añadieron capítulos a los originalmente pensados para la obra? Última consulta que viene al caso, puesto que el título primitivo mencionado por Flora, La personalidad política en América, pasó a encabezar el “Libro V” de la obra final (Abasolo, 1907, pp. 418-569).

Por otra parte, mediante las Cartas llegamos a saber que la publicación del texto no se realizó en la fecha programada. Noticia comunicada por Flora a Unamuno en estos términos: “la impresión se ha retrasado un poco y creo será cuestión de dos o tres meses más” (Carta n°2, 30/04/1907). ¿Se pensó publicar la obra a principios de 1907 o aun antes acaso? ¿Por qué su aparición se retrasó más de lo calculado por Flora, es decir, hasta fines de 1907? ¿Cuándo fue que la producción intelectual de Abasolo en formato de libro estuvo lista para el público?

En la Carta n°1 (02/04/1907) Flora en parte responde a estas interrogantes planteadas en torno a La personalidad política y la América del porvenir, sosteniendo que muerto su padre, dejó a

dos hijos menores de edad y huérfanos de madre también. Quedó, pues, su labor intelectual más valiosa, inédita y sólo ahora podemos preocuparnos de darla a la luz, principiando por la obra antes citada (Abasolo, Carta n°1, 02/04/1907).

Líneas que son repetidas casi literalmente en la “Breve Reseña Biográfica. Homenaje Filial”, firmada por la misma poetisa, y que precede a la obra de 1907, con el aditivo que aquí Flora confiesa que ella y su hermano, sufrieron “cambios de fortuna algunos años después” de muerto su padre, por ello “no pudieron preocuparse de la publicación de sus obras” (Abasolo, 1907, p. V). Y en cuanto a la fecha en que La personalidad política y la América del porvenir habría tomado cuerpo definitivo, podemos conjeturar que fue en el mes de octubre de 1907: primero, porque la “Breve Reseña Biográfica. Homenaje Filial” nombrada está firmada por Flora en “Santiago, 30 de septiembre de 1907” (Abasolo, 1907, p. XIII). Y segundo, dado que —como ya lo señalamos antes— la poetisa en noviembre 2 de 1907 (Carta n°3) le avisa al filósofo vasco que le envía un original del libro. Dicho original es, añade la escritora chilena, “de los primeros que me entregan y de los que primero envío al extranjero”; reafirmando lo anterior con estas palabras sobre la obra: “aquí aún no la he presentado al público esperando la lean dos o tres personas desde luego que la anuncien”. Es decir, la obra debió concretarse —transformarse definitivamente en libro—entre los meses de septiembre y noviembre de 1907.

Además, y como quizás debió ocurrir a menudo en la época, Flora cuenta (Carta n°3, 02/11/1907) que llevó a la imprenta una copia hecha por ella misma “de los originales con la ortografía de la Real Academia”, pero, “la ortografía del libro se la pusieron en la imprenta”.

Ahora bien, es necesario mencionar que la escritora chilena había dado a conocer algunos capítulos de la obra de su padre antes que se transformara en libro. De hecho, a Unamuno le hizo llegar “cuatro o cinco” apartados de “La personalidad política” (Abasolo, Carta n°1, 04/02/1907), que es como Flora nombra a la obra comúnmente. Así como la poetisa no es clara respecto de cuántos capítulos del libro le envió al filósofo vasco, tampoco despeja cuáles son los títulos de dichos capítulos, a excepción de uno: “La aristocracia, la opinión y la Iglesia” (Abasolo, Carta n°2, 30/04/1907), que en la obra concluida forma parte del “Libro I. El problema social” (pp.7-137), capítulo VIII (Abasolo, 1907, pp. 112-119). Pero, los registros indican que ya en el año 1904 la escritora chilena había hecho público, en Argentina y España, algunos textos de su padre que después pasarían a constituir capítulos del libro póstumo de 1907. Por ejemplo, en Argentina, en el ya nombrado Estudio e Índice General de la Revista Nacional: 1886-1908, que da cuenta precisamente de lo que se ha publicado en Revista Nacional, se hallan dos evidencias: “Abasolo, Genaro[sic]. El mundo verdadero. El pensamiento en América”, 1904, t. XXXVII, págs. 89-96 (Auza, 1968, p. 42); y “Abasolo, Genaro[sic]. Ministerio social de la mujer. Cómo crear a la mujer americana”, 1904, t. XXXVIII, págs.92-99 (Auza, 1968, p. 113). Ambos escritos aparecidos en la Revista argentina integran más tarde el Libro V de La personalidad política y la América del porvenir: el primero, como capítulo XLII, pp. 562-569, y a modo de Conclusión, y el segundo, como capítulo XLI, pp. 553-561 (Abasolo, 1907).

En España, por otra parte, en la Revista Iberoamericana de Ciencias Médicas (1904, pp. 226-232), apareció el texto, firmado por el “Dr.[sic] Jenaro Abasolo”, titulado “La función social del talento en la ciencia y en la historia”, acompañado —a pie de página— de un agradecimiento a su hija, Flora, que “nos permite dar a conocer estas páginas póstumas, que forman parte de un libro inédito”. Sin embargo, a fin de cuentas dicho texto publicado en la Revista Iberoamericana nombrada apareció en La personalidad política y la América del porvenir integrando el “Libro III. La personalidad en la Historia y en la Ciencia” (pp. 249-327), capítulo XXIII, bajo los subtítulos: “Los dos talentos fecundos; Observadores y creadores; Sus aplicaciones a la ciencia, a la moral, al arte y a la Historia; ¿Qué es talento realizador?” (Abasolo, 1907, pp. 249-264). A la evidente variación del encabezado del capítulo en cuestión hay que añadir —también— ciertas modificaciones terminológicas que presenta el texto luego en su contenido, fácilmente detectables. La relevancia de este hecho radica, tal como lo señaláramos en nota 22 del “Estudio Introductorio” de la reedición que de la obra póstuma hicimos (Abasolo, 2013, p. 21), en que es una prueba más de la intervención de los hijos de Abasolo —Flora y Simón— en la organización del libro póstumo, o, cuando no, que parte de lo que dejara escrito el filósofo santiaguino antes de su muerte no fue definitivo y sufrió ciertas modificaciones.

Cabe agregar, sobre lo dicho, que la poetisa se encargó de hacerle llegar a Unamuno un “juicio crítico” acerca de la obra de su padre, aparecido en Santiago en el diario “«Las Últimas Noticias» del día 4”, pero, “tomado de la «Revista Nacional»” (Abasolo, Carta n°5, 08/02/1908), así como los comentarios o la simple recepción que del libro hacen otros reconocidos escritores de la época a los que también les envió un ejemplar.

El juicio crítico a que nos referimos —muy favorable, por cierto— apareció sin firma en la Revista argentina, 1907, vol.44, pp. 277-279, sección Notas Bibliográficas, con el título “La personalidad política y la América del porvenir, por Jenaro Abasolo N.—Chile, 1907—Un tomo”, y fue en efecto reproducido en el diario Las Últimas Noticias el día 4 de febrero de 1908, en p. 5, también sin señales de autor, bajo el encabezado: “Pensador Chileno juzgado en Buenos Aires. Crítica del libro de don Jenaro Abasolo”.

En cuanto a los reconocidos escritores que acusaron recibo del libro y le respondieron a Flora resaltando las virtudes de la obra, se cuentan —según la propia autora— el “señor Palma”, Max “Nordau” (Abasolo, Carta n°6, 09/01/1909), y “el escritor antillano García Godoy” (Abasolo, Carta n°7, 25/01/1911), quedando en espera el juicio del argentino “don Manuel Ugarte” (Abasolo, Carta n°6, 09/01/1909).

Las líneas de Ricardo Palma al respecto (Lima, febrero 12 de 1908) aparecieron, con el nombre “A Flora Abasolo”, en Revista Nacional, 1908, año XXIII, t. I, p. 215, y en ellas el escritor peruano denomina a Abasolo el “gran pensador americano” y “filósofo de altísimo espíritu”, entre otras alabanzas a su obra. La respuesta de Max Nordau al envío del texto (París, diciembre 20 de 1907), se halla registrada también en la misma Revista Nacional citada, p. 214, y se titula: “Señorita Flora Abasolo”. El publicista húngaro emite en su contestación una serie de comentarios favorables a la “notabilísima obra póstuma” de Jenaro Abasolo. Federico García Godoy estampa sus consideraciones sobre el libro en un extenso texto, titulado tal cual: “La personalidad política y la América del porvenir”, publicado en La hora que pasa. Notas críticas, 1910, pp. 373-397. El literato dominicano, en medio de su muestra general de aprecio por la obra de Abasolo, sostiene que ella es el “reflejo intenso de un alma de selección, estructurada para el bien, hecha de austeridad y de amor” (p. 383). En lo que a Manuel Ugarte concierne, no hay noticias de una respuesta directa de éste a la recepción del libro y a la petición de Flora, sin embargo el escritor argentino, en su texto Las nuevas tendencias literarias (1908), estima que la obra de Jenaro Abasolo, La personalidad política y la América del porvenir, “—por el asunto y preparación que revela— merece ser estudiada no sólo en la patria del autor, sino en todas las otras repúblicas” (p. 173) latinoamericanas.

Además, y como otro testimonio para respaldar sus palabras en torno a la buena recepción del libro de su padre, Flora, en Carta n°6 (09/01/1909), copia algunas líneas de “la señora Prats de Sarratea, distinguida escritora chilena”, pronunciadas “en carta particular” luego de leer algunos de sus capítulos. Dice Teresa Prats, citada por la hija del filósofo:

«Verdaderamente, el genio del imperecedero escritor es fecundo y luminoso, como un nuevo astro, y a juzgar por los valiosos capítulos con que Ud. me ha favorecido, creo que es él [Jenaro Abasolo] un iniciador de las generaciones americanas, llamado a conducirnos a la ‘Tierra Prometida’ del supremo ideal» (Abasolo, Carta n°6, 09/01/1909).

5. Sobre el talante de Flora y Jenaro Abasolo en la búsqueda de reconocimiento

Ya sabemos que la motivación de la relación epistolar iniciada por Flora Abasolo con Unamuno no debe entenderse vinculada, en modo directo, a su admiración por el ideario unamuniano. De hecho, en Carta n°1 (04/02/1907) la escritora chilena le confiesa al literato español: “No he tenido el gusto de leer nada de Ud., señor”. Palabras de Flora a Unamuno que llaman la atención, no sólo por ser una pésima estrategia el herir —de entrada— el portentoso ego del bilbaíno, sino, además, por lo difícil que se hace pensar que la poetisa publicara algunas de sus obras en periódicos y revistas bonaerenses, sin ser una asidua lectora de los mismos. De aquí que resulte ser curioso —por decir lo menos— el que sostenga no haber tenido el gusto de leer al filósofo español, quien a la fecha en que Flora le escribe había publicado ya casi una veintena de artículos, de entre los cerca de 200 que aparecieran desde el año 1899, y hasta 1924, en el diario La Nación de la capital de Argentina (Ouimette, 1997). A lo que se suma el clima de efervescencia unamuniana —mencionado antes— vivido en Santiago a partir de 1904, que debió traducirse necesariamente en que el nombre de don Miguel fuera recurrente en las conversaciones literarias, y sus obras circularan de modo más asiduo entre los intelectuales chilenos y el público en general. Mas, como sea que fuere, Flora Abasolo se decide a escribirle a Unamuno queriendo que el reconocido literato español destaque el legado literario del filósofo santiaguino, el cual —a su entender— era objeto de incomprensión y desconocimiento. La poetisa no oculta su esperanza de que la recensión prometida por Unamuno tendría positivas repercusiones para estos efectos, y es tan clara y sincera en su intención que no duda en decirle francamente a Unamuno: “su autorizada opinión contribuirá a que [Abasolo] sea leído y comentado de la gente de letras” (Abasolo, Carta n°3, 02/11/1907). Flora difícilmente podía vaticinar que la incomprensión y el desconocimiento vendrían a ser el sello que marcaría e identificaría, por más de un siglo, la propuesta y la figura personal de su progenitor.

Importa señalar, además, que para afrontar parte de la cruzada reivindicativa de la obra de su padre, el recurrir a Unamuno supuso —para la escritora— poder hacer valer un aspecto personal del pensador chileno que, en apariencia, era favorable: su ascendencia. Pues la prosista pretendió suscitar el interés del escritor peninsular, dando cuenta del origen español de ambos padres de Abasolo, José Ramón y Rosa, destacando sobre todo el origen vasco de su abuelo paterno (Abasolo, Carta n°1, 04/02/1907), condición que sin duda podía ser atractiva para Unamuno en razón de su curiosidad permanente por saber la suerte y el tipo de desarrollo que sus paisanos habían logrado en América. Complementariamente —según dice el mismo autor de Niebla en una carta dirigida a Ross Múgica (Unamuno, 1972)—, se añade que el advertir cierta similitud entre el país vasco y Chile le hace prestar una atención especial a nuestra nación entre la Repúblicas hispanoamericanas.

Mas, la recensión asegurada por Unamuno al libro de Abasolo se retarda —para desesperación de Flora—, hasta quedar en evidencia que no se escribirá jamás.

¿Qué hace que la suerte de la obra del pensador chileno se tope, si no con la indiferencia del filósofo español, sí con la falta de concreción de la crítica prometida?

Las razones del filósofo vasco para no comentar la obra de Abasolo las desconocemos. Sin embargo, hay algunos factores que —especulamos— pudieron haberse confabulado para que Unamuno desistiera de su compromiso. Por ejemplo, la ignorancia de Flora respecto de la filosofía y de los matices que entraña, generaron en ella la emisión de ciertos juicios que deben haber provocado verdadero escozor en el bilbaíno. La falta de formación filosófica de la escritora chilena no sólo le impidió comunicar a Unamuno, con la precisión y abundancia suficiente, el valor filosófico de la obra de su padre ya completa —hablamos de 574 páginas y no sólo de “cuatro o cinco capítulos”—, sino que la llevó a definir inadecuadamente el propio filosofar del pensador español. Así pues, es bastante seguro que causó una reacción negativa en Unamuno, el que la escritora chilena clasificara su pensar como “positivista” (Abasolo, Carta n°1, 04/02/1907). Porque todo parece indicar que si alguna vez Unamuno fue aquel positivista traductor, entre otros libros, de la Ética de las prisiones, de Spencer, para la editorial La España Moderna, a la altura del intercambio epistolar con Flora, su positivismo sumaba a su pensar como una suerte de método heurístico para su visión más definitiva del hombre y del mundo, que otra cosa. Pese a todo, esta afirmación de la hija de Abasolo, que se hacía cargo malamente de la evolución del pensar de Unamuno, no alcanza a ser un motivo para que éste se cerrase completamente a la posibilidad de comentar el libro del pensador chileno.

A nuestro entender, esta misma falta de conocimiento filosófico y de una idea más clara de la trama de fuentes de su padre, lleva a Flora a no tener los argumentos para concitar un mayor interés de parte de Unamuno por Abasolo. De hecho, cuando la escritora chilena, en la Carta n°1 (04/02/1907), nombra el texto “Estudios [sic] sobre la Filosofía alemana”, redactado por su padre, parece no saber que se refiere a parte de las fuentes alemanas que Unamuno ha estudiado e incorporado a su filosofía. Las llamadas fuentes protestantes del pensador español, son siempre puntales para sus propuestas más vitales y, al igual que el Carlyle del Sartor resartus, en lo esencial miran el mundo como la manifestación de Dios y como un devenir permanente cuyo porvenir resulta envuelto en lo trágico. Sin que Flora supiese estos aspectos y sin tener los recursos filosóficos para dar cuenta a Unamuno cómo su padre compartía dichas fuentes y cómo no dejaban de resonar en su propuesta política, es muy probable que La personalidad política y la América del porvenir, tras una ojeada rápida y aquilina, le haya parecido al filósofo vasco, no más que un antiguo tratado de derecho público como muchos otros, y escrito en un tono estilístico que, por medio de una patética pompa, esconde su poco fondo. Pero, el filósofo chileno había escrito en realidad un tratado de filosofía política, que rehúsa ser un simple y frío tratado de derecho público, pues, puja por unir los más positivos principios políticos a la más alta vocación humana, haciéndose eco de lo que había enseñado Fichte en su libro el Destino del hombre. Cuestión que Flora no podía comunicar. Es más, contra la fortuna de la escritora chilena, la versión de Unamuno a los entresijos de la interioridad, la de su propia alma envuelta en el fuego trágico, le había alejado ya de la indagación en los asuntos de filosofía política, por lo que difícilmente podría motivarse para llegar a ver que había una suerte de intimismo de la personalidad de cuño abasoliano —derivado de las mismas fuentes germánicas que él había bebido—, que era capaz de volverse político y social. En estos juicios atendemos a la sugerencia del profesor De Marco respecto del filósofo vasco: el giro intimista unamuniano parecía —a la fecha—no tener ojos ya para propuestas sociales y políticas (Martínez & Cordero, 2015). En realidad, ese intimismo jamás había estado ausente en algún grado en el filósofo vasco, al punto que, de una u otra forma, siempre le había llevado a una “negación religiosa de la política” (Gil, 1975, p. 265).

A lo dicho anteriormente, debemos sumar que Flora en sus últimas Cartas, quizás por la demora y aplazamientos de Unamuno, deja ver un tono doloroso que, desde un justificado resentimiento, se vuelca incluso en un ataque ad hominem contra Benjamín Vicuña Subercaseaux, en referencia al cual escribe:

Como Ud. comprenderá, señor, la crítica que me parece haberle enviado de Benjamín Vicuña S. la he mirado sólo como una insolente profanación a la obra de mi padre y tendrá, tarde o temprano, su merecido (Abasolo, Carta n°6, 01/09/1909).

Y aun más adelante, en la misma Carta n°6, sostiene Flora que “al tal Vicuña S. [...] aquí miran algunos como un infeliz y otros, como un plagiario”. Sinceramente, no logramos entender el ataque sañudo a Vicuña S., por parte de la poetisa, si ésta lo asienta —como así parecen indicarlo sus palabras— en el hecho de responsabilizar al escritor nacional de la crítica anónima que ya mencionamos antes apareció primero en Buenos Aires (Revista Nacional) y después en Santiago (Las Últimas Noticias), y que ella misma le habría enviado a Unamuno (Abasolo, Carta n°5, 02/08/1908). Esto porque en dicha crítica sólo se cuestiona —muy pertinentemente— lo que se estima una falta de definición clara del concepto personalidad política por parte de Abasolo, pero, lo que la caracteriza son las alabanzas a la obra, siendo calificada ésta incluso de benemérita y contenedora de pensamientos magistrales. Creemos, pues, antes bien, que la repugnancia de Flora a Vicuña S., tiene su génesis en las palabras que éste profiere derechamente en un texto de 1909, titulado Memoria sobre la producción intelectual en Chile, en el cual trata a Abasolo de “resabiado pensador” (Vicuña, 1909, p. 118). Más allá de esto, no hay indicios de que Vicuña S. hablara otra cosa del padre de Flora, y en el mismo texto y página recién citados el autor lo confiesa: “nada he dicho [antes] de Jenaro Abasolo”.

Luego, y por sobre las dudas que provocan las palabras de Flora contra Vicuña Subercaseaux, podemos decir que le favorecen muy poco a ella misma y a la empresa de difusión en la que estaba empeñada.

¿Será, tal vez, que la escritora chilena después de enterarse de las expresiones dichas en contra de su padre por Vicuña S., y a sabiendas de la opinión que tenía Unamuno de éste, profirió esas palabras? ¿Trató de congraciarse acaso Flora con el filósofo vasco y, a la par, tomar satisfacción por el agravio infringido a Abasolo, mediante el ataque a Vicuña S.?

Creemos válidas estas interrogantes, porque Unamuno, a partir de su correspondencia y amistad con chilenos, tenía conocimiento de la existencia de ciertos personajes de nuestra nación y —como era de esperar— algunos de ellos le resultaban, si no odiosos, al menos repudiables porque representaban los vicios propios de la oligarquía. Uno de esos personajes era Benjamín Vicuña Subercaseaux, respecto del cual el pensador peninsular no se guarda de decir, en una carta dirigida a Luis Ross Múgica el 05 de marzo de 1906: “He vuelto a dar otro meneo al Vicuña Subercaseaux” (Unamuno, 1972, p. 341). No obstante, pese a que pudo haber un acercamiento entre Flora y Unamuno por vía de compartir una antipatía común, no resultó nada de ello. Es más, don Miguel, estando enterado de esta suerte de tirria en contra de Vicuña Subercaseaux por parte de Flora—suponemos que el pensador español leyó las últimas Cartas que le envió la escritora chilena—, parece que no la alentó por la vía de crear un nexo. Se puede por tanto conjeturar que la visceralidad de Flora en contra de Vicuña Subercaseaux —visceralidad que llega al paroxismo—, contó como una razón para que Unamuno no tomase partido y no avivase la pluma de la poetisa, quizás si entendiendo que “gran poquedad de alma arguye tener que negar al prójimo para afirmarse” (Unamuno, 1972, p. 348).

Cabe señalar, por último, que el talante de Flora Abasolo en la búsqueda del reconocimiento de la obra de su padre, difiere notablemente del de éste. Pues Jenaro Abasolo no alcanzó a desarrollar una reactividad tal que le llevase a exigir su propio reconocimiento, ni tampoco a reprochar la indiferencia, sino que supo hacer fluir su pluma creativamente como si supiese que había nacido póstumo y que sus palabras eran para el porvenir. Tal vez, alguien podría afirmar —comentando lo anterior— que Jenaro Abosolo, en un modo semejante a Vittorio Alfieri, gozaba de los antídotos, no siempre efectivos, que permiten a ciertas naturalezas adquirir integridad moral. Porque Abasolo creció en una cuna burguesa lo suficientemente rica para, por un lado, poder criticar a la oligarquía adinerada sin ser tachado de envidioso al despreciar sus vicios y privilegios y, por otro, tuvo, gracias a su holgura financiera, la libertad de servir a lo que creía verdadero sin servilismos ni dominaciones. Con esto no pretendemos decir que sólo los adinerados pueden pensar libremente, pues sabemos que el tener que preocuparse por lo que es requisito para subsistir, no necesariamente nos hace esclavos, sino sólo destacamos una condición que propició la autonomía de Abasolo y su carácter de “libre pensador” (Abasolo, Carta n°1, 04/02/1907).

Conforme a lo anterior, su pluma parece no deslizarse por el pathos del resentimiento; muy por el contrario, lo hace por la gracia de su generosidad y especialísimo carácter. Aunque, sin duda, en Jenaro Abasolo hay, en ocasiones, cierta actitud reactiva e incluso cierta irritación frente a quienes naturalizan los males sociales y frente a aquellos que en una República naciente apelan a la sangre o a un supuesto linaje para defender sus prebendas (Abasolo, 1872; Abasolo, 1907). Además, el pensador chileno, según se puede divisar en sus escritos, se vuelve un duro crítico del mundo intelectual si no oficial, al menos, hegemónico del Chile de su época, pero sus recriminaciones, en cierto modo, surgen en razón de que el filósofo se sentía encarnando la autoconciencia de los vicios sociales y políticos de nuestra nación, mas —creemos— no por ser incapaz de incluirse, si éste hubiese sido su afán, en la facción de aquellos con los que rivalizaba. Distinto es el caso de su hija Flora, en la cual sí se cuela cierto resentimiento generado por la falta de reconocimiento de la obra de su padre, y que, además de evidenciarse en las Cartas, se plasmará en la «Breve Reseña Biográfica. Homenaje Filial», ya mencionada arriba. Con todo, no podemos, en justicia, caracterizar enteramente el alma de Flora como estrecha cuando su sensibilidad le llevó a la poesía y cuando, como afirma Virgilio Figueroa (1925, p.51), la reivindicación de la figura de su padre “la ha hecho vivir gran parte de su existencia en el relicario de la abnegación y del recuerdo”. Sin embargo, en las Cartas a Unamuno deja —en buena medida— una imagen triste y a ratos muestra que sus nobles deseos incumplidos tomaron la forma del despecho. Pero hay que insistir en que esas Cartas conservadas son parte del testimonio del homenaje filial permanente que Flora ofreció a la obra y figura de Jenaro Abasolo. La tenacidad de la poetisa, permite hoy que sus Cartas inéditas a Unamuno, luego de transcurrir más de cien años desde que fueron escritas, se puedan incorporar como una nueva fuente para reconstruir el legado del pensador chileno.

6. Conclusión

Las vicisitudes de una investigación en torno al filósofo Jenaro Abasolo nos han llevado a diversos documentos de alto interés para la historia del pensamiento en Chile, pero, también a aquellos que pareciendo accesorios permiten, más que extraer un par de datos anexos, restaurar la trama vital en la que se asienta su pensar y comprender aspectos de la génesis del mismo.

Las Cartas inéditas de Flora —la hija del filósofo— son de esta última índole, pues dan mucho más de lo que prometen, dado que los elementos biográficos que aportan, junto con permitirnos unir cabos sueltos, nos ahorran el tiempo que se pierde y la distorsión que genera el reconstruir la vida y obra de un personaje desde la especulación y la fantasía.

Las Cartas dadas a conocer aquí en parte, pasan —estimamos— de tener un presumible valor adventicio a adquirir un valor de primer orden en cuanto que permiten, por un lado, subsanar una serie de errores que se han escrito en torno a la vida y obra de Abasolo y, por otro, saltar por sobre las fuentes trilladas para adentrarnos en un pequeño filón de testimonios provechosos y novedosos.

Las Cartas de Flora nos recuerdan que no se debe abusar del ejercicio, a veces irrespetuoso y pagado de sí, de investigar desligado de las fuentes y documentos, cuando sabemos que lleva —al tratar de dar cuenta de la vida y obra de un pensador— a afirmaciones irresponsables que no son eco de la historia del personaje estudiado, sino tan sólo de la capacidad de ficción del estudioso y de su habilidad para remedar lo dicho y zurcir fuentes secundarias.

No sabemos en realidad en qué minuto se dio carta blanca para que, en el caso de Abasolo, se pudiese hablar antojadizamente de él, a fuer de rescates, atribuyéndole filiaciones, adscripciones a escuelas e incluso —en ciertos casos— hijas que no tuvo, quedando todo ello decretado sin más por haber sido dicho por quien pareciera tener autoridad en la materia, pero sin evidenciar respaldo documental alguno.

Así pues, las olvidadas Cartas de Flora Abasolo a Unamuno poseyendo —sobre todo desde el prisma de los investigadores del filosofo español— la marginalidad propia de aquellas epístolas que se pueden calificar como correo de admiradores, son fuente de información desconocida y, además, nos recuerdan cuánto se pierde al ignorarlas del todo para sólo dedicarse a esa suerte de historiografía filosófica dogmática más preocupada de pensar que de conocer. Hablamos de ese pensar sin base en la experiencia, que desdeña el recabar antecedentes y que se alimenta, a la vez, de una extrapolación malentendida —por parte del que lo ejerce— de la supuesta independencia del texto, olvidando que ese juego según algunos le vendrá a la filosofía, pero, no es propio de la tarea de indagar en el pensar cuando se le quiere ver ligado a una historia y a una biografía. A veces se pierde de vista que no hay un a priori biográfico y filosófico abasoliano, sino que existen diversas fuentes que todavía permanecen desperdigadas a la espera de que los investigadores se den el trabajo que implica el tenerlas a la mano. Sólo en ese momento de real investigación se habrá acumulado el suficiente crédito para establecer las relaciones y nexos que nos permitan la especulación. Sin embargo, no se crea que exhortamos a los investigadores a volverse empiristas, pues se trata antes que eso de un llamado a la probidad.

El año 2013 dedicamos la reedición de La personalidad política y la América del porvenir a Flora Abasolo como un homenaje a sus desvelos por dar a conocer a su padre como figura estelar del pensar Hispanoamericano. Hoy intentamos dar a conocer e incorporar sus Cartas inéditas como una fuente especial para el estudio de la vida y obra del filósofo, pero, a la vez, damos cuenta de ella como una mujer que —por sí misma— debe ser reconocida como un hito singular del desarrollo literario chileno y de nuestra América.

No cabe duda que las Cartas a Unamuno son uno de los tantos acontecimientos vitales de Flora, por lo que aventuramos que de abordar su vida con mayor amplitud y detalle —como ya lo dejamos ver—, nos encontraremos con una mujer con un alto ascendiente personal y artístico verbal. Esto lo decimos sobre todo reconociendo en ella a esa clase de seres humanos que no sólo viven la vida, sino que la enriquecen y la subliman bajo el prisma que da la palabra, es decir, que viven la vida como literatura.

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